Ecclesia Digital
En estos días han comenzado los Juegos Olímpicos, y a ellos seguirá un alarde informativo por parte de todos los medios de comunicación. Preveo que con este motivo algunos de esos medios informativos aludirán al Barón de Coubertin, Pierre de Fredy, como promotor del olimpismo moderno, y que se dirá poco o nada de los que fueron sus eficaces colaboradores. Pero lo cierto es que otros personajes e instituciones colaboraron eficazmente al desarrollo de la Idea Olímpica. El más destacado de ellos fue el dominico francés fray Enrique Didon y su Colegio de San Alberto Magno de Arcueil, cercano a París, del que era director.
Fray Enrique Didon fue un hombre verdaderamente genial. Él mismo se califica como “Doctor, Apologista y Apóstol”. Pero en verdad habría que añadir su condición de predicador eminente, ardoroso conferenciante, escritor brillantísimo y, sobre todo, perspicaz previsor del futuro de la sociedad de su tiempo y de la Iglesia Católica. Cualidad ésta última que, a excepción del Papa León XIII, no fue muy bien acogida por algunos miembros de la Jerarquía Católica, por lo que hubo de hubo de sufrir durante tres años el destierro en la isla de Córcega. Allí, animado por el Papa, escribió su gran obra Vida de Jesucristo, que tuvo un éxito editorial sin precedente. Finalmente, fue rehabilitado y nombrado Director del Colegio de San Alberto Magno de Arcueil, cercano a París, dando así inicio a sus actividades Olímpicas.
Dada la situación caótica del Colegio, el Padre Didon introdujo una serie de reformas pedagógicas, incluyendo al deporte como elemento capital en la formación de sus alumnos, algo que él conocía por experiencia personal. Efectivamente, siendo alumno en el Seminario Menor de Rondeau (Grenoble), destacó por sus cualidades intelectuales y afición al deporte. En ese pueblo desde 1840 se venían celebrando cada cuatro años una especie de Juegos Olímpicos, en los que el joven alumno participó en 1855, ganando tres premios. Fruto de esas reformas el Colegio alcanzó un gran nivel cultural, atrayendo a numerosos alumnos. Uno de ellos, expulsado previamente de una docena de centros, fue rehabilitado por el Padre Didon, haciendo de él un destacado alumno, que pasado el tiempo sería hombre de teatro y cine; se llamaba Sacha Guitry.
Todo ello le granjeó la amistad de los grandes personajes de su tiempo, como Flaubert, Maupassant, Pasteur, etc. Lógicamente su fama llegó también a oídos del Barón de Coubertin que le visitó cuando el Colegio se disponía a celebrar su primer acto deportivo oficial, el 13 de enero de 1891, viendo ya en él a un excelente colaborador. Y el 7 de marzo de ese mismo año, fiesta de Santo Tomás de Aquino, el Colegio celebró su primera gran competición deportiva, en la que Coubertin por decisión del Padre Didon actuó como director de carrera. Para esta gran fiesta deportiva fray Didon ideó e hizo bordar la bandera del Colegio, en la que campeaba ya el Citius, Altius, Fortius, lema adoptado más tarde por el Barón de Coubertín para los Juegos a nivel internacional en el primer Congreso Olímpico de 1894.
Desde ese momento el Barón de Coubertin tuvo en el Padre Didon un imprescindible colaborador en el desarrollo de la nueva etapa de las Olimpiadas. A la primera Olimpiada de los tiempos modernos, celebrada en Atenas en 1896, a fray Enrique Didon, que asistía acompañado de un grupo de alumnos del Colegio de San Alberto, se le reservó un lugar preferente; y en reconocimiento de su labor en la restauración del olimpismo moderno, el Gobierno griego en pleno le recibió “con gran pompa”, como él mismo comunicaba por carta a una persona amiga.
A su regreso pasó por Roma siendo recibido “despacio” en audiencia privada por su protector el Papa León XIII. Seguramente que durante esa audiencia el famoso dominico le hablaría largamente de la importancia del deporte en la educación y del futuro olímpico. Y posteriormente utilizó sus grandes cualidades oratorias para defender esta nueva manifestación cultural, codo con codo con el Barón de Coubertin.
Fray Vicente Cudeiro González, o.p.