El Evangelio de este domingo nos habla de dos medidas. La medida humana la soberbia humana y la medida de la justicia divina. ¿Quién es más importante? ¿Quién debe estar el primero? ¿Es siempre el más importante el que está en los primeros sitios? Evidentemente quien se cree superior a su hermano desmerece el amor que Dios le tiene porque está herido de grandeza vacía. Dios quiere que no nos sintamos más que los demás, sino que nos ayudemos entre nosotros con caridad y humildad. Pero hay que considerar, como nos indica San Basilio:
No debemos manifestar que practicamos la humildad o que la afectamos por violenta contradicción, sino más bien que la practicamos por condescendencia o por paciencia. Mayor indicio de soberbia es la repugnancia o la contradicción que ocupar el primer sitio cuando lo hacemos por obediencia. (San Basilio. In quaest. expl., qu. 21. Tomado de la Catena Aurea Lc 13, 711)
La humildad es sincera, sencilla y contagiosa. Aunque obedezcamos a Dios no sólo podemos quedarnos en una obediencia aparente, sino encontrar el amor necesario para estar donde Dios quiere que estemos en cada momento. No es sencillo ni fácil aceptar la Voluntad de Dios cuando es contraria a nuestros gustos y contradice la apariencia que quisiéramos dar. Estar al final del banquete es una deshonra para quien se cree que es el primero entre los demás, pero puede ser el lugar que Dios quiere para nosotros. Si Dios quiere que seamos los últimos, será porque es el lugar donde mejor podemos cumplir nuestra misión. A lo mejor hemos estado un tiempo teniendo cierta relevancia social y de repente nos vemos relegados a la aparente “nada” sin saber la razón de ello. En esa “nada” hay muchas personas que necesitan de apoyo y esperanza. Muchas personas heridas que necesitan de una palabra de consuelo y esperanza. No debemos temer los últimos lugares. Lo que debemos temer es el arrebato de coger nuestras cosas e irnos de la cena ofrecida por Dios. En ese momento, nosotros mismos hemos elegido el llanto de quien se aleja de Dios por propia iniciativa. Cometeríamos el pecado contra el Espíritu Santo, que es el único que nos aleja definitivamente de Dios.
¿Qué hacer en los últimos puestos? Orígenes nos habla con claridad:
En sentido espiritual, el que evita la vanagloria llama a los pobres a un convite espiritual (esto es, a los ignorantes) para enriquecerlos. A los débiles (o a los que tengan la conciencia dañada) para curarlos. A los cojos (o a los que se apartan de la recta razón) para que enderecen sus caminos. A los ciegos (esto es, a los que carecen de la contemplación de la verdad) para que vean la verdadera luz. Y respecto a lo que dice: "Porque no tienen con qué corresponderte", se entiende que no supieron qué responder. (Orígenes de Alejandría. Tomado de la Catena Aurea Lc 13, 1214)
Ese es el gran reto de los últimos: servir a Dios sin esperar relevancia alguna. Porque Dios necesita a personas de su confianza en todas partes y no sólo en los primeros puestos. Imaginemos la labor del mejor soldado de un ejército. Es el que se infiltra en donde ningún otro puede llegar y cumple órdenes que ningún otro puede cumplir. Como es lógico, su labor tiene que permanecer oculta para que sea realmente efectiva. Dios nos coloca justo en donde mejor podemos cumplir su Voluntad. La relevancia social de esta labor es lo de menos. Lo verdaderamente importante es nuestra capacidad de seguir adelante, sea cual sea la circunstancia en que Dios nos pida que actuemos. Tendremos que ayudar al Señor a reparar muchos corazones rotos por la desesperanza. Corazones que tal vez no se lleguen a dar cuenta de que “trabajamos” para el Cristo y sólo sientan una especial alegría y consuelo cuando les hablemos y les ayudemos.
Cuando el Señor nos dice que “muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros” (Mt 19, 30) lo dice para que sepamos que estar en los últimos puestos es un honor que reserva a quienes son capaces de servirle con humildad y sencillez. Demos gracias a Dios por no colocarnos delante de todos y así poder trabajar en silencio y con sencillez.