Cristo nos dice que tenemos que renunciar a todo para ser sus discípulos, pero esta renuncia no es una renuncia alocada e irresponsable. Nos dice que tenemos que saber si podremos llevar adelante la obra que vamos a acometer. Debemos de saber que nuestra voluntad es insuficiente y necesitamos de la Gracia de Dios para concluir nuestro plan. ¿Qué plan es el que nos propone Cristo? Nuestro plan no es otro que la santidad. Entonces ¿Cómo vamos a renunciar a todo para conseguir nuestro objetivo? ¿A qué tenemos que renunciar?
[Cristo] Nos declara el sentido de estas parábolas diciendo en esta ocasión: "Pues así cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo". Por tanto, el dinero para edificar la torre y la fuerza de diez mil contra el rey que viene con veinte mil, no significan otra cosa sino que cada uno renuncie a todo lo que posee. Lo dicho antes concuerda con lo que ahora se dice, porque en renunciar cada uno a todo lo que posee se incluye también el aborrecer a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y aun su propia vida. Todas estas cosas son propias de cada uno y son obstáculo e impedimento para obtener, no lo temporal y transitorio, sino lo que es común a todos y habrá de subsistir siempre. (San Agustín Carta Nº 38)
Para aceptar la Gracia de Dios debemos renunciar a nuestro orgullo y al pecado. Si nos quedamos en la negociación con el mundo, el mundo siempre ganará, tal como nos cuenta el evangelio de hoy Siempre tiene más potencia y recursos frente a nosotros. Enfrentar al mundo con nuestras exiguas fuerzas no nos permitirá llegar muy lejos. Necesitamos que la Gracia de Dios nos llene y así poder superar las pruebas a las que el maligno nos someterá.
Si cualquier circunstancia del mundo nos impide seguir el camino de Cristo, tendremos que renunciar a esto. ¿Por qué? Porque Cristo nos quiere libres de ataduras de lo conveniente, bien visto, adecuado y centrados sólo en una cosa: su Voluntad. En la medida que nos centremos en la Voluntad de Dios el camino será posible. Si nos centramos en lo que mundo nos ofrece y negociamos con el nuestra escasa voluntad, estaremos rindiéndonos antes de comenzar la batalla por la santidad. La santidad no admite medias tintas y acuerdos de no agresión. Necesita la radicalidad de quien elige estar con Cristo antes que con las circunstancias que le rodean.
¿Cómo vamos a renunciar a todo y quedarnos sin nada que nos proteja? Es una estupenda pregunta que Cristo responde: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.” (Mt 16, 25). Nos pide renunciar a nuestra vida para vivir la vida que Dios quiere de nosotros. Si nos quedamos con la vida que nos parece exitosa, perderemos la vida que Dios tiene reservada para nosotros. Si aceptamos la vida que Dios nos entrega, encontraremos el sentido de nuestra existencia y la de todos y todo lo que nos rodea. No se trata de poseer riquezas, sino ser contenidos por la Verdad, que es Cristo.
A muchos seguidores de Cristo se les mira mal por ser obedientes a la Voluntad de Dios. Si el mundo ve a una persona que no se mueve dentro de las coordenadas de los intereses humanos, no tarda en enviar a otra persona a decirle de todo menos bonito. Como el mismo Cristo nos dice, para seguirle tenemos que renunciar hasta a nosotros mismos. Es decir, tenemos que ver en esta persona a un alma que sufre, antes que a un enemigo. Tenemos que ver en ella una oportunidad para ofrecer al Señor nuestra paciencia y misericordia, antes de enviarla lejos de forma violenta. Renunciar a todo conlleva renunciar al uso de la violencia con quienes se acercan a nosotros, aunque esta violencia pueda ser justa. Quiera el Señor que seamos capaces de hacerlo con humildad y caridad.