El título de esta entrada de blog propone algo que nuestra sociedad es incapaz de comprender. Nuestra sociedad y en muchas ocasiones, la misma Iglesia, olvida que el sentido va más allá de lo aparente y socio-cultural.
Al hablar de mística, seguro que se nos vienen a la imaginación una imagen elaborada durante el barroco y adaptada durante romanticismo. Parece que la mística conlleva decir cosas incomprensibles con los ojos en blanco, mientras estamos en una postura imposible de sostener. La mística cristiana es mucho más que estas imágenes tan lejanas a nuestra realidad actual. La mística se apoya en la dinámica de la sacralidad, que es algo que nos acompaña desde que el se humano fue creado por Dios.
Hablar de mística es hablar de la insondable revelación de Dios al ser humano. Es hablar del Logos, Cristo, que se ofrece a todos a través del Espíritu Santo. Es el anhelo de encontrarse con Dios, que nos trasciende y restaura nuestra naturaleza. Dios se revela gratuitamente, con sobreabundancia y no nos obliga a acercarnos a Él si no lo anhelamos. Siempre nos espera con paciencia. Tenemos que tener una predisposición activa para encarnar en nosotros la revelación. Una predisposición que nazca en el centro de nuestro ser, alimentada por el Espíritu.
La palabra mística está en relacionada directamente con el "misterio" (μύστης), entendido como aquello que nos trasciende y nos sobrepasa. Este "misterio" no es algo que posean unos pocos "elegidos" y por lo que hay que pagar tributo humano para acceder. Está delante de nuestros ojos, pero somos incapaces de verlo. En los Evangelios se suele representar como una puerta, luz o un velo, que debe de ser abierto o traspasado. Por ejemplo, Cristo llama y espera que el abramos. ¿Qué nos promete si le abrimos? Leamos la Carta a la Iglesia de Laodicea:
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor, le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono. (Ap 3, 20-22)
¿Le abrimos? No es nada sencillo, porque conlleva un compromiso tan profundo, que nos asusta. Preferimos quedarnos en las medias tintas que tanto gustan a la sociedad. La mística traspasa este miedo. Nos señala la forma de andar tras Cristo. Andar el camino que busca y encuentra a Dios en todo lo que existe. La mística busca penetrar en el misterio que Dios vela, esconde, para darnos libertad. ¿Pero no se rasgó el velo del templo cuando Cristo murió? Sí: Porque nada hay encubierto, que no haya de descubrirse; ni oculto, que no haya de saberse. (Lc 12,2). Dios no obliga a nadie a abrir la puerta de su ser.
La mística no es un camino único estandarizado. Cada místico tiene una relación personal con Dios. En esta comunicación, existen múltiples enfoques: emocionales, intuitivos o intelectuales. Ninguno de estos senderamos invalida los demás. Más bien todo lo contrario, cada aspecto complementa los demás dando coherencia, profundidad y sentido a nuestra Fe.
Dios nos ha regalado una llave que permite abrir más fácilmente la puerta de nuestro ser. ¿Cuál es este regalo? Es el Corazón de Jesús, que celebramos y recordamos en este mes de junio. Un mes que podríamos dedicar a contemplar la presencia de Cristo en todo y todos. Un mes en el que podemos orar, hacer obras de misericordia y caridad, siempre viendo a Cristo en quien necesita de nosotros. Un mes en el que elevarnos un poquito, dejando lo socio-cultural en segundo término. Subir unos pocos milímetros y sentir cómo la Luz de Dios nos llena de sentido.
No es frecuente encontrarse con una persona mística. Tampoco es sencillo encontrar una comunidad comprometida para apoyarse en este camino místico. Nunca lo ha sido. Por eso los místicos suelen ser personas que parece que viven un poco apartados de los demás. Incluso parece que se esconden. No es así. Más bien es todo lo contrario. La sociedad señala a quien no hace lo "bien visto" y adecuado al momento social que vive. El místico no guarda estos convencionalismos, por lo que es frecuente que se le ignore con indiferencia. Se dice que anda en "las nubes" y que es inútil a los intereses del mundo. Por eso es complicado verlo y tratarlo.
Hablando del Sagrado Corazón de Jesús, tenemos muchos místicos que han ido señalando el Camino. En el siglo XIII Santa Gertrudis Magna, vivió sus experiencias místicas en un monasterio de Helfta (Alemania). Aunque es la primera persona reconocida, antes de ella, el Sagrado Corazón aparece en diversos templos y manifestaciones artísticas. Podemos citar también a la Hna. Ana Laura Forastieri, mística del Sagrado Corazón actual. Santa Margarita María de Alacoque, vivió su experiencia mística en Paray le Monial (Francia). Cada persona que difunde el conocimiento, respeto y devoción al Sagrado Corazón, ayuda a que la mística no desaparezca entre nosotros. El objetivo no es llenar estadios de gente, generar peregrinaciones inmensas o movilizar a media cristiandad. La cantidad no tiene nada que ver con la calidad. El objetivo es que veamos, sintamos y hagamos que Cristo sea el centro de nuestra vida.
Nuestra vida cristiana necesita mística, porque sin ella nos quedamos en un mundo espiritual plano, indiferente, un mundo carente de trascendencia espiritual. El ámbito social ya no ofrece una gran cantidad de sustitutos a esta horizontalidad espiritual. Tantas alternativas, que las nuevas generaciones van viendo la fe como algo pasado de moda. Algo que no les aporta más que una ONG o un grupo personas comprometidas en lo social. ¿Por qué nuestros templos están cada día más vacíos? Quizás lo que ofrecemos no encienda la llama del misticismo espiritual que todos necesitamos. Esto también en Nueva Evangelización, aunque lo tengamos muy olvidado. Dios nos ayude a seguir adelante día a día.