La unidad ha sido siempre un problema eclesial. San Juan nos muestra la preocupación del Señor por este tema relatando la oración al Padre por la unidad: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.” (Jn 17, 21). En las primeras comunidades cristianas se vivieron las mismas disputas que vivimos hoy en día dentro de la Iglesia. Como cuenta Pablo en 1Co 3, 3-9, en la comunidad de Corinto existían disputas entre diversos grupos que se identificaban con unos u otros apóstoles. Unos decían ser de Pablo, otros de Pedro, otros de Apolo, pero nadie era capaz de definirse como “de Cristo”. San Pablo toma cartas en el asunto y les deja claro que los segundos salvadores pueden parecer maravillosos, pero sólo Cristo salva.
Ese uno de que habla el Apóstol somos todos nosotros. En los Salmos a veces cantan muchos y a veces canta uno. Es para mostrar, en el primer caso, cómo la unidad se forma de la diversidad, y en el segundo caso, cómo la diversidad llega a formar la unidad. Por eso en la piscina sólo sanaba uno; otro cualquiera que bajase no sanaba. Este uno era símbolo de la unidad de la Iglesia. ¡Ay de aquellos que detestan la unidad y se dividen en partidos entre los hombres! Que presten atento oído a aquel que quería hacerlos a todos Uno, en Uno y para Uno; que presten oído atento a sus palabras: No os hagáis muchos. Yo planté y Apolo regó, mas es Dios el que da el crecimiento. Y ni el que planta es algo ni es algo el que riega, sino Dios, que es el que da el crecimiento. Decían ellos: Yo soy de Pablo, yo de Apolo y yo de Pedro; y él: ¿Es que Jesucristo está dividido? Permaneced siendo en Uno, sed una sola cosa, sed Uno: Nadie subió al cielo sino el que bajó del ciclo. Mira que queremos ser tuyos, decían a Pablo. Y él: No quiero que seáis de Pablo, sino sed de Aquel de quien es Pablo con vosotros. (San Agustín. Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 12, 9)
Actualmente muchos nos llaman a tomar partido o bando, para tener claro “de quien somos” dentro de la Iglesia. Portales, personas relevantes, clero, religiosos y hasta seglares, nos llaman a decidir qué segundo salvador elegimos. Una vez elegimos “bando” se nos obliga a señalar a quien no está en la línea para denigrarlo. ¿Es esto cristiano? ¿Qué nos pasa? Sin duda la Iglesia necesita reformarse, pero esta reforma nunca podrá venir de la mano de bandos o partidos que luchan entre sí. En unas declaraciones de hace pocos días, el Cardenal Schönborn nos dice que: "En la Iglesia hay una oposición muy fuerte, significativa, activa y vociferante contra el Papa", como queriendo dejar claro que hay que “ser de Pedro” para estar bien considerado. Mal vamos si seguimos estas declaraciones y muchas otras similares. La única reforma que conduce a la unidad la señaló perfectamente Santa Catalina de Siena: la santidad personal. La creación de bandos, sólo es una estrategia del diablo para tenernos entretenidos despellejándonos unos a otros.
Hace unos días leía en el perfil social de una religiosa de cierta relevancia mediática que existen cardenales que “impedían las reformas del Papa Francisco”. La verdad es que este tipo de mensaje me causa mucha tristeza. ¿Por qué? Los religiosos están consagrados a Cristo y a la Virgen María. ¿Qué sentido tiene hablar de otra reforma que no sea la santidad? ¿Qué sentido tiene echar en cara la fidelidad a Cristo y a la Tradición a unos cardenales y a todos los que amamos a la Iglesia por encima de bandos humanos? La fidelidad no es rigidez ni fanatismo cuando se vive y se testimonia en nuestra vida. Todo esto evidencia el fino trabajo del diablo. Un trabajo que busca separar, enfrentar y condenar a quien no es del bando del segundo salvador de turno. Decía Santa Catalina de Siena poniendo voz al Señor:
“Yo me dejaré plegar al deseo, a las lágrimas y a las oraciones de mis siervos y tendré misericordia de mi Esposa, reformándola con santos y buenos pastores. Reformada así la Iglesia, con buenos pastores, forzosamente se corregirán los súbditos, porque de casi todas las cosas malas que ellos hacen tienen la culpa los malos pastores. Porque si ellos se corrigieran y en sus vidas resplandeciera la piedra preciosa de la justicia, con una vida honesta y santa, los demás no actuarían de ese modo” (Santa Catalina de Siena. Diálogo)
En este texto señala a la santidad como la reforma que necesitamos. Una santidad que conforme a pastores, religiosos, sacerdotes, en primer término. Las estructuras humanas son igual de reformables que corrompibles. No podemos aceptar la máxima progresista de que cambiar es un bien en sí mismo, porque entonces perdemos todo sentido de justicia, bondad, belleza y unidad. Las reformas del Papa Francisco deben ser las mismas que tenía que propiciar el Papa Urbano VI en tiempos de la santa: la santidad dentro de la Iglesia. ¿Alguna persona está contra la santidad? Sin duda quienes quieren una iglesia humana, plural y progresista están en contra y hay que tener cuidado con ellos. La santidad es el único programa que puede llevarnos a tener una Iglesia santa en todas sus dimensiones. La fidelidad nunca se opone a la santidad, mientras que el progresismo pelagiano sí es un terrible problema. ¿Qué hacer?
Para empezar, deberíamos de dejar de trazar líneas que nos separen. Líneas que se convierten en abismos sobre los que es imposible saltar sin ser despellejado. Hay que dialogar entre nosotros porque de otra forma dejamos de ser hermanos. Tenemos que tolerarnos con caridad, humildad y prudencia, pero sin que la tolerancia oculte o negocie “la Verdad”, que es Cristo. Dialogar, como bien indicó el entonces Card. Ratzinger (Situación actual de la fe y la teología), no es plegarse o negociar, es contemplar la Verdad unidos y convertirnos a Ella (Cristo). Dialogar permite aprender y darnos cuenta que no somos nada sin la Gracia de Dios.
Es imprescindible dejar atrás las actitudes arrogantes que nos imponen nuevas iglesias adaptadas al mundo. Iglesitas que no tienen sustento en la Tradición Apostólica. Aunque nos pueda sonar extraño y repita esto mil veces, los actuales enfrentamientos y divisiones evidencian que hemos perdido la Esperanza en Cristo. Cuando no se confía en el Señor se deposita la esperanza en personas humanas que de forma consciente o inconsciente, son utilizadas por el maligno para separarnos y enfrentarnos. Oremos por estas personas, ya que su conversión puede ayudar a que la Palabra se haga presente de nuevo entre nosotros. Dios lo quiera.