El Evangelio de hoy jueves es una de esas parábolas que muchos procuran olvidar, ya que evidencia que Cristo no es cómplice de nuestros pecados e infidelidades. Tampoco resulta especialmente adecuada para quienes venden a un Jesús de algodón de azúcar que está tan lejos que se ha olvidado de nosotros. Tras la lectura del Evangelio podemos hacernos una interesante pregunta que tiene mucho que ver con la imagen que he elegido para encabezar este post. ¿Qué es ser bueno?
 
La sociedad postmoderna nos dice que “ser bueno” es una sensación interior subjetiva y que no tiene nada que ver con las acciones que realicemos. Para el marketing todos nos merecemos todo, mientras compremos lo que nos ofrecen. Esa es la clave, comprar lo que nos ofrecen. Por lo tanto nuestros actos no deben ser juzgados, sino utilizados de forma adecuada por quien maneja los hilos de la ideología dominante. Quien se atreve a juzgar, se expone a ser llamado fundamentalista, rigorista o como una célebre y mediática religiosa dice: enfermos de “ortodoxia hipócrita”.
 
En el Evangelio podemos leer que quien se presentó al banquete, sin el traje de apropiado, se le trató de una forma que hoy en día escandalizaría a esta religiosa dominica y a muchos buenistas socio-culturales. Seguro que sería uno de los pasajes evangélicos que eliminarían con gusto. Podemos consultar a San Jerónimo a ver qué nos dice sobre el tema:
 
El vestido nupcial es también la Ley de Dios y las acciones que se practican en virtud de la ley y del Evangelio, y que constituyen el vestido del hombre nuevo. El cual si algún cristiano dejare de llevar en el día del juicio, será castigado inmediatamente; por esto sigue: "Y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí, no teniendo vestido de bodas?" Le llama amigo, porque había sido invitado a las bodas (y en realidad era su amigo por la fe), pero reprende su atrevimiento, porque había entrado a las bodas, afeándolas con su vestido sucio (San Jerónimo. Tomado de la Catena Aurea)
 
Cuando el Joven Rico se acercó a Cristo y le llamó “maestro bueno” (Mc 10, 18) la respuesta del Señor fue muy clara: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo uno, Dios”. Lo primero es tener claro que ninguno de nosotros puede ser bueno por sí mismo, sino que necesita de la Gracia de Dios para que sus actos sean buenos. Lo segundo es tener claro que las acciones están íntimamente ligadas a la Ley de Dios. La Ley es el adelanto de la misericordia de Dios. Quien acata y vive según la Voluntad de Dios, no es un hipócrita fariseo sino un santo. Gracias a la Ley tenemos claro que nuestro actuar tiene límites y necesita de la Gracia para estar en sintonía con la Voluntad de Dios. ¿Se puede ser bueno y actuar de forma contraria a la bondad?
 
Quien recibe la Gracia de Dios actuará de forma correcta, justa y buena, aunque el efecto del la actuación pueda ser torcida por el maligno. Quien actúa por su cuenta, dejando a un lado la Ley de Dios, rechaza este anticipo de la misericordia, por lo que la consecuencia será casi siempre maligna. Digo casi siempre, porque Dios puede actuar sobre una acción negativa y transformarla en una bendición. La Redención es el ejemplo más claro. El sufrimiento, pasión y muerte del Señor no fueron acciones buenas, pero fueron utilizados por Dios para el mayor bien de todos los tiempos.
 
Hoy en día hay muchas voces intraeclesiales que proclaman la supremacía de la conciencia sobre la Ley. También hay voces que dicen que la justicia de Dios es insoportable y rechazable. Hay quienes llegan a decir que en comportamientos totalmente pecaminosos está presente la Gracia de Dios. Estas afirmaciones se ajustan perfectamente a lo que nos dice la imagen que encabeza este texto: “Ser bueno no significa portarse bien”. La postmodernidad nos está ahogando y la Iglesia está sufriendo este virus de forma especialmente dura. Ya nada parece ser pecado, excepto la acción de corregir el pecado de nuestro hermano, que se señala como insoportable.