El domingo, 16 de octubre, será canonizada la Beata Isabel Catez Rolland, Sor Isabel de la Trinidad, Carmelita Descalza.
Nació el 18 de julio de 1880 en un barracón militar en Avor, Francia. Entró en el ejército a los 21 años. Hizo carrera, hasta llegar a ser condecorado con la Legión de Honor; tenía 48 años cuando nació Isabel. Su madre de 34, era hija única de un militar. Se casaron en 1879. Isabel fue el primer fruto de su matrimonio. Fue bautizada el 22 de julio. A los dos años nació su única hermana, Margarita. Aunque de carácter diferente siempre fueron amigas y confidentes.
El sufrimiento la visitó muy pronto. A los 7 años murió su padre de un ataque al corazón. Murió en sus brazos. Ocho meses antes había muerto su abuelo materno que vivía con la familia. Años después Isabel recordaba la muerte de su padre con estos versos:
En mis frágiles brazos de niña,
de sus muchas caricias al son,
Te dormiste con breve agonía,
Que el combate final te acortó.
Su niñez y adolescencia son descritas por su madre con rasgos vigorosos: “Es un auténtico demonio –expresión literal de su madre-, turbulenta, con grandes cambios de temperamento; colérica e irritable, pero cariñosa y noble; con una gran sensibilidad y muy afectuosa; se enfada y coge grandes rabietas, pero se arrepiente y pide perdón”.
Su madre no era rica; tenía una posición desahogada y pudo educar a sus hijas con una institutriz. Isabel no tuvo una amplia cultura. A los 8 años su madre la inscribe en el Conservatorio de Música de Dijon. Se siente en su ambiente y demuestra grandes cualidades para la música. Especialmente con el piano. Tiene una vida social abundante porque su madre está muy bien relacionada. Sentada al piano es el centro de muchas reuniones familiares y sociales. Viaje mucho; sobre todo en varano.
El 19 de abril de 1891 recibe su primera Comunión. Vivió la ceremonia con gran intensidad. Su madre la llevó al Convento de las Carmelitas. La Madre Priora le explicó el supuesto significado de su nombre: casa de Dios. Quedó profundamente emocionada: Dios la habitaba. Es lo que había experimentado por la mañana al comulgar. En su interior oyó un apalabra que será el sentido de su vida: Carmelo.
Su madre no comparte la misma opinión. En estos años de su adolescencia, Isabel era una muchacha encantadora. Tiene un carácter alegre y gran capacidad para la amistad; tiene muchos y buenos amigos. En sus cartas expresa la emoción con que vive las veladas musicales.
En marzo de 1899, su madre le concede el permiso para ser Carmelita cuando cumpla los 21 años. Vive con aparente normalidad; en su corazón es una Carmelita en el mundo. El 2 de agosto de 1901 ingresa en Carmelo de Dijon. Isabel sufre por separase de sus seres queridos, especialmente de su madre. El P. Valle le ilumina el misterio de la Trinidad que ella vivía. Desde entonces firmará sus cartas: Isabel de la Trinidad.
Desde el verano de 1903 Isabel tiene problemas de salud. En 1905 tiene que dejar el Oficio en la Comunidad y descansar. En 1906 entra en la enfermería. Allí psa los últimos ocho meses de su vida. Padece la enfermedad de Addison, entonces incurable.
Día a día se ofrece a la Trinidad Santa como alabanza de su Gloria. Murió el 9 de noviembre de 1906. Tenía 26 años. Fue beatificada por el papa Juan Pablo II el 25 de noviembre de 1984. Será canonizada el 16 de octubre por el papa Francisco.
Su mensaje espiritual no ha tenido en la Iglesia toda la resonancia que merece. Vivió y murió cuando Teresa del Niño Jesús lo llenaba todo.
Su portación espiritual es colocarnos en las raíces bautismales. La presencia viva y actuante de la Trinidad Santa. Sin esta clave nuestra espiritualidad queda muchas veces en el vacío. No es un acontecimiento con el Dios vivo que mora en mí.
Sor isabel de la Trinidad descubrió en esta inhabitación de la Santísima Trinidad la fuente de su relación amorosa con el Dios vivo y verdadero. Culminó, en la última etapa de su vida como Alabanza de Gloria a la Trinidad.
La noche del 21 de noviembre de 1904, al terminar unos Ejercicios Espirituales, compone su Elevación a la Santísima Trinidad. En ella expresa su amor apasionado a la Trinidad, su intimidad con ella, que le lleva a vivir como si estuviera en la eternidad.
En Sor Isabel no tenemos grandes manifestaciones místicas. En ella se cumplió la palabra de la Escritura: “La riqueza de la hija de mi pueblo está en su interior”.
Su canonización es un motivo para recobrar nuestras raíces cristianas: la presencia amorosa de la Trinidad Santa, Dios padre, Dios Hijo, Dios espíritu Santo. Habita en nosotros. Con ella podemos entrar en relación en todo momento. Somos una casa habitada.