Desde la Ascensión el número de los enviados por el Señor va creciendo y creciendo. ¿Y cómo son estos heraldos para los destinatarios, cómo eran quienes me anunciaron la Resurrección?
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero [que anuncia la paz,] que pregona la buena noticia! (Rm 10,15).
Casi todo el libreto está construido con citas del AT; en esta ocasión Jennens, se sirve de un versículo de la Carta a los Romanos; concretamente con una variante textual, que aparece en varios manuscritos, y que aproxima la cita de S. Pablo, aún más, al oráculo deIsaías (Is 52,7) al que expresamente remite el Apóstol. Y Händel, en una de las más sentidas arias de todo el oratorio, lo pone, tras una hermosa introducción de las cuerdas, en boca de una soprano.

Jerusalén está desolada, no hay templo y, por ello, falta la presencia de Dios. Lo más propio de ella, su razón de ser le falta. Así el hombre tras el pecado, desolado; él que había sido creado para ser templo de Dios, se encuentra totalmente vacío. Los centinelas miran a su alrededor deseosos, pero impotentes. Y, sobre los montes que rodean a Jerusalén, ven llegar correr ligero a un heraldo. Sus pasos son alegres, como quien sabe que va a recibir albricias por la noticia que lleva.

¡Qué bellos son sus pies avanzando por el camino! Hermosos para quien anhela las nuevas que él porta, para quien tiene apetito de divinidad, para quien ansía la salvación. La presencia de su caminar en el vacío anhelante de Dios hace que muestren su belleza, que su carrera nos remita más allá de ellos mismos, a la noticia que trae, a pesar de la distancia.

Corre ligero, como quien con el corazón dilatado camina por la voluntad del Señor (cf. Sal 117,32). Su carrera es diferente, su ligereza no es fruto de sus fuerzas simplemente; tiene la diligencia del que obedece a Dios, la velocidad del que ha sido sanado por la gracia. Sus noticias solamente pueden venir de la misericordia divina.

Viene a anunciar la paz, a proclamar que la división, traída por el pecado, entre los hombres y Dios, entre los hombres entre sí, entre los hombres y la creación, y la división con uno mismo ha sido restañada. El hombre puede volver a la comunión con Dios. Es noticia de la bondad de Dios.

Y el oráculo completo de Isaías prosigue:
¡...que pregona la victoria! Que dice a Sión: "Tu Dios es Rey" (Is, 52,7).
Cristo ha resucitado y está entronizado a la derecha del Padre. Viene a traer vida a la ciudad desolada, a cada uno de los pecadores, y a poner la sede de su gloria en ella.