Hoy nos seguimos preguntando: ¿cuál es la misión de la Iglesia?, ¿cuál es nuestra misión?

Cuando abres una puerta, la luz viene de fuera, se ilumina el interior y se convierte en algo bello; cuando las puertas se cierran, cuando no somos misioneros, cuando nos dedicamos a nosotros mismos, cuando la Iglesia es auto referenciada, como dice el papa Francisco, está enferma y se convierte en un lugar oscuro.

Que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad. (EG 27)

Francisco exhorta a toda la Iglesia a “salir”, a “primerear”, a involucrarse (EG 24). En este contexto es obvio que la primera tarea, siempre junto al mejor testimonio de vida, es la oferta alegre, paciente y persistente del primer anuncio.

“El envío misionero del Señor incluye el llamado al crecimiento de la fe cuando indica: «enseñándoles a observar todo lo que os he mandado» (Mt 28,20). Así queda claro que el primer anuncio debe provocar también un camino de formación y de maduración. La evangelización también busca el crecimiento, que implica tomarse muy en serio a cada persona y el proyecto que Dios tiene sobre ella.” (EG 160)

Nuestra cultura dominante europea exige por parte del evangelizador una tarea previa: la de despertar en el otro ese anhelo de infinito que duerme bajo una capa de asfalto. Aunque también es verdad que la dificultad se convierte en oportunidad, porque en este momento de gran desorientación, el cristianismo tiene la ocasión de hacer una aportación a la cultura humanista en crisis, ayudando a descifrar la condición humana. Sin diálogo no puede haber anuncio, pero el diálogo por sí sólo no es todavía el anuncio, le falta el elemento de presentación viva de Jesucristo y de invitación a relacionarse personalmente con Él.

La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte en un llamado dirigido a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos «discípulos» y «misioneros», sino que somos siempre «discípulos misioneros». (EG 120)

Hoy que la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera, hay una forma de predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana. Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación y también es la que realiza un misionero cuando visita un hogar. Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino. (EG 127)

Cuando la Iglesia no es movida en su misión por el Espíritu Santo y por la misma compasión de Cristo (Mt 14,14) nos encontramos con templos semivacíos, personas cansadas de una espiritualidad cínica, ojos avaros buscando verrugas en los demás, parroquias divididas, testimonios sin poder, corazones rotos, guerras legalistas, gente sin alimentar, hombres y mujeres confundidos, hambrientos y sin comer.

¿Vamos a lanzar las redes y remar mar adentro para anunciar la Buena Noticia o preferimos lanzar piedras para denunciar el mal? ¿Vamos a extender las manos para ofrecernos a consolar al mundo o preferimos levantar el dedo para acusar el pecado de esta sociedad que se ha apartado de Dios? ¿Vamos a convertirnos en pescadores de los perdidos o preferimos ser los jueces de los hermanos? ¿Vamos a ayudar a los que sufren o preferimos hacer sufrir con la crítica a los que necesitan nuestra ayuda?

Los creyentes, en términos generales, parece que hemos secuestrado la palabra “evangelización”.Lo relacionamos con recordar a las personas que tienen que cambiar de vida y arrepentirse, más que en hacer patente y real el amor de Dios a la gente rota. No se trata de empeñarnos en que se acerquen a la Iglesia para adquirir un seguro contra incendios que les permita ir al cielo y así evitar el infierno.

El estilo de Jesús es diferente y nos enseña que se trata de caminar con la gente hasta que el Señor le cambie la vida y no esperar a que la gente cambie de vida para caminar con ellos. Jesús establecía una conexión con las personas y estaba con ellas porque la compasión era lo que movía su Corazón. Creer en Jesús sin amar a las personas como Jesús cancela nuestra influencia y nuestra capacidad de evangelización.

A veces parece que en la Iglesia levantamos barreras que impiden el acceso a Dios en vez de ser facilitadores y canales de la gracia de Dios para todos. No olvidemos que la cruz de Cristo ha derribado todo muro y el acceso ha quedado abierto para todos (Ef 2,13-19). En la parábola del banquete de bodas, Jesús nos muestra que TODOS son bienvenidos e invitados a la mesa del Reino de Dios (Lc 14,16-24).

¡Ven, Espíritu Santo! ¡Ven, Fuego de Dios! ¡Consolador, Paráclito, Abogado, Defensor, Espíritu de la Verdad! Heme aquí, envíame a mí…

 

Fuente: kairosblog.evangelizacion.es