Al ser parte de la Iglesia, nos toca aplicar constantemente el ejercicio de entender. Para ubicarnos, vale la pena señalar que el Diccionario de la Lengua Española lo define como: “discurrir, inferir, deducir”, “ocuparse de algo” o, mejor todavía, “tener amplio conocimiento y experiencia en una materia determinada”. Tomando en cuenta que pertenecemos a una comunidad e institución milenaria, de carácter global, ser capaces de captar la compleja realidad humana, con sus avances y retrocesos, debería ser nuestra especialidad, porque los católicos hemos estado presentes desde hace siglos en los diferentes acontecimientos de la historia. Por eso es muy importante:
Entender…
Entender…
- Que la fe no es progresista o ultraconservadora, sino inspirada en la persona de Cristo que escapó a cualquier clasificación, ideología o slogan.
- Que los versículos de la Biblia no fueron hechos para explicar el cómo (ciencia) se creó el mundo, sino el para qué (fe).
- Que, ante una noticia, artículo o ensayo en contra de la Iglesia, responder con insultos, lejos de ayudar, empeora y confirma la crítica.
- Que presentarse en espacios como los medios de comunicación y las redes sociales sin conocimiento de causa y entrenamiento técnico, confunde a las personas, favoreciendo los prejuicios que dan lugar a las malas interpretaciones.
- Que la humildad no es cosa de dinero, sino de actitudes.
- Que es clave decir la verdad, pero que no debemos olvidarnos de la asertividad.
- Que la lucha de clases no acabará con la pobreza, sino una mayor comprensión del problema, apoyándonos en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), la cual, ha sido diseñada por expertos en la materia que han asesorado a los papas.
- Que el activismo no convence, sino el saber ofrecer espacios en los que importe más la calidad que la cantidad de momentos.
- Que la falta de fe no es solo una cuestión cultural, sino el resultado de cómo la estamos viviendo hacia adentro.
- Que llenar nuestros perfiles con imágenes religiosas, lejos de acercar, aleja, pues todo debe darse en su justa medida.
- Que abandonar la evangelización de la cultura es quedarnos sin liderazgos propositivos.
- Que no toda iniciativa es válida.
- Que deshacernos de la parte institucional; es decir, cerrar espacios educativos o de atención sanitaria, no nos acercará, sino que terminará por alejarnos de la realidad, de lo que se vive en las calles.
- Que los jóvenes no buscan que los copiemos, sino que les ayudemos a encontrar su camino desde nuestra experiencia.
- Que los padres de la Iglesia inciden más que los poemas abstractos.
- Que la música sacra no asusta a las nuevas generaciones. Al contrario, les ayuda a tomarse enserio lo que se está celebrando[1].
- Que no se trata de hablar largas horas sobre Jesús, sino de hacerlo de forma puntual para que la gente, en vez de cansarse, pueda llevarse algo para su vida.
- Que hay principios no negociables pero que deben ser explicados.
- Que la cultura de la vida, implica acompañar al ser humano de forma integral.
- Que debemos estudiar, prepararnos y no simplemente repetir frases hechas.
- Que hay que dialogar sin que se diluya la propia identidad.
- Que atraemos lo que somos.
Por eso, Jesús, decía: “el que tenga oídos que oiga”[2]. Es necesario abrir los ojos, estar despiertos y, sobre todo, ser realistas. No es cambiar el fondo, la doctrina, la esencia, sino renovar la forma, siendo asertivos, sopesando las cosas, a fin de que la fe pueda llegar a todos como una opción válida.
[1] Juan Pablo II, dejó en sus escritos personales la siguiente reflexión a propósito del inciso: “memoria de los misterios: no celebramos ritos, celebramos misterios” (Karol Wojtyla. (2014). Estoy en tus manos (456). México: Planeta). De ahí la importancia de la liturgia en un ambiente apropiado, de recogimiento.
[2] Cf. Mt 13, 917.