A MERCED DE DIOS- La Casa de Burgos
Aún hay Providencia.
En camisa y pantalón, por todo terreno, la tarde era calurosa, como de julio, sin documentación nos lanzamos los tres a la aventura.
Rezábamos a Don Bosco y a la Virgen, mientras la gente vociferaba, cantaba y blasfemaba. Mi compañero Antonio Martín, burgalés de pro, provocaba la risa, un tanto trágico-cómica, con su pantalón, ni corto ni largo, con una perneras llamativas y escandalosas. Mi atavío era más presentable, pues solía vestir de paisano.
La sotana solía ponerla para decir Misa. Anastasio Garzón, como coadjutor, iba de calle. Tomamos un tranvía, el primero que encontramos. El caso era escapar de aquel infierno y salvar de momento el pellejo.
¡Tanto enseña el instinto de la vida! Y el tranvía nos llevó a la Puerta del Sol, corazón de Madrid. Mi carné de maestro y la cédula personal de los otros, nos sirvieron, los primeros momentos, porque, providencia de Dios, los milicianos que nos los exigieron no sabían leer.
INCIDENCIAS – APUROS
A la deriva y sin norte, fuimos a parar a la Plaza de Santo Domingo, buscando donde ampararnos. Una pensión o fonda, corazonada o mejor, aviso de Dios, nos invitaba a pedir asilo. A la puerta campeaba este título que se nos antojó asilo o puerto de salvación: “Pensión Burgalesa”.
Y entramos, santiguándonos interiormente.
En nombre de los tres, con la elocuencia tímida y suplicante del que pide limosna de caridad, le descubrí al bueno del posadero nuestra condición de religiosos, nuestro desamparo y que no teníamos ni “blanca”. Dios quiso y movió el corazón de aquel hombre.
-Basta que sean ustedes mis paisanos para que los ampare, de familia. Tengo también un hijo religioso. Pueden quedarse en mi casa cuanto y como quieran.
Agradecidos volvimos al Colegio, por ver en qué paraba aquello. Lo encontramos en paz. Las turbas hambrientas del botín, que creían encontrar asaltaron nuestra casa, la saquearon, robaron muebles, ropas, libros y lo poco que encontraron.
De mi habitación se llevaron toda la ropa, calzados y libros de mi reciente estrenado sacerdocio.
Recorrimos las dependencias de nuestra profanada casa. En el comedor cenaban aparentemente tranquilos, los pocos internos que aún quedaban.
Topamos con el Director, D, Ramón Goicoechea, que ya mostraba actitudes y reacciones de locura. No pudimos hablar ni pedirle dinero. Los demás salesianos habían huido, a excepción de los dos o tres que, por su apariencia joven, pasaron como alumnos y fueron respetados.
Otro hermano, don Emilio Arce, que acompañaba al Director, pronto caería asesinado, como mártir. Con las orejas gachas, como habíamos ido, volvimos al asilo y refugio del generoso burgalés. Nos dio cena abundante, cama mullida y acogedora y nos concedió fianza, sin medida de tiempo. Todo a crédito.
Beato Emilio Arce Díez, S.D.B.
Coadjutor salesiano de la comunidad de Atocha nacido en San Martín de Ubierna, Burgos, el 31 de octubre de 1908. Entró como aspirante en la casa salesiana de Baracaldo y luego pasó al noviciado de Carabanchel Alto. Allí profesó como salesiano en 1926. Con votos temporales estuvo en las casas de Sarriá, Astudillo y La Coruña. De 1931 a 1933 estuvo destinado de nuevo en Astudillo; después, en Carabanchel Alto durante un curso y, a partir de 1934, en Madrid-Atocha, donde será otro de los salesianos de la comunidad víctima de la persecución religiosa.
El 23 de julio de 1936, don Emilio junto a otro salesiano venía de visitar el colegio de Atocha cuando ambos fueron detenidos junto con un antiguo alumno que les acompañaba, en las cercanías de dicho colegio. Aunque, poco tiempo después, tanto el antiguo alumno como don Emilio fueron puestos en libertad, el salesiano no regresó a la pensión La Giralda, en la calle Esparteros, 6, donde, estaban refugiados él y don Victoriano Fernández (el otro salesiano). Parece que aquella misma tarde del 23 de julio lo liberaron, le detuvieron nuevamente cerca del colegio. Algunos testigos “de oídas’ afirman que fue conducido a la Casa de Campo. Que antes de ser ejecutado pidió licencia a sus asesinos para hablar y se la concedieron. El gritó por tres veces: “¡Viva Cristo Rey!”, y cayó víctima de la descarga. Al día siguiente se exhibía su cadáver en el depósito judicial de Santa Isabel, y fue perfectamente reconocido e identificado por varias personas. Fue beatificado en 2008.
Aún hay Providencia.
En camisa y pantalón, por todo terreno, la tarde era calurosa, como de julio, sin documentación nos lanzamos los tres a la aventura.
Rezábamos a Don Bosco y a la Virgen, mientras la gente vociferaba, cantaba y blasfemaba. Mi compañero Antonio Martín, burgalés de pro, provocaba la risa, un tanto trágico-cómica, con su pantalón, ni corto ni largo, con una perneras llamativas y escandalosas. Mi atavío era más presentable, pues solía vestir de paisano.
La sotana solía ponerla para decir Misa. Anastasio Garzón, como coadjutor, iba de calle. Tomamos un tranvía, el primero que encontramos. El caso era escapar de aquel infierno y salvar de momento el pellejo.
¡Tanto enseña el instinto de la vida! Y el tranvía nos llevó a la Puerta del Sol, corazón de Madrid. Mi carné de maestro y la cédula personal de los otros, nos sirvieron, los primeros momentos, porque, providencia de Dios, los milicianos que nos los exigieron no sabían leer.
INCIDENCIAS – APUROS
A la deriva y sin norte, fuimos a parar a la Plaza de Santo Domingo, buscando donde ampararnos. Una pensión o fonda, corazonada o mejor, aviso de Dios, nos invitaba a pedir asilo. A la puerta campeaba este título que se nos antojó asilo o puerto de salvación: “Pensión Burgalesa”.
Y entramos, santiguándonos interiormente.
En nombre de los tres, con la elocuencia tímida y suplicante del que pide limosna de caridad, le descubrí al bueno del posadero nuestra condición de religiosos, nuestro desamparo y que no teníamos ni “blanca”. Dios quiso y movió el corazón de aquel hombre.
-Basta que sean ustedes mis paisanos para que los ampare, de familia. Tengo también un hijo religioso. Pueden quedarse en mi casa cuanto y como quieran.
Agradecidos volvimos al Colegio, por ver en qué paraba aquello. Lo encontramos en paz. Las turbas hambrientas del botín, que creían encontrar asaltaron nuestra casa, la saquearon, robaron muebles, ropas, libros y lo poco que encontraron.
De mi habitación se llevaron toda la ropa, calzados y libros de mi reciente estrenado sacerdocio.
Recorrimos las dependencias de nuestra profanada casa. En el comedor cenaban aparentemente tranquilos, los pocos internos que aún quedaban.
Topamos con el Director, D, Ramón Goicoechea, que ya mostraba actitudes y reacciones de locura. No pudimos hablar ni pedirle dinero. Los demás salesianos habían huido, a excepción de los dos o tres que, por su apariencia joven, pasaron como alumnos y fueron respetados.
Otro hermano, don Emilio Arce, que acompañaba al Director, pronto caería asesinado, como mártir. Con las orejas gachas, como habíamos ido, volvimos al asilo y refugio del generoso burgalés. Nos dio cena abundante, cama mullida y acogedora y nos concedió fianza, sin medida de tiempo. Todo a crédito.
Beato Emilio Arce Díez, S.D.B.
Coadjutor salesiano de la comunidad de Atocha nacido en San Martín de Ubierna, Burgos, el 31 de octubre de 1908. Entró como aspirante en la casa salesiana de Baracaldo y luego pasó al noviciado de Carabanchel Alto. Allí profesó como salesiano en 1926. Con votos temporales estuvo en las casas de Sarriá, Astudillo y La Coruña. De 1931 a 1933 estuvo destinado de nuevo en Astudillo; después, en Carabanchel Alto durante un curso y, a partir de 1934, en Madrid-Atocha, donde será otro de los salesianos de la comunidad víctima de la persecución religiosa.
El 23 de julio de 1936, don Emilio junto a otro salesiano venía de visitar el colegio de Atocha cuando ambos fueron detenidos junto con un antiguo alumno que les acompañaba, en las cercanías de dicho colegio. Aunque, poco tiempo después, tanto el antiguo alumno como don Emilio fueron puestos en libertad, el salesiano no regresó a la pensión La Giralda, en la calle Esparteros, 6, donde, estaban refugiados él y don Victoriano Fernández (el otro salesiano). Parece que aquella misma tarde del 23 de julio lo liberaron, le detuvieron nuevamente cerca del colegio. Algunos testigos “de oídas’ afirman que fue conducido a la Casa de Campo. Que antes de ser ejecutado pidió licencia a sus asesinos para hablar y se la concedieron. El gritó por tres veces: “¡Viva Cristo Rey!”, y cayó víctima de la descarga. Al día siguiente se exhibía su cadáver en el depósito judicial de Santa Isabel, y fue perfectamente reconocido e identificado por varias personas. Fue beatificado en 2008.