Agradecemos a Martin Ibarra que nos permite la publicación de esta ponencia (como hizo con la suya del beato Salvio Huix) que fue pronunciada por don Fernando del Moral Acha, adjunto a la dirección de la Oficina para las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal Española. Y, lógicamente, a su autor que nos la ofrece para el blog y los que atentamente siguen el tema martirial. Gracias por su generosidad.

El tema que se asignó fue La oración en algunos mártires de vida contemplativa y fue la primera conferencia dictada en la tarde del sábado 19 de octubre de 2024.

LA ORACIÓN EN ALGUNOS MÁRTIRES DE VIDA CONTEMPLATIVA

XII Jornadas Martiriales - Universidad Abat Oliba (Barcelona) - 19 de octubre de 2024

Queridísimo D. Juan Antonio, muy querido D. Martín Ibarra y organizadores de estas Jornadas, señoras y señores

En primer lugar, quiero agradecer la invitación que se me ha hecho a participar en estas Jornadas martiriales. Para comenzar esta conferencia quiero citar unas palabras del Papa Francisco que nos sitúen ante la realidad de la que vamos a hablar: la vida contemplativa, ¡auténtico tesoro de la Iglesia! Dice el Papa: «¿qué sería de la Iglesia sin vosotras y sin cuantos viven en las periferias de lo humano y actúan en la vanguardia de la evangelización? La Iglesia aprecia mucho vuestra vida de entrega total. La Iglesia cuenta con vuestra oración y con vuestra ofrenda para llevar la buena noticia del Evangelio a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo. La Iglesia os necesita.

No es fácil que este mundo, por lo menos aquella amplia parte del mismo que obedece a lógicas de poder, de economía y de consumo, entienda vuestra especial vocación y vuestra misión escondida, y sin embargo la necesita inmensamente. Como el marinero en alta mar necesita el faro que indique la ruta para llegar al puerto, así el mundo os necesita a vosotras. Sed faros, para los cercanos y sobre todo para los lejanos. Sed antorchas que acompañan el camino de los hombres y de las mujeres en la noche oscura del tiempo. Sed centinelas de la aurora (cf. Is 21,11-12) que anuncian la salida del sol (cf. Lc 1,78). Con vuestra vida transfigurada y con palabras sencillas, rumiadas en el silencio, indicadnos a Aquel que es camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6), al único Señor que ofrece plenitud a nuestra existencia y da vida en abundancia (cf. Jn 10,10). Como Andrés a Simón, gritadnos: «Hemos encontrado al Señor» (cf. Jn 1,40); como María de Magdala la mañana de la resurrección, anunciad: «He visto al Señor» (Jn 20,18). Mantened viva la profecía de vuestra existencia entregada».

La Iglesia ha custodiado y alentado siempre la vida contemplativa reconociendo en ella -lo acabamos de escuchar- un faro, un centinela y un guía. También en medio del horror de la persecución religiosa de los años treinta la vida contemplativa brilló con luz propia señalando en medio del odio y la muerte una palabra de perdón y reconciliación. Actualmente hay 105 miembros de la vida contemplativa beatificados (en torno al 5% del total) y 22 cuyos Procesos han sido abiertos, un total de 127.

En ellos se cumplen las palabras de san Juan Pablo II:  «Las comunidades claustrales, puestas como ciudades sobre el monte y luces en el candelero (cf. Mt 5, 14-15), a pesar de la sencillez de vida, prefiguran visiblemente la meta hacia la cual camina la entera comunidad eclesial que, «entregada a la acción y dada a la contemplación, se encamina por las sendas del tiempo con la mirada fija en la futura recapitulación de todo en Cristo, cuando la Iglesia «se manifieste gloriosa con su Esposo (cf. Col 3, 1-4)», y Cristo « entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad [...], para que Dios sea todo en todo » (1 Co 15, 24.28)».

Antes de entrar en la materia propia de esta conferencia, la vida de oración de estos mártires, me gustaría señalar la realidad de la vida contemplativa en España en aquellos años treinta del siglo XX. La fuente de donde he extraído los datos es el Anuario Eclesiástico donde sí se recoge el número de monasterios, pero no en todos los casos se aportan los datos del número de religiosos. Los Monasterios de vida contemplativa al iniciarse la década de los treinta del siglo pasado en España era de 916 que albergaría -y este dato es fruto de estadística- unos 15.000 religiosos (Hoy 712 monasterios 7906 monjes/as).

La vida de aquellos religiosos se desarrollaba en medio del silencio y el trabajo propio de su vocación que como señala la exhortación Vita consecrata: «la vida de las monjas de clausura, ocupadas principalmente en la oración, en la ascesis y en el progreso ferviente de la vida espiritual, «no es otra cosa que un viaje a la Jerusalén celestial y una anticipación de la Iglesia escatológica, abismada en la posesión y contemplación de Dios». A la luz de esta vocación y misión eclesial, la clausura responde a la exigencia, sentida como prioritaria, de estar con el Señor. Al elegir un espacio circunscrito como lugar de vida, las claustrales participan en el anonadamiento de Cristo mediante una pobreza radical que se manifiesta en la renuncia no sólo de las cosas, sino también del «espacio», de los contactos externos, de tantos bienes de la creación. Este modo singular de ofrecer el «cuerpo» las introduce de manera más sensible en el misterio eucarístico. Se ofrecen con Jesús por la salvación del mundo. Su ofrecimiento, además del aspecto de sacrificio y de expiación, adquiere la dimensión de la acción de gracias al Padre, participando de la acción de gracias del Hijo predilecto».

Para un contemplativo el lugar es importante, entran en un Monasterio y allí mueren (a diferencia de las congregaciones de vida activa que se caracterizan por su movilidad). A la hora de acercarnos a nuestros mártires contemplativos es importante también darnos cuenta que ellos forman parte de los lugares; en muchos pueblos y ciudades los Monasterios y conventos conforman la fisonomía del pueblo. El mapa martirial de la vida contemplativa recorre todos los puntos de España donde hubo persecución religiosa por lo que me he permitido señalar cinco ejemplos, tres de vida femenina y dos masculina como botón de muestra de lo que fue el clima general en todos los casos. Los mártires elegidos son: las Beatas María Pilar, Teresa y Mª Ángeles, Carmelitas Descalzas de Guadalajara; la Beata María Sagrario de san Luis Gonzaga, también carmelita descalza, de Madrid; la Beata María Guadalupe Ricart Olmos, monja servita de Valencia, las siete Beatas mártires del primer Monasterio de la Visitación de Madrid, a los Beatos mártires benedictinos del Pueyo en Barbastro y Monserrat en Madrid y a los Beatos cistercienses de Santa María de Viaceli en Santander.

Estos ejemplos son una muestra de las distintas tradiciones monásticas tanto de la Iglesia como de su presencia en España.  Con su particular riqueza carismática, la vida de todos ellos está articulada desde la oración, el trabajo, el silencio y la vida fraterna; estos cuatro son elementos característicos de su existencia sin descuidar el ejercicio de una caridad externa que queda también manifiesto en muchos casos. Apartados del mundo, pero no ajenos a él, apartados del ruido de la vida cotidiana de los pueblos, pero no despreocupados de sus necesidades: los tornos de os monasterios son un lugar de continua escucha y caridad.

Para un contemplativo la oración es el eje sobre el que giran el resto de dimensiones de su vida: «Por la oración de intercesión, tenéis un papel fundamental en la vida de la Iglesia. Rezáis e intercedéis por muchos hermanos y hermanas presos, emigrantes, refugiados y perseguidos, por tantas familias heridas, por las personas en paro, por los pobres, por los enfermos, por las víctimas de dependencias, por no citar más que algunas situaciones que son cada día más urgentes. Vosotras sois como los que llevaron al paralítico ante el Señor, para que lo sanara (cf. Mc 2,1-12). Por la oración, día y noche, vosotras acercáis al Señor la vida de muchos hermanos y hermanas que por diversas situaciones no pueden alcanzarlo para experimentar su misericordia sanadora, mientras que él los espera para llenarlos de gracias. Por vuestra oración vosotras curáis las llagas de tantos hermanos». Y esto fue lo que vivieron nuestros mártires.

Para acercarnos a su experiencia de oración dividiremos el texto en tres partes: los mártires como almas de oración, los mártires como maestros de oración y la oración como preparación de su martirio.

Almas de oración

Los testimonios recogidos en los años posteriores a sus martirios señalan unánimes el espíritu de oración en el que vivían y con el que se prepararon para el momento sublime de su martirio. De la Beata Mª Teresa, de Guadalajara dicen: «Teresa oraba con el espíritu y oraba con el cuerpo. Al trazar su plan de vida antes de la Profesión Solemne daba su toquecito sobre la vida de oración. Una de las hermanas refiere: “Aprovechando la oscuridad del coro durante ese tiempo, estaba largos ratos postrada con el rostro en tierra” (…) Testigos de muchos años aseguran que “rezaba el Oficio Divino con tal devoción y recogimiento, como si alternando con los Ángeles las divinas alabanzas, quisiese igualarlos en fervor”». De los Benedictinos sabemos que los «monjes de coro gastaban cada día unas cinco horas diarias en la oración litúrgica, que aumentaban considerablemente en las solemnidades». Además, como recuerda un folleto explicativo de Silos «el monje debe dedicarse a la oración mental y no descuidar, por su parte, en privado, ninguno de los ejercicios propios de la piedad católica, tales como el rosario, visitas frecuentes al Santísimo Sacramento, examen de conciencia, Via Crucis, etc». Lo mismo puede decirse de la Comunidad mártir de Viaceli, del Beato Juan Bautista Ferrís se recuerda su piedad en la celebración de la Misa o el canto del Oficio divino hasta casi transfigurarse.

También de la Beata Mª Sagrario de san Luis Gonzaga [sobre estas líneas, imagen que se venera en la parroquia toledana de Lillo, donde nació la mártir carmelita] «la impresión más corriente entre las religiosas de su comunidad es que era alguien que tenía un gran espíritu de oración. Dicen: “tenía un espíritu muy carmelitano. Alma de mucha oración”. Una de ellas, recogiendo el sentir de las demás, explica: “en cuanto a su espíritu de oración, por de pronto quiero destacar que las religiosas antiguas afirmaban y afirman de ella que bastaba verla para sentir como una llamada a la vida interior, por los reflejos que de esta vida vivida por ella  en ella se percibían” (…) Amaba tanto la vida y el ejercicio de la oración que llegó a decir alguna vez “que no la importaba el quedarse ciega porque de esta suerte podía estar todo el día dedicada a la oración».

Pero no debemos pensar en seres angelicales ajeno a las dificultades que cada uno de nosotros encontramos cuando rezamos, he encontrado el testimonio de la Beata Mª Engracia Lecuona, visitadina, que revela su lucha: «Yo no siento ningún fervor, al menos sensible, pero sí deseos de vivir unida a la santísima Voluntad de Dios, procurando estar contenta con lo que Él dispone, y así siento dentro de mí un no se qué, que me hace decir: ¡qué feliz soy!». Experiencia similar recoge su hermana de Orden, la Beata Teresa Mª Cavestany: «¡Es la obra de Dios! Que excluye por completo toda acción personal… El alma se siente sola, abandonada, pero entretanto Dios está haciendo en ella su obra divina. Ella no ve, no sabe, no entiende nada, pero Dios nuestro Señor, como una madre amorosísima, la va llevando por esas tinieblas, entre sus brazos, y el alma no tiene más que confiar, aún más, abandonarse por completo amando más que nunca, como se abandona el niño pequeño en los brazos de su madre».

Se ve que la vida de oración del contemplativo alterna la oración litúrgica y la personal llegando a un estado de oración permanente así lo recoge la Beata Mª Teresa en una de sus cartas: «esta es la vida del Carmelo, vida de oración continúa, de unión con Jesús». El Beato Mauro Palazuelos experimenta una gran turbación al hacerse cargo, siendo tan joven (31 años), del priorato del Pueyo, pero un religioso le tranquiliza: «No pase cuidado, usted procure rezar bien el breviario y Dios le ayudará» y un testigo afirmará tras su muerte: «Era un alma enteramente dada a Dios por la oración».

También aparece en las Actas del Proceso como nota característica de la Beata Guadalupe Ricart, monja servita, «su amor a Jesús crucificado. Sentía como suya la Pasión del Señor. Todos los días practicaba el piadoso ejercicio del Via Crucis (…) El momento del día que escogía para su oración, cuando no desempeñaba ningún cargo, era de madrigada, apenas levantada, antes de la recitación coral de las Horas (…) La búsqueda del silencio de la noche y la tenacidad en el concebir formas de oración practicadas a escondidas, demuestran el espíritu de oración que la animaba y que expresaba la profundidad de su amor».

Maestros de oración

La importancia de la oración no se manifiesta solo en sus vidas sino en sus palabras, ya sea porque algunos ejercicios cargos de gobierno en sus respectivas Comunidades ya sea porque en sus cartas aconsejan esta práctica y animan a su consecución.

Por ejemplo, merece la pena transcribir un párrafo de la carta que la Beata Mª Teresa escribe a su hermano Julián, el 20 de diciembre de 1935, con ocasión de su ordenación sacerdotal. En esta misiva la carmelita descalza manifiesta -a ejemplo de Santa Teresita de Lisieux- toda su maternidad espiritual: «Y ahora me perdonarás que como hermana mayor, te dé solo tres consejos (paso al segundo que es el que más nos interesa directamente) El segundo consejo que te quería dar, es que tengas mucha vida interior, vida de oración, vida sobrenatural, muy sobre lo que es terreno y humano, esa vida de fe que nos hace triunfar de las tentaciones, como dice san Pablo: “Esta es la victoria que vence al mundo, vuestra fe”. De todas las definiciones que he leído de lo que debe ser un apóstol, la que más me gusta es la que da el padre Crawley, dice: “que un apóstol debe ser un cáliz que rebosa”, es decir, un alma llena de Jesús, que vive la viva divina y que rebosa esa vida a las almas; que eso sea tu vida, para que puedas decir con el Apóstol: “Mi vivir es Cristo”».

La Beata Guadalupe Ricart [sobre estas líneas] ejerció los cargos de Maestra de Novicias y Priora de su Comunidad. Durante estos períodos destacó por impulsar en cada una de las monjas un profundo espíritu de oración sobre todo (porque forma parte del carisma de la Orden) en torno al misterio de la Pasión del Señor y de la contemplación de los Dolores de la Virgen: «A la meditación de los Dolores de la Virgen -recuerdan los testigos- dedicaba el tiempo que seguía inmediatamente al descanso de la tarde y deseaba que las novicias lo aprendieran de memoria el Via Matris para poder hacerlo incluso cuando no había suficiente luz».

La Beata Mª Sagrario ejercicio también los cargos de Maestra y Priora en el Carmelo de santa Ana y san José. Recuerda Santa Teresa en las Constituciones de la Orden que «La Maestra de novicias sea de mucha prudencia y oración y espíritu (…) mire la que tiene este oficio, que no se descuide en nada, porque es criar almas para que more el Señor». Ya la luz del testimonio de los que la trataron parece que lo consiguió.  «una de sus novicias decía: “siempre veía a la madre como una santa, desde que entré hasta el final; la veía siempre, siempre, siempre recogida, con un semblante de recogimiento, de paz, de serenidad, no sé cómo explicarme» Y «su sobrino José Luis certifica: “yo recuerdo que mostraba mucho interés en que también nosotros rezáramos y le pidiéramos a Dios; y cuando veníamos a visitarla ella nos lo preguntaba”».

Del Beato Pío Heredia, Cisterciense, se destaca su influjo en el crecimiento espiritual de la Comunidad de Viaceli (él provenía de un Monasterio en Getafe), desde su misión de maestro de novicios. Destacan los testigos su entusiasmo por la vida litúrgica encontrando en los textos litúrgicos todo lo que su alma deseaba. Trabajó también con pasión en la labor de docencia desde el ámbito de la investigación y divulgación litúrgica. También su predicación estaba marcada por la importancia de la oración.

Oración mariana

Para terminar, querría dedicar mis últimas palabras a mostrar como todo lo dicho anterior preparó el alma, el ánimo interior década uno de estos mártires para el momento supremo de la entrega de su vida. Es común encontrarnos en la mayor parte de los relatos martiriales como murieron rezando, como signo de perdón y de abandono a la Voluntad de Dios.

Ahora querría señalar una particularidad, el sabor mariano de esta oración. María acompaña a estos hijos suyos en el momento de su Calvario, como acompañó a Jesús en la Cruz. Entre todos los testimonios señalo dos: las Beatas mártires de la Visitación y los Beatos Benedictinos del Pueyo.

Las siete visitadinas están escondidas en el bajo de la calle González Longoria nº 4 de Madrid. Es un semisótano. Poco se habían podido llevar de su Monasterio, pero sí una sencilla imagen de la Virgen de Lourdes. Allí está sobre una columna en un pasillo. Testigo maternal de los últimos meses de vida de estas siete hijas suyas. Supera los registros, siempre se salva, no la destruyen (de hecho, todavía se conserva hoy en el I Monasterio de la Visitación de Madrid y la exponen para veneración pública en la memoria litúrgica de las Beatas). La noche del 17 al 18 de noviembre de 1936 es la última vigilia nocturna, al día siguiente seis de ellas coronarán su vida. Esa noche «no se acostaron. La pasaron en vigilia de oración personal y comunitaria (junto a la Virgen) “Quedaron toda la noche en oración disponiéndose lo mejor que pudieron, al sacrificio, en el caso que el Señor quisiera aceptarlas como hostias de holocausto”». No ternemos datos interiores sobre esa noche, pero me atrevo a hacer una suposición: la Orden de la Visitación tiene la costumbre de renovar sus votos en la Fiesta de la Presentación de la Virgen, cada 21 de noviembre y lo anteceden con un Triduo (18-20 de noviembre) de oración y silencio, Ellas no renovarán sus votos en 1936, mejor dicho, los sellarán para siempre con el derramamiento de su sangre. Quizás en aquella noche resonara en sus almas lo que se recogía en la oración colecta de la Misa del 21: «que por intercesión de la Virgen María, Morada del Espíritu Santo, nos concedas la gracia de merecer ser presentadas en el templo de tu gloria» … La última mirada al salir detenidas para el martirio fue para esa imagen de Nuestra Señora: «Ahí tienes a tu Madre…»

Tarde del día 28 de agosto de 1936, junto a las tapias del cementerio de Barbastro. Ahí está, de pie, el Beato Mauro Palazuelos Prior benedictino. Asó lo cuenta el que lo mató: «cuando le llevábamos a matar, alentaba enardecido a sus compañeros que iban en el camión, rezando y cantando a su madre. ¡Bien amarrado iba!; y pidió ir a pie, siguiendo al camión. Al subir la cuesta del cementerio, cuanto más cantaba, más me enfurecía yo, pegándole fuertes golpes con el fusil.  Dicho fraile, dirigiéndose a sus compañeros, les dijo: “Perdonad a vuestros verdugos, que pronto entraremos en la gloria”. Tal rabia tomé a ese fraile, que advertí a los otros milicianos: “Vosotros cuidad de los demás: a éste me le cargo yo”.

Pasado el Hospital, cercano al cementerio, aquel fraile nos pidió la gracia de despedirse de su madre. Algunos camaradas míos se la otorgaron, diciendo: ¿qué tiene que ver se despida de su madre? (Creían se refería a su madre natural recluida en dicho hospital). Yo le mandé seguir adelante, pero, al fin, accedí a su deseo. Entonces comenzó a entonar una canción a la Virgen. Al verme yo contradicho con esta salida, rabioso le golpeé con más fuerza» (…) Junto a la pared del cementerio, le dije con malas palabras: “¿Cómo quieres morir, mirando a la pared, o mirando a tu Madre?”. Y dirigiendo él la mirada hacia el convento del Pueyo, contestó: “Mirando a mi Madre”. Entonces, al comprender que se refería a la Virgen de ese convento, le dije: “Te voy a apuntar para que no cantes más a tu Madre”. Le disparé un tiro en la boca

No le quitan la vida, la entrega libremente. ¡Mirando a mi Madre! Responde sereno. Dirige su mirada hacia la Virgen del Pueyo y en las primeras notas de una última Salve cantada a pleno pulmón entra en el cielo con María en los labios y María en el corazón, como había sido la vida de sus compañeros.

Que el ejemplo de estos Beatos mártires nos impulse a vivir este Año de la oración y de su mano nos introduzcan en la vivencia del Jubileo de 2025 bajo la luz de la esperanza.

¡Muchas gracias!

[Don Fernando proclamando el Evangelio en la misa de clausura de este domingo en la Catedral de Barcelona].