La anécdota que contaré puede que no responda a la verdad de los hechos. O puede que sí.
El caso es que me sirve para ilustrar cómo no debe mantenerse el espíritu de una congregación religiosa, de una institución de nuestra Santa Madre Iglesia, de una obra de apostolado o de un movimiento.
El fundador suele ser el genio. Luego vienen los tecnócratas, que tratan inútilmente de encajar el espíritu fundacional en la estrechez de unos estatutos, de unas normas, de unas leyes, de unas costumbres. Y, claro, la letra mata el espíritu. Nada nuevo.
Paso a la anécdota: resulta que me han contado que las carmelitas comen bacalao, como recomendó Santa Teresa con gran sentido común: era muy barato en el siglo XVI. Hoy es un alimento caro; por ejemplo, es más caro que las latas de sardinas o el cerdo.
Hoy, por supuesto, la santa recomendaría alimentarse con lo más barato.
El espíritu al que se refiere el consejo del bacalao es el de pobreza. No el del pescado concreto. Seguir comiendo bacalao en el siglo XXI porque lo dijo Santa Teresa en el XVI, siendo en nuestro siglo una comida de ricos, es sencillamente ir contra el espíritu carmelita. Y es un pecado contra la pobreza.
Por eso es tan difícil en la Iglesia el equilibrio entre tradición y nuevos usos. Por eso algunos, en algunos grupos, cuelan el mosquito y se tragan el camello.
No acusemos a nadie. Seamos obedientes. Disculpemos.
Lo humano es complicarlo todo, reglamentarlo todo y legislarlo todo. La libertad es divina y da miedo.
Mucho miedo.