Una fiesta. Una fiesta llena de alegría auténtica. Jóvenes de todo el mundo caminando y bailando por las calles, cantando, alzando banderas, pancartas, intercambiando recuerdos del propio país. Una fiesta donde sobresalieron la fraternidad y la solidaridad y donde estuvieron ausentes el alcohol, las drogas o las peleas callejeras. Ese fue el escenario de la Jornada Mundial de la Juventud que se realizó en Cracovia del 27 al 31 de julio pasados.
¿Los invitados? jóvenes convencidos de que la vida cristiana es la mejor aventura, la opción más hermosa (aunque no exenta de tropezones, tentaciones, y traiciones como las que el mismo Jesús experimentó) ¿El motivo? un encuentro con el Papa Francisco ¿El número? un millón y medio de chicos y chicas provenientes de 128 países ¿los eventos? Jornadas de catequesis, un vía crucis, una vigilia y la misa final. Y en medio de estos eventos hubo muchos momentos de compartir entre diferentes culturas unidos por una misma fe.
El 30 de junio el enorme Campus Misericordiae fue testigo de una vigilia que combinó la oración, la reflexión y la celebración. Allí, tres jóvenes compartieron ante el inmenso público sus historias: Rand Mittri llegó desde Alepo – Siria: “Es un sentimiento difícil y doloroso saber que se está rodeado por la muerte y la matanza, y que no hay forma de escapar, que nadie ayuda”, dijo conmovida esta joven de 25 años. Pero ella cree en la esperanza, en la misericordia y por ello viajó a Cracovia con una delegación de jóvenes valientes del Medio Oriente, para contagiarse de esa alegría y hacer su dolor más llevadero. “He aprendido que mi fe en Cristo supera las circunstancias de la vida. Esta verdad no está condicionada a vivir una vida de paz que esté libre de dificultades”, aseguró la joven siria.
Luego habló Miguel, Paraguayo. Fue drogadicto, cometió varios delitos, estuvo dos veces en la cárcel. Pero decidió rehabilitarse y luego acercarse a Dios. Hoy ayuda a que otros también dejen la vida de vicio y sicariato. El mal que hizo se transformó en perdón y solidaridad. No solo para sí mismo sino para aquellos que quieran salir de esta problemática.
Después habló Wrzesien, Polaca. Vivía una vida vacía y trató de llenarse con felicidades aparentes que la dejaron más infeliz. Decidió ir a confesarse, pensando que quizás no podría ser perdonada y el sacerdote la escuchó con amor y espíritu de acogida y le dijo: “Esta es una confesión muy bella’. Y decidió cambiar y participó en la organización de esta jornada.
Tras escuchar y agradecer estos testimonios, el Papa le habló a los jóvenes. Los invitó a salir de sí mismos, del encierro que da el miedo a no correr riesgos. Los desafió atreverse a soñar, a ser felices, pero no “con la felicidad del sofá”. “Un sofá que nos ayude a estar cómodos, tranquilos, bien seguros. Un sofá —como los que hay ahora modernos con masajes adormecedores incluidos— que nos garantiza horas de tranquilidad para trasladarnos al mundo de los videojuegos y pasar horas frente a la computadora”, dijo en su discurso. Y les pidió que no fueran como aquellos jóvenes que “se jubilan a los 20 años”.
Y estos jóvenes, que llegaron de tantos lugares y haciendo un gran esfuerzo son los que nos enseñan que el catolicismo - a pesar de sus y sus puntos flacos, escándalos y demás – sigue vivo porque ven en la vivencia de esta fe (la auténtica, no la doble vida), un camino de amor, entrega, de reconciliación personal que los saque de ese “sofá” de la indiferencia y los haga entregar sus vidas, volar alto, aunque sea en medio del dolor, o aunque haya detrás de sí una amarga historia pasada, como ocurrió con Rand, Miguel y Wrzesien.
Publicado originalmente en www.elcolombiano.com