Con ocasión del Año de la Misericordia me han preguntado muchas veces los pasos para lucrar la indulgencia que la Iglesia pone a disposición de los fieles, otros con cierto escrúpulo me han compartido sus dudas sobre si “ganaron o no la indulgencia” debido a que no saben si lo que hicieron lo hicieron bien, y un largo etcétera, que al final me induce a pensar que lejos de haber comprendido el sentido de este Año de la Misericordia, nos hemos quedado con lo accidental, y dicho sea de paso, hemos idealizado las indulgencias, como una especie de acto de magia, que después de haber cruzado la Puerta Santa, nos ha ganado la vida eterna.
Volver a lo esencial
“Abrirse a la misericordia de Dios, abrirse a sí mismo y a su propio corazón, permitir a Jesús que le salga al encuentro, acercándose con confianza al confesionario. E intentar ser misericordioso con los demás”[1]
De esta manera responde el Papa Francisco ante la pregunta de la periodista Andrea Tornielli sobre cómo prepararse para vivir el Jubileo de la Misericordia. No quisiera que se me malentienda, pues no estoy minusvalorando las indulgencias ni mucho menos, tan sólo creo que muchos se han quedado en lo que yo calificaría como novelería, cuando el sentido real de este Año Santo es vivir la misericordia de Dios y permitir que obre en nosotros hasta la fibra más profunda del corazón. Esta experiencia de verse amado por Dios y llamado a amar a otros de la misma manera, es verdaderamente lo esencial, y de ésta experiencia de encuentro con el Señor Jesús, es que habremos de ser testigos ante los demás.
Verdaderamente me preocupa cuando abundan las preguntas sobre “¿cómo gano la indulgencia?” y son pocos los que más bien se cuestionan sobre cómo vivir con mayor coherencia la misericordia de Dios en mi vida. Seamos sensatos, el hecho de que la Iglesia nos ha concedido la gracia de ganar una indulgencia por cada obra de misericordia que hagamos, tiene como único fin el que seamos más coherentes con lo que manda el Evangelio[2], para que una vez terminado el Año Santo pudiésemos crecer en caridad cristiana y lo adoptemos como práctica habitual de nuestra vida (como se supone que debería ser). Hermanos, hay miles de formas de ganarse una indulgencia, pero ni ganándolas todas a la vez se nos asegura un encuentro personal y verdadero con Jesucristo el Señor. En otras palabras, de nada sirve la indulgencia si al siguiente día sigo siendo el mismo tibio e incoherente que no es capaz de dominar su voluntad y amar con valentía.
El anuncio es en primera persona
“La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres”[3]
Una de las crisis más fuertes que vive el cristiano del siglo XXI es la pérdida total o parcial – según la tragedia – de intimidad con la Persona de Jesucristo, y ante esta realidad mis estimados, con la mano en el corazón: “¿con qué cara habré de ganarme yo una indulgencia?” ¡No! Estoy convencido de que el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia este Año Santo, no para que andemos corriendo tras las indulgencias, sino para que nos dejemos encontrar por el amor de Cristo del cual la Iglesia es – y debe seguir siendo – testigo vivo en medio del mundo.
Sin este encuentro, todo intento por evangelizar termina convirtiéndose en frases hechas de las que no podemos hablar desde nuestra propia experiencia por la sencilla razón de que no la tenemos. De esta manera jamás podremos hablar de un anuncio en primera persona, sino sencillamente de haber prestado atención a la catequesis o haber leído bien un libro, pero es ahí donde debemos recordar que el Cristianismo no es una ideología sino un acontecimiento.
Dios los bendiga.
[1] Papa Francisco. El Nombre de Dios es Misericordia, IX Para vivir el Jubileo.
[2] Mt 25, 31-46
[3] Papa Francisco. Bula de Convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia Misericordiae Vultus, 12