En varias regiones del mundo, como España o Latinoamérica, existe la expresión: “opción por los pobres”. Sin duda, se trata de un análisis teológico que; sobre todo, en varios puntos de América, corresponde a las situaciones de pobreza que deben interpelar a cualquiera que se plantee tomarse enserio la fe cristiana; sin embargo, muchas veces, se ha llevado dicha expresión a una serie muy larga de malos entendidos. Desde el empleo ideológico del marxismo, hasta teorías complejas que han puesto a la sociología por encima del propio Evangelio, provocando una prolongada crisis de identidad que todos conocemos y de la que los papas se han ido ocupando para ser superada. De ahí que Francisco subrayara en su encuentro con el Comité de coordinación del CELAM (28/julio/2013), la necesidad de evitar la tentación de caer en la “ideologización del Evangelio”. Sin duda, un mensaje relevante que dio sentido a los esfuerzos concretos por conseguir que el trabajo en favor de los más necesitados surja de la oración y no de la lucha de clases o del cierre de instituciones emblemáticas como si, con ello, se hiciera algún bien. Aquí está un punto irónico, pues la mera teorización de la pobreza, casi siempre, arremete contra las estructuras que van creciendo por razones justificas, pero aboga por el empleo. ¿Cómo quedamos entonces?, pues ¿acaso cerrar una obra que funciona bien no es justamente generar más desempleo? Habrá espacios que suspender, pero cuando son funcionales, realmente no se puede apelar a la sencillez o a la austeridad para justificar su extinción.
Pero, volviendo al tema principal, ¿qué tiene que ver el legado de la beata Teresa de Calcuta en todo esto? Vayamos por partes. Está fuera de discusión que el problema de la pobreza material y de sentido, tienen un lugar central en el mensaje de Jesús; sin embargo, el meollo del asunto ha estado en las formas o maneras de llevar a cabo una respuesta coordinada. ¿Qué ha pasado? El surgimiento de voces que, aunque respetables, parten de interpretaciones meramente sociológicas, pretendiendo indicarle a la Iglesia el camino sin mayor implicación. Aquí se engloban a los “teóricos de los pobres”. Discursos un tanto demagogos, promoviendo la venta de bienes para acabar con un problema que no puede reducirse simplemente a repartir efectivo por las calles o, en su caso, el cierre de obras apostólicas céntricas que, lejos de distanciar, en realidad son un puente social para ir cambiando lo que, con justa razón, Pablo VI, llamó “estructuras de pecado”. Tales teóricos, con todo y su buena intención, han interpretado a los pobres, cayendo muchas veces en el error de tomarlos como un slogan que, en vez de ayudar, ha terminado por explotarlos de nueva cuenta. Lamentablemente, es fácil teorizar, aparentar saber, pero ¿hasta dónde hay implicación? Pues bien, la madre Teresa de Calcuta se distinguió porque no hizo teorías. Es más, jamás empleó la dialéctica marxista, ni tuvo que renegar de la doctrina. Al contrario, desde una sana inserción social, proyectó su profunda vida espiritual en acoger a los pobres entre los pobres. Nos toca implicarnos desde la fe. ¿Cuál es la diferencia entre el activismo y la labor que, por ejemplo, desarrollan las Misioneras de la Caridad? El punto de partida, pues ellas lo llevan a cabo a partir de una vida de oración. El apostolado, como decía Santo Tomás de Aquino, viene siendo el desbordamiento de la contemplación, no de una idea y/o estadística, sino de una persona: Jesucristo. Por eso, la M. Teresa convencía. Su presencia en los grandes foros, nunca fue para hablar de lo que el papa hacía bien o mal, sino con el objetivo de compartir su trabajo. No obstante el hecho de haber visto morir a mucha gente, jamás se cerró a los sectores de incidencia, pues reconocía la existencia de muchos tipos de pobreza. En palabras del papa Francisco, periferias geográficas, pero también existenciales.
Hacer teoría con los pobres nos puede llevar fácilmente a posturas contradictorias. Por ejemplo, criticar el hecho de gestionar universidades, por equipararlas con los poderes fácticos, pero acudiendo a ellas para defender los propios postulados. El que la Iglesia cuente con instituciones de educación superior no la desconecta del dolor humano. Al contrario, ¡termina acercándola! La M. Teresa de Calcuta tampoco improvisó. Supo organizar su obra, pero desde la realidad de cada día. En el magisterio, no encontraba puntos de conflicto, sino la voz que le daba pertenencia.
Cuando se acerca la fecha de su canonización, vale la pena retomarla. Sobre todo, aprender de que en verdad es posible ser católico y, al mismo tiempo, ayudar a transformar la realidad. No existe, por lo tanto, ningún tipo de disociación. La fe, asumida con madurez, lleva a la acción.
Pero, volviendo al tema principal, ¿qué tiene que ver el legado de la beata Teresa de Calcuta en todo esto? Vayamos por partes. Está fuera de discusión que el problema de la pobreza material y de sentido, tienen un lugar central en el mensaje de Jesús; sin embargo, el meollo del asunto ha estado en las formas o maneras de llevar a cabo una respuesta coordinada. ¿Qué ha pasado? El surgimiento de voces que, aunque respetables, parten de interpretaciones meramente sociológicas, pretendiendo indicarle a la Iglesia el camino sin mayor implicación. Aquí se engloban a los “teóricos de los pobres”. Discursos un tanto demagogos, promoviendo la venta de bienes para acabar con un problema que no puede reducirse simplemente a repartir efectivo por las calles o, en su caso, el cierre de obras apostólicas céntricas que, lejos de distanciar, en realidad son un puente social para ir cambiando lo que, con justa razón, Pablo VI, llamó “estructuras de pecado”. Tales teóricos, con todo y su buena intención, han interpretado a los pobres, cayendo muchas veces en el error de tomarlos como un slogan que, en vez de ayudar, ha terminado por explotarlos de nueva cuenta. Lamentablemente, es fácil teorizar, aparentar saber, pero ¿hasta dónde hay implicación? Pues bien, la madre Teresa de Calcuta se distinguió porque no hizo teorías. Es más, jamás empleó la dialéctica marxista, ni tuvo que renegar de la doctrina. Al contrario, desde una sana inserción social, proyectó su profunda vida espiritual en acoger a los pobres entre los pobres. Nos toca implicarnos desde la fe. ¿Cuál es la diferencia entre el activismo y la labor que, por ejemplo, desarrollan las Misioneras de la Caridad? El punto de partida, pues ellas lo llevan a cabo a partir de una vida de oración. El apostolado, como decía Santo Tomás de Aquino, viene siendo el desbordamiento de la contemplación, no de una idea y/o estadística, sino de una persona: Jesucristo. Por eso, la M. Teresa convencía. Su presencia en los grandes foros, nunca fue para hablar de lo que el papa hacía bien o mal, sino con el objetivo de compartir su trabajo. No obstante el hecho de haber visto morir a mucha gente, jamás se cerró a los sectores de incidencia, pues reconocía la existencia de muchos tipos de pobreza. En palabras del papa Francisco, periferias geográficas, pero también existenciales.
Hacer teoría con los pobres nos puede llevar fácilmente a posturas contradictorias. Por ejemplo, criticar el hecho de gestionar universidades, por equipararlas con los poderes fácticos, pero acudiendo a ellas para defender los propios postulados. El que la Iglesia cuente con instituciones de educación superior no la desconecta del dolor humano. Al contrario, ¡termina acercándola! La M. Teresa de Calcuta tampoco improvisó. Supo organizar su obra, pero desde la realidad de cada día. En el magisterio, no encontraba puntos de conflicto, sino la voz que le daba pertenencia.
Cuando se acerca la fecha de su canonización, vale la pena retomarla. Sobre todo, aprender de que en verdad es posible ser católico y, al mismo tiempo, ayudar a transformar la realidad. No existe, por lo tanto, ningún tipo de disociación. La fe, asumida con madurez, lleva a la acción.