El evangelio de hoy domingo nos muestra a un Cristo que no se parece a las figuras blanditas y conformistas que nos venden como ciertas hoy en día. No es ese ser almibarado que todo lo acepta de forma cómplice con nosotros. Es un Cristo duro, decidido y consciente de que la Paz que trae al mundo no es la paz de los cementerios, ni su armonía es la armonía del silencio. Ha venido a traer el fuego quema la paja y sirve para fraguar. con sufrimiento, el oro. Ha venido a traer división, ya que el mundo no lo acepta y quienes le seguimos somos rechazados por ser testigos de Él.
 
 “He venido a traer fuego a la tierra”: por el misterio de mi encarnación he bajado de lo alto del cielo y me he manifestado a los hombres para encender en sus corazones humanos el fuego del amor divino. “¡Y cuánto deseo verlo encendido”  – es decir, que prenda y llegue a ser una llama movida por el Espíritu Santo que haga salir de ella actos de bondad!
 
Cristo anuncia, seguidamente, que sufrirá la muerte en cruz antes de que el fuego de este amor no inflame a la humanidad. En efecto, es la santísima Pasión de Cristo la que ha hecho posible un don tan grande a la humanidad y es, sobre todo, el recuerdo de su Pasión la que enciende una llama en los corazones de los fieles. “He de recibir un bautismo”, o dicho de otra manera: Es a mi que, por una disposición de Dios, me incumbe y me ha sido reservado recibir un bautismo de sangre, bañarme y sumergirme en el agua, en mi misma sangre derramada en la cruz para rescatar al mundo entero. “Y cual no es mi angustia hasta que todo se haya cumplido”, en otras palabras, hasta que se acabe mi Pasión y pueda decir: “¡Todo está cumplido!” (Jn 19,30).
(Dionisio, el Cartujo. Comentario al evangelio de Lucas, 12, 72-74)
 
El bautismo que recibimos de pequeños se ha convertido en una celebración socio-cultural. Ser bautizado resulta irrelevante, porque no tiene significado trascendente alguno. Es como si nos dieran un cheque de millones y al no entenderlo, lo utilizáramos para prenderle fuego y calentarnos en invierno. Los sacramentos son signos y como tales, deben ser comprendidos.
 
¿Qué nos está pasando con el sacramento del matrimonio? Más o menos lo mismo. Para nosotros es una ceremonia bonita y costumbrista que realizamos para tener las fotos en un gran álbum. Pero ¿Comprendemos lo que hacemos a realizar el signo del matrimonio? ¿Qué sucede con la confesión? Cada vez hay menos sacerdotes dispuestos y a los fieles no les gusta nada. Algo falla. Si la misma Iglesia no nos explica que son los sacramentos tenemos pocas posibilidades de saber responder de forma coherente a los que recibimos. En cada sacramento hay renuncia a sí mismo y al mundo. Hay una cruz que debemos tomar con alegría y confianza. Hay esperanza, porque la Gracia de Dios hace posible lo que parece imposible con nuestras fuerzas. Sin duda Cristo vino a traer fuego al mundo y nosotros lo hemos reducido a fuegos artificiales. Ya no somos capaces de reconocer estos signos de Gracia  y menos aún, dejamos que nos transformen.
 
Nos da miedo contradecir el mundo, porque nos hace mártires mediáticos en segundos a través de las redes sociales. El ejemplo lo podemos ver con la ideología de género. Pocos obispos han sido capaces de plantarle cara a este engendro del maligno. Algunos incluso se esconden para que los medios no sepan que hablan mal de esta ideología. Nos pesan demasiado los fardos de apariencias que queremos llevar encima. No es raro que prefiramos llevar estos fardos que la cruz que Dios nos ha asignado a cada uno de nosotros. Esta es la traición que hacemos cada vez que nos esforzamos en “parecer del mundo” antes de que dar testimonio de Cristo.