La pequeña parábola del grano de mostaza no es sencilla de interpretar. Vamos a atrevernos con ella con la gran ayuda de San Juan Crisóstomo:

Más si dijereis: ¿cuándo trasladaron los apóstoles las montañas? Os diré que hicieron cosas mayores que éstas porque resucitaron a los muertos en muchas ocasiones. Y se dice, que después de los apóstoles, los santos que les son inferiores, trasladaron las montañas en necesidades inminentes. Y no dice el Señor que harían esos portentos, sino que podrían hacerlos y es probable que los hicieran. Sin embargo no están escritos porque no se escribieron todos los milagros que hicieron. (San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 57,3)

Demos el primer paso partiendo de lo que el propio Cristo nos dejó claro:

Y acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas en parábolas?  Y respondiendo El, les dijo: Porque a vosotros se os ha concedido conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ellos no se les ha concedido. Porque a cualquiera que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia; pero a cualquiera que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas; porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. (Mt 13, 1013)

Las parábolas dicen mucho más de lo que su apariencia o superficie señala. Quien se queda en lo aparente, se queda sin nada. No entiende lo que Cristo le dice y por eso desespera y se aleja. Pensemos en el Joven Rico (Lc 18, 18-30) que evidenció la sordera y ceguera de quien no tiene fe (confianza-esperanza) en el Señor. Tampoco tenía fe (conocimiento-entendimiento) porque no fue capaz de ver más allá de sus posesiones. Tampoco tenía fe (como humildad que se deja guiar por Dios), por lo que se volvió triste a su casa, incapaz de hacer lo que Cristo le pedía.

¿Somos nosotros tan ciego y sordos? Evidentemente lo somos, porque nuestra naturaleza está herida y sólo la Gracia de Dios puede transformarnos en vehículos de la fe, la esperanza y la caridad. Cristo no da alguna esperanza:

Y Jesús dijo: Yo vine a este mundo para dar juicio; para que los que no ven, vean, y para que los que ven se vuelvan ciegos. (Jn 9, 39)

Empecemos a confiar en Cristo para que la Gracia de Dios nos llene de Esperanza, Entendimiento y Caridad. Entonces sí se producirá lo que Cristo indica con la analogía del grano de mostaza. Si tenemos confianza en la Voluntad de Dios y nos unimos a ella, todo lo que se ponga delante de nosotros o necesitemos remover, será removido por Dios mismo. No nos convertimos en magos por tener confianza en Dios. Es justo lo contrario. Si tenemos confianza en Dios, las dificultades que nos encontremos para hacer Su Voluntad, serán removidas por la mano de Dios.

San Juan Crisóstomo señala la objeción que se presenta ante lo que nos dice Cristo en este pasaje evangélico: los Apóstoles no fueron sacando de cuajo las moreras para se siembren en la mar por sí mismas. Tampoco fueron moviendo las montañas y cambiándolas de sitio, según les apetecía. Quien crea en la magia quizás podría entender esto como un poder que Dios nos da y es cierta forma cierto. Pero no es un poder mágico. Es el poder de la confianza, docilidad y humildad lo que nos hace herramientas útiles en manos de Dios. Dios nos hará capaces de lo imposible, pero no por nuestras propias fuerzas, sino porque Él será quien nos mueva con destreza de Artista.
 
Tener la fe del tamaño de un simple grando de mostaza, conlleva saber que de esa pequeña cantidad de materia viva, brotará un arbol donde se pueden cobijar los pájaros. El tamaño no es lo más importante. Lo importante es la Gracia de Dios que transforma a quien le permite actuar en él.