“Dijo Jesús a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto... Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí”. (Jn 15, 1-5)

 

 

El Señor nos advierte, en el Evangelio de este domingo, que es imposible dar fruto si no se está unido a Él. Pero también nos dice que para dar fruto utiliza algo tan doloroso como la poda. Porque, no hay que olvidarlo, toda poda duele.

Dos son, pues, los mensajes de esta “palabra de vida”. El primero es que necesitamos aumentar nuestra relación con el Señor si queremos fructificar, si queremos evangelizar, si queremos ayudar a los demás; la oración, la confesión y la comunión frecuentes se convierten, por lo tanto, en instrumentos imprescindibles para hacer el bien, para mediar por los que están sufriendo, para consolar, para conseguir el milagro de mover los más duros corazones, porque nos van a permitir estar con contacto con la fuente, con Cristo.

El segundo mensaje es que el sufrimiento podemos convertirlo en material para la evangelización, para el testimonio, para “dar fruto”. A veces nos parece que el dolor no sirve para nada y no encontramos explicación al sufrimiento. Sin embargo, cuando lo vivimos unidos a Dios y sin desesperar, nos convertimos en testigos creíbles que atraen y que son capaces de llevar a las personas hacia Dios, aquel que ha sido capaz de evitar que nos hundiéramos en la tormenta de los problemas. El sufrimiento puede ser el mejor abono para que nazca una cosecha espléndida que antes no podíamos ni imaginar.