Evangelizar es dar testimonio del Evangelio y transmitirlo a los demás. No es una tarea sencilla, ya que el mundo es contrario a la medicina que llevamos con nosotros. Cuando señalemos la enfermedad, habrá quienes se revuelvan, digan que están sanos y que somos profetas de calamidades diversas. Cuando les contestemos con caridad, esta misma caridad les arderá en sus heridas, produciendo ataques más o menos violentos. ¿Qué es lo que produce estas reacciones? San Juan Crisóstomo les llama bestias y aunque a alguno le “duela” leerlo, las llevamos todos dentro de nosotros.
¿Y cuáles son estas bestias? La ira, la tristeza, la envidia, la altercación, las calumnias, las acusaciones, la mentira, la simulación, las asechanzas, las imprecaciones contra los que no han hecho mal alguno, la alegría por el cansancio de los ministros, la tristeza por su buen hacer en el cumplimiento de su obligación, el amor de las alabanzas, el deseo de honra (que es lo que sobre todas cosas precipita el ánimo humano) las doctrinas acomodadas al gusto de los oyentes, las viles adulaciones, las lisonjas bajas, el desprecio de los pobres, los obsequios a los ricos, los honores inconsiderados y las gracias dañosas, que igualmente son peligrosas a los que las hacen y a los que las reciben; el temor servil, y que solamente conviene a los esclavos más viles; el no tener libertad para hablar; una humildad toda aparente, pero ninguna en la realidad; el no aplicar las reprensiones y el castigo, o tal vez emplearlas sin medida contra personas humildes, no habiendo quien se atreva, ni aun a abrir la boca contra aquéllos que tienen el gobierno. (San Juan Crisóstomo. Seis libros sobre el sacerdocio. III, IX)
Por desgracia estas bestias nos afectan a todos. A veces el cristianismo se entiende como confrontación entre hermanos y encontramos bandos en donde debería haber una única Iglesia. Bandos que se entienden de forma que quien no pertenece a “los nuestros”, se considera un enemigo potencial. Mientras nos dedicamos a maltratarnos entre nosotros, dejamos que la cosecha sea invadida por la cizaña. No es nada raro que la herida de la envidia nos lleve a sentirnos dolidos con quien toca la herida que tanto nos duele. En vez de darnos cuenta que necesitamos la Gracia de Dios para curarla, nos enfrentamos con quien se atrevió a tocar la herida. Vemos el problema en el hermano que señala la herida y no en nosotros. San Juan Crisóstomo pone por delante de todas estas bestias a una muy peligrosa para el evangelizador:
Y sobre todos los males, es aquel terribilísimo escollo de la vanagloria, más peligroso que los prodigios que fingen los poetas. Muchos, en la realidad, pudieron, navegando, pasar éste sin recibir daño alguno; pero a mí me parece tan peligroso, que aun ahora, cuando ninguna necesidad me arrebata a semejante abismo, apenas puedo verme libre de este mal.
Si alguno pusiese en mis manos semejante carga, sería lo mismo que si me atase las manos atrás, y me diese por presa a las bestias que habitan en aquel escollo, para que cada día me despedazasen. (San Juan Crisóstomo. Seis libros sobre el sacerdocio. III, IX)
¡Cuanto duele que alguna persona toque nuestra “honra” o ponga en entredicho lo que consideramos fundamento de nuestro bando! La vanagloria es así, se duele en vez de agradecer. Es la semilla de la envidia, la ira, el rechazo del hermano, la violencia y sobre todo el enconamiento. La soberbia es así de terrible, porque no duda en destruir a quien tienes al lado para sentirte victorioso y esto es todo menos un testimonio evangelizador. Cuando anteponemos nuestras diferencias al Evangelio, cada uno de nosotros le hacemos el juego al maligno. Dejemos nuestras soberbias, nuestros segundos salvadores y centremos la Esperanza en Cristo.
La Iglesia con frecuencia se ocupa demasiado de sí misma y no habla de Dios, de Jesucristo, con la fuerza y alegría necesarias; mientras, el mundo no tiene sed de conocer nuestros problemas internos, sino del mensaje que ha dado origen a la Iglesia: el fuego que Jesucristo trajo a la tierra. (Card. Ratzinger, Análisis del prefecto para la Doctrina de la Fe de la crisis religiosa. 8/10/2001)
Quienes andamos por estas tierras virtuales intentando lanzar la semilla del Evangelio debemos cuidarnos de estas bestias. Tanto cuando las vemos en nosotros mismos como cuando las vemos aparecer en los demás. Si las vemos en un hermano, deberíamos ayudarle con paciencia y caridad. El diálogo caritativo es imprescindible cuando alguien nos ataca. No podemos utilizar la Ley del Talión como arma para defendernos, porque no nos atacan a nosotros sino al mensaje que llevamos. La defensa debe ser como aquella medicina que se administra, pacientemente, gota a gota para que haga efecto. Sólo la Gracia de Dios puede darnos la capacidad de hacernos inmunes al desánimo, porque por medio de la docilidad, paciencia y tenacidad que demostremos, puede que alguna persona encuentre al Señor.