Grecia es, con diferencia, el país europeo que ha acogido más refugiados procedentes de Siria e Irak. El viaje del Papa la isla de Lesbos fue un gesto de reconocimiento a su generosidad, tanto más meritoria cuanto mayores son las dificultades que atraviesa el país. Sin embargo, a nadie se le oculta que el destino final de la mayoría de esos inmigrantes es Alemania. Al menos eso es lo que desean. Hay que reconocer que el esfuerzo hecho por los alemanes ha sido enorme y que eso les está suponiendo no pocas tensiones, que se visualizan en el ascenso de la extrema derecha en las elecciones. En buena medida, el mérito de esta generosa acogida hay que atribuírselo a su canciller, Angela Merkel. Una acogida que quizá se ha hecho con demasiada ingenuidad en algunos casos y que ha permitido que entre la multitud de refugiados se infiltraran terroristas. También es sabido que no todos los que han hallado asilo en Europa en general y en Alemania en particular son trigo limpio, aunque no sean terroristas. No hay que olvidar que un grupo de musulmanes que cruzaban el Mediterráneo en una balsa, arrojaron al mar dándoles muerte a unos cuantos cristianos, también emigrantes, que iban con ellos. O las reiteradas y demostradas agresiones que los pocos refugiados cristianos procedentes de los países en conflicto sufren en los campamentos europeos por parte de sus compañeros musulmanes. Además, puestos a integrarse en el país de acogida, los cristianos lo harán mucho mejor que el resto.
Por eso han sorprendido las declaraciones de la señora Merkel negándose a dar un trato de favor a los solicitantes de asilo de origen cristiano. Alegando que, de hacerlo así, estaría introduciendo un factor discriminatorio que iría en contra de la libertad religiosa, ha llegado incluso a criticar a sus vecinos, Polonia y Hungría, que sí han introducido dicho factor a la hora de acoger refugiados. ¿Está justificada esta actitud de la canciller alemana? Pongamos un ejemplo, si tienes comida de sobra, lo lógico es que la repartas entre todos, pero si no es así lo normal es que des primero a tus amigos o a los que sabes que no te van a crear problemas. Además, si hay un grupo especialmente perseguido en Siria o Irak es el de los pocos cristianos que hay en esa región, por lo tanto sería justo que ellos fueran los privilegiados a la hora de recibir asilo. Tanto por interés como por justicia, llevar a cabo una discriminación positiva en esta cuestión está totalmente justificado. No hacerlo, con la excusa que sea, es una tontería y una injusticia.
Sin embargo, lo que está de fondo en el problema es algo que este verano denunciaron los alumnos del Papa Ratzinger, que, como todos los años, se reunieron para debatir un tema de actualidad. En esta ocasión, hablaron sobre los problemas que está causando en Europa la llegada de los refugiados. La causa del problema, dijeron, es que desde hace muchos años se ha construido una Europa basada en la presencia de derechos y en la ausencia de deberes. Los viejos europeos viven con este sistema defectuoso y los nuevos inquilinos que llaman a su puerta quieren lo mismo. Por lo tanto, reclaman el derecho a no integrarse -no me refiero al derecho a mantener su propia religión, sino todos los elementos de su cultura-, como sucede en Wuppertal, una ciudad de Alemania de 350.000 habitantes, donde se aplica la sharía a los que viven allí, y no es el único caso.
Los padres de la Europa unida, Schuman, Adenauer, De Gasperi, no querían una Europa de los mercaderes sino una Europa fiel a sus raíces cristianas. Y precisamente por eso acogedora con los que llamaban a sus puertas pidiendo ayuda. Pero en esa Europa había derechos y deberes. Lo que hay ahora es otra cosa y un mundo donde sólo se piensa en reclamar y no en cumplir obligaciones está muerto. Merkel se equivoca, pero no sólo por no querer ayudar más a quien más lo necesita, sino por no querer exigir la integración a quienes acoge en su casa.