Las ciudades; sobre todo, si son cosmopolitas, favorecen hechos interesantes como andar en una avenida y escuchar, al mismo tiempo, varios idiomas. Pensemos, por ejemplo, en Paseo de la Reforma en el caso de la Ciudad de México o en la calle de Serrano en Madrid. Son puntos arquitectónicos de convergencia entre personas, historias y culturas. Valorando todo esto, ¿cómo podemos proponer la fe en las grandes capitales? Uno de los errores que frecuentemente cometemos al aplicar la pastoral urbana, es ofrecer lo que todos ofrecen, en vez de plantear lo que nadie más presenta. No se trata de caer en la autorreferencialidad, pero sí de proponer espacios significativos. ¿Qué pasaría si fuera a una ferretería y me ofrecen zapatos? Seguramente, me sentiría totalmente desubicado, quizá hasta saldría a mirar el letrero por aquello de haberme equivocado de lugar. Pues lo mismo, cuando invitamos a que conozcan lo que es la Iglesia y, en vez de ofrecer un buen rato de silencio, hago más ruido del que ya de por sí hay en el vaivén de todos los días. Me quejo de los apegos y a lo mejor no suelto ni un segundo mi cámara, cosas por el estilo, sin tampoco negar el valor de una buena foto para el recuerdo. Es decir, no significa que tengamos que estar serios todo el rato, con la mirada fija. Ahora bien, para que las personas conozcan la esencia de la fe, hay que enseñárselas, pues ¿cómo se van a interesar en algo que, a lo mucho, les llega a modo de anécdota? “Es que pueden aburrirse…”, es el miedo que nos ronda. Podemos estar seguros que un momento de oración, de Lectio, con una charla interesante de 30 minutos y un rato para hablar libremente, ¡no aburren a nadie! Por el contrario, generan un buen ambiente, de grupo, de relación amistosa, cosas que, dicho sea de paso, son difíciles de encontrar en nuestro tiempo y que, por lo mismo, nos ofrecen una puerta para entrar en una necesidad muy humana. Para que haya apostolado, el aterrizaje natural de la fe, tiene que darse la experiencia de Dios y no hacen falta grandes diseños o programas para que suceda. ¿Qué movió a Sta. Edith Stein? Una viuda alegre y un libro de Santa Teresa de Jesús. La genialidad de lo sencillo. Quizá si la hubiéramos sentado y dado muchas indicaciones, hubiera dicho: hasta pronto. El Espíritu Santo actúa en la normalidad. Nos toca poner el ambiente, contextualizar, pero sin copiar a los grupos de superación que, aunque son necesarios, corresponden a otro ámbito.
Entonces, además de la oración, ¿qué podemos ofrecer? Convivencia y conocer realidades nuevas. Además, ¡tener alguien que acompañe el proceso! Es decir, una persona calificada para ir apoyando a las personas que se van tomando enserio la fe. Vale más entrar a una Iglesia y ver la luz del confesionario encendida que muchas reflexiones, porque ahí, cuando escuchamos y nos dejamos confrontar, están los elementos para seguir asimilando la fe, desde un punto de vista más esencial y práctico. Es el valor del discernimiento, de pesar y pensar las cosas delante de Dios.
Por ejemplo, Santa Teresa de Jesús, se sentaba con las demás monjas y les iba platicando. Muchas la buscaban, porque su cercanía las ayudaba a crecer. Algo tan simple como sentarse a platicar, aunque evidentemente con la intencionalidad de no quedarse en cosas superficiales. A lo mejor es lo que nos falta. Sentarnos y dejar que el Espíritu Santo vaya actuando. ¡Él actúa! Y esto no está pelado con la razón, ni mucho menos. Al contrario, es lógico que nos ayude escuchar a alguien con experiencia, trabajada sobre el terreno de la propia vida. Santa Teresa les ofreció algo nuevo y antiguo al mismo tiempo: fe. Si busco un retiro, ¡qué sea eso lo que encuentre! Claro que habrá sorpresas, cambios, diversos enfoques, pero sin que se pierda la posibilidad de conocer a Jesús con madurez. ¿Por qué subrayar tanto lo de la madurez? Muchos jóvenes están perdiendo la fe alrededor de los 18-20 años debido a que se quedaron sin elevarla a un nivel apropiado a su edad. Ofrezcamos a los demás lo que hemos recibido.
Entonces, además de la oración, ¿qué podemos ofrecer? Convivencia y conocer realidades nuevas. Además, ¡tener alguien que acompañe el proceso! Es decir, una persona calificada para ir apoyando a las personas que se van tomando enserio la fe. Vale más entrar a una Iglesia y ver la luz del confesionario encendida que muchas reflexiones, porque ahí, cuando escuchamos y nos dejamos confrontar, están los elementos para seguir asimilando la fe, desde un punto de vista más esencial y práctico. Es el valor del discernimiento, de pesar y pensar las cosas delante de Dios.
Por ejemplo, Santa Teresa de Jesús, se sentaba con las demás monjas y les iba platicando. Muchas la buscaban, porque su cercanía las ayudaba a crecer. Algo tan simple como sentarse a platicar, aunque evidentemente con la intencionalidad de no quedarse en cosas superficiales. A lo mejor es lo que nos falta. Sentarnos y dejar que el Espíritu Santo vaya actuando. ¡Él actúa! Y esto no está pelado con la razón, ni mucho menos. Al contrario, es lógico que nos ayude escuchar a alguien con experiencia, trabajada sobre el terreno de la propia vida. Santa Teresa les ofreció algo nuevo y antiguo al mismo tiempo: fe. Si busco un retiro, ¡qué sea eso lo que encuentre! Claro que habrá sorpresas, cambios, diversos enfoques, pero sin que se pierda la posibilidad de conocer a Jesús con madurez. ¿Por qué subrayar tanto lo de la madurez? Muchos jóvenes están perdiendo la fe alrededor de los 18-20 años debido a que se quedaron sin elevarla a un nivel apropiado a su edad. Ofrezcamos a los demás lo que hemos recibido.