El corazón es el centro de nuestro ser. Amar a Dios con todo nuestro corazón es poner a Dios en el centro de lo que somos, vivimos y esperamos. Tan en el centro, que aspiramos que toda la sociedad tenga por centro a Cristo. "Id por todo el mundo; predicad el evangelio á toda criatura" (Mc 16, 15)
¿Qué es la sociedad? La sociedad se corresponde con lo que Cristo llama “el mundo”. Indicando el ámbito profano de las relaciones humanas. El “mundo” odiaba a Cristo y por eso le condenó a ser muerto de la forma más vil e inmisericorde. “Si el mundo os odia, sabéis que me ha odiado a mí antes que a vosotros” (Jn 15, 18) Dios no nos llama a formar parte de la sociedad, sino a ser su fermento. Nos dice que seamos levadura que transforme la masa de trigo en masa de pan lista para ser horneada. Nos dice que seamos sal que dé sabor a lo que no tiene sabor a Dios. Si la sal pierde su sabor ¿Quiénes serán los que sean símbolos de Cristo en mitad de la sociedad? “El alma habita ciertamente en el cuerpo, pero no es del cuerpo, y los cristianos habitan también en el mundo, pero no son del mundo” (Carta a Diogneto III)
San Agustín postuló la existencia de dos ciudades. Es decir, dos dimensiones humanas dentro del mismo colectivo humano: la Ciudad de Dios y la de los hombres. La Ciudad de Dios es la que conforma la semilla del Reino por medio de la sacralidad y la trascendencia. La Ciudad de los hombres, es la sociedad que pone como centro al ser humano y con todas sus limitaciones y su naturaleza herida.
La gloriosísima ciudad de Dios, que en el presente correr de los tiempos se encuentra peregrina entre los impíos..., conseguirá entonces con creces la victoria final y una paz completa (San Agustín. La Ciudad de Dios 1, Pról.)
¿Dónde quiere Dios que vivamos los cristianos? Es evidente que Dios sabe que únicamente si Él es el centro de todo, podrá darnos sentido y propiciar la salvación. Dios quiere que vivamos en la Ciudad de Dios, aunque esta Ciudad esté inserta dentro de la sociedad humana de cada momento de la historia. Dios nos manda amarle a Él sobre todas las cosas y lo hace porque sabe que únicamente amándolo a Él, podremos amar a nuestro prójimo.
Se te manda que ames a Dios de todo corazón, para que le consagres todos tus pensamientos; con toda tu alma, para que le consagres tu vida; con toda tu inteligencia, para que consagres todo tu entendimiento a Aquel de quien has recibido todas estas cosas. No deja parte alguna de nuestra existencia que deba estar ociosa, y que dé lugar a que quiera gozar de otra cosa. Por lo tanto, cualquier otra cosa que queramos amar, conságrese también hacia el punto donde debe fijarse toda la fuerza de nuestro amor. Un hombre es muy bueno, cuando con todas sus fuerzas se inclina hacia el bien inmutable. (San Agustín. La doctrina cristiana, 1,22)
No podemos poner al ser humano como centro de todo, porque estaremos reeditando el pecado original que se narra en el Génesis. Querer poner a la persona humana en el lugar de Dios es querer ser como dioses, dejar de necesitar a Dios. Desde el renacimiento y sobre todo a partir de la ilustración, se postula que el ser humano es la medida de todo y que con ello somos libres por fin. Este ideal nos ha traído multitud de guerras, desgracias, tiranías y la esclavitud. ¿Podemos reclamar que la persona humana sea el centro de la sociedad? Los podemos hacer si antes olvidamos a Dios y nos colocarnos a nosotros mismos como referentes de todo.
Las personas que han estudiado la historia moderna saben que en las ideologías modernas no dejan sitio para Dios. Tenemos el claro que todas ellas, como el nazismo y el comunismo, son ideologías prometeicas. Se dice prometeicas, porque utilizan el mito de Prometeo como sustrato sobre el que desarrollar sus propuestas. Prometeo, en la mitología griega, fue el titán que robó el fuego a los dioses para entregarlo a los seres humanos. Prometeo es una de las múltiples formas en que el maligno se presenta a los hombres para tentarnos.
Como católicos debemos tener claro que Cristo debe ser el centro de la sociedad para que pueda tener alguna esperanza de vivir en la verdadera Paz del Señor.