En la reunión de Asís con diversas autoridades religiosas del mundo el papa Francisco ha tenido dos intervenciones importantes sobre la paz.
En la primera, ha reflexionado sobre las palabras de Jesús en la Cruz: “tengo sed”. (Jn 19, 28) Tiene sed de nuestro amor; también de es un grito de sufrimiento porque se siente abandonado. Recuerda el Papa a Teresa de Calcuta que quería que en todas las Capillas de sus hijas estuviera esta frase muy cerca del Crucifijo. “Las palabras de Jesús nos interpelan piden que encuentren lugar en el corazón y sean respondidas con la vida. En su tengo sed, podemos escuchar la voz de los que sufren, el grito escondido de los pequeños inocentes a quienes se les ha negado la luz de este mundo, la súplica angustiada de los pobres y de los más necesitados de paz… Tienen sed. Pero a ellos se les da a menudo, como a Jesús, el amargo vinagre del rechazo. ¿Quién los escucha? ¿Quién se ocupa de responderles? Encuentran demasiadas veces el silencio ensordecedor de la indiferencia, el egoísmo de quien está arto, la frialdad de quien apaga su grito de ayuda con la misma facilidad con la que cambia de canal en televisión”.
En el discurso sobre la paz el papa Francisco la sed de paz que todos llevamos dentro del corazón. “Llevamos dentro de nosotros y ponemos ante Dios las esperanzas y las angustias de muchos pueblos y personas. Tenemos sed de paz, queremos ser testigos de paz, tenemos, sobre todo, necesidad de orar por la paz; porque la paz es un don Dios y a nosotros nos corresponde invocarla, acogerla y construirla cada día con su ayuda”
Primero tenemos que sanar la gran enfermedad de la indiferencia. Es un virus que ataca al centro mismo de la religiosidad provocando