Hay noticias de la Iglesia que, quizá por no estar ligada a escándalos, no son del interés de los grandes medios de comunicación y pasan desapercibidas para el gran público. Sin embargo, tienen o pueden tener una gran trascendencia. Una de estas noticias ha ocurrido esta semana. El Papa ha nombrado a monseñor Kevin Farrell, arzobispo de Dallas, como prefecto de la recién creada Congregación para los Laicos, la Familia y la Vida.
Lo primero es constatar que con la creación de esta Congregación -que une a los Pontificios Consejos de los Laicos y la Familia-, se pone fin a una cierta injusticia. Mientras que obispos, sacerdotes y religiosos tenían, en el organigrama del gobierno vaticano, una Congregación -que es el máximo nivel organizativo-, los laicos tenían un Pontificio Consejo, que es un nivel inferior. De momento, la decisión del Papa Francisco es más simbólica que otra cosa, pero también los símbolos son muy importantes.
La otra cuestión, que era esperada con interés por los que se verían afectados por ella, era quién iba a estar al frente de la nueva Congregación. El Papa ha elegido para ello a un arzobispo norteamericano, monseñor Farrell -con lo cual ha llenado la cuota de estadounidenses con cargos de máximo nivel en la Curia romana, que estaba vacía-, que tiene además un curriculum interesante. Nacido en Irlanda, estudió entre otros sitios en España pues fue sacerdote legionario de Cristo. Abandonó la Legión antes de que estallase el escándalo de su fundador, el padre Maciel, y fue a trabajar a Estados Unidos. Allí reconocieron pronto su valía y primero le nombraron obispo auxiliar de Washington y luego arzobispo de Dallas, de donde le ha sacado el Papa para llevárselo a Roma. Los medios norteamericanos le han calificado como un “gran moderado”, ni progresista ni conservador.
Pero lo importante es en qué va a consistir la tarea que monseñor Farrell debe realizar al frente de la nueva Congregación. Lleva una hoja de ruta claramente marcada: la aplicación de la Amoris laetitia. No en vano, es el documento del Papa Francisco para la familia y el dicasterio que él va a dirigir es, entre otras cosas, el de la familia. Esta va a ser su tarea inmediata y no le va a resultar fácil, pues muchas de las asociaciones familiares se han mostrado críticas, en algún punto al menos, con la Amoris laetitia.
Esto no es todo, sin embargo. Farrell va a dirigir el dicasterio que engloba y se ocupa de los laicos, es decir de los movimientos laicales. Ahí están las fuerzas más vivas de la Iglesia. Instituciones como los neocatecumenos, los focolarinos, comunión y liberación, San Egidio, Regnum Christi y otros muchos, le van a tener a él como máximo responsable. Así como se sabe bien qué es lo que le han encargado que haga con respecto a la familia, no se sabe cuál va a ser la línea que querrá imprimir a los nuevos movimientos, muchos de los cuales se sienten identificados con la línea teológica de San Juan Pablo II, bajo cuyo pontificado nacieron y florecieron.
Recemos por monseñor Farrell, para que su trabajo sirva para aumentar el dinamismo misionero de la Iglesia y para defender la familia y la vida, tan amenazadas hoy en el mundo.