Vivimos en la sociedad de la información. Es tal la cantidad de información que recibimos, que se convierte con facilidad en ruido. Ruido que nos impide vivir nuestra vida, ya que nos fuerza a vivir, superficialmente, la de otros miles de millones personas a las que nunca conoceremos. Creemos que todo puede ser reducido a información que circule a toda velocidad por las redes y se exponga en los medios de comunicación. ¿Cómo puede haber un Tesoro oculto o una Perla de gran valor que nadie conoce? Para nuestra sorpresa, el Evangelio no puede ser conocido ni transmitido por medio de ráfagas de información, ni comunicado en un show multimedia. Lo que se vende, de estas formas, son únicamente apariencias y el Evangelio no es apariencia, sino sustancia verdadera.
La palabra de Dios no solamente reporta una gran ganancia como tesoro, sino que también es preciosa como una perla. Por esta razón pone el Señor a continuación de la parábola del tesoro la de la perla, diciendo: "Asimismo es semejante el reino de los cielos a un hombre que busca buenas perlas", etc. Dos cosas que están contenidas en la comparación del negociante deben tenerse presentes en la predicación, a saber: el estar separado de los negocios de la tierra, y el de estar siempre vigilante. La verdad es una y no está dividida, y por eso habla de una sola perla encontrada. Y así como el que posee la perla comprende que es rico y solo él conoce su valor, -y muchas veces, si la perla es pequeña, la aprieta con su mano-, así sucede en la predicación del Evangelio: los que la poseen saben que son ricos; pero los infieles, que no poseen este tesoro, ignoran nuestras riquezas. (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo 47,2)
Como dice San Juan Crisóstomo, hay que “estar separado de los negocios de la tierra” y “estar siempre vigilante” para apreciar el Tesoro y la Perla. Los negocios de la tierra son las apariencias que compramos y vendemos todos los días. Es lo que queremos creer aunque sea falso, pero que a fuerza de que todos lo demos por verdadero, se considera cierto. Hay que estar siempre vigilantes, porque las apariencias no nos indican donde está el Reino de los Cielo y su anuncio: el Evangelio. Hay que estar atentos a lo que no se ve ni se siente, pero que sostiene todo lo que nos rodea: Dios.
El Evangelio es muy especial, sólo lo reconocen quienes lo tienen y los que no les interesa, son incapaces de verlo y darle valor. Quien posee el Evangelio en su corazón no necesita de más para llenar su vida. ¿Por qué? Porque posee el sentido de su vida y de todos y todo lo que nos rodea. ¿Quién puede querer más que encontrarse frente a frente con la Palabra que da la Vida Eterna?
Hay quien se sorprende de la Paz que anida en el corazón de un cristiano y se sorprende porque no ve que exista ninguna diferencia sustancial con las demás personas. La Paz proviene de la Esperanza en las Palabras de Cristo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24, 35). Aunque la sociedad parezca caerse a pedazos en torno de nosotros, nos damos cuenta que lo que se cae es toda la tramoya de apariencias que son insostenibles por más tiempo. Aunque la Iglesia parezca dividirse en cientos o miles de grupos contrapuestos, nos damos cuenta que la Iglesia verdadera permanece fiel al Señor. No hacen falta masas, ni shows multitudinarios, ni herramientas de marketing que atraigan a quienes no desean seguir a Cristo. Cristo nos llama a cada uno de nosotros y espera nuestro SÍ. Todo lo demás son escenarios de cartón que nuestro pelagianismo ha creado para autojustificarnos y justificarnos ante los demás. A veces los escenarios son más importantes que el mismo Cristo y nos hacen dudar de nuestra fidelidad. Tristemente, hoy en día hay quienes se arrodillan ante los ídolos que hemos creado y son incapaces de arrodillarse en el altar delante de Dios.
Pongamos la Esperanza en Cristo, que es el único y verdadero Salvador. Todos los demás son falsos pastores que vienen a robar, matar y destruir. Cristo ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (Jn 20,20-22). Estemos preparados.
Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis. ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo?
Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. De cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá. Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a golpear a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes. (Mt 24, 44-51)