Ecclesia Digital
Alfonso V. Carrascosa
El padre de la genética moderna, Gregorio Mendel (18221884), por si no se sabe, era un monje de la Orden de San Agustín, un agustino, como los del monasterio de El Escorial. En este Año Internacional de las Legumbres, recordar que gracias a sus estudios sobre un tipo de legumbres, los guisantes, fundó la genética.
Abad del Monasterio de Ntra. Sra. de la Asunción en Brno, en la República Checa, y con una buena preparación en ciencias naturales y físico-matemáticas, desveló las famosas leyes de herencia biológica que llevan su nombre, introdujo de forma magistral las matemáticas en la biología y se convirtió en el padre de la boestadística. Entre 1857 y 1868, en el jardín de su convento, hizo experimentos con las plantas de Pisum sativum, de guisante, publicando los resultados en 1866 y 1868, resultados que pasaron completamente desapercibidos, lo que demuestra que nunca persiguió la gloria, que le llegó cuando sus estudios fueron descubiertos.
Experimentos en hibridación de plantas, como se titula uno de sus trabajos, fue presentado en un encuentro de la Sociedad de Historia Natural de Brno en las sesiones de 8 de febrero y 8 de marzo de 1865. Mendel encargó copias de su estudio, que fue distribuido por Europa a expertos y librerías, pasando en principio bastante desapercibido. Solamente se le vetó a él y a su ciencia en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, por un tal Trofim Lysenko, ateoluegolisto que impidió el avance de la genética en la URSS porque un católicoluegotonto le había dado por investigar. Las teorías de Lysenko llevaron a la muerte a miels de personas por hambre, todo por vetar a Mendel.
Juan Ramón Lacadena, eminente genetista contemporáneo y también católico practicante, comenta: “Sin duda alguna, el nombre de Mendel pertenece al patrimonio de la historia de la humanidad. El gran acierto de Mendel fue el de postular un modelo de herencia particulada, es decir, la existencia de unidades hereditarias. Algún biógrafo de Mendel ha calculado que entre 1856 y 1863 cultivó y analizó unas 13.000 plantas, lo cual implica haber observado unas 350.000 semillas”. De sus observaciones dedujo la existencia de partículas materiales portadoras de los caracteres hereditarios, que precisamente se denominan en la actualidad genes. Unos quince años más tarde de sus conclusiones, se descubrían los cromosomas, que confirmaban lo que su intuición había postulado, dándose una vez más la circunstancia de que, tal y como dijo el premio Nobel Henry Bergson, la intuición es un modo de conocimiento superior a la razón.
Los botánicos Correns (Alemania) , Tchermak (Austria) y De Vries (Holanda) dieron en 1900 con los trabajos de Mendel y los presentaron como piedra angular en torno a la cual debería construirse la Genética como ciencia. Contemporáneo a otro famoso cristiano, Charles Darwin, es en la actualidad considerado como uno de los más brillantes científicos de todos los tiempos por el mismismo Mayr, experto en genética de poblaciones. Alguna vez se ha afirmado que su trabajo en biología tiene una trascendencia similar a la que tuvo en Física los estudios de otro también cristiano, por cierto, Isaac Newton.
Un simple “curita”, además de monje, al frente de dos disciplinas científicas, la genética y la bioestadística gracias a sus estudios sobre guisantes, una leguminosa. Al desarrollo de la genética en España contribuiría no poco el CSIC, fundado por los católicos José Ibañez-Martín y Jose Mª Albareda. En este Año de las Leguminosas tal vez convenga saber que la genética es hoy fundamental para conocer las especies biológicas que existen, sobre todo los microbios marinos. Ciencia y religión, razón y fe, conviviendo en personas concretas. Todo un antídoto contra la oleada laicista que nos azota.