Un amigo norteamericano me explicó una historia muy curiosa que ocurrió en el colegio donde él es profesor. Una niña pequeña, de parvulario, arrastraba la pierna al caminar. La tutora y hasta la directora comenzaron a preocuparse. La enfermera de la escuela revisó a la pequeña y no vio nada. Total, que llamaron a la madre para explicarle el caso en persona. La sorpresa que se llevaron fue mayúscula al quedar con la madre por primera vez y ver que ¡era coja! Es decir, que la niña cojeaba no porque tuviera nada malo en la pierna, sino por imitar a su madre.
Mi mujer, Loles, estuvo presente en aquella espectacular Jornada Mundial de la Juventud que protagonizó San Juan Pablo II en Santiago de Compostela, hace 27 años. Loles asistió junto a un numeroso grupo de amigos de toda la vida. Vibraron con la vigilia en el Monte del Gozo, donde acabaron durmiendo a la intemperie en una noche fría de mediados de agosto, calentada por los corazones que les hervían de emoción después de vibrar con las palabras del Santo.
Hoy nuestros tres hijos mayores están en Cracovia, participando intensamente de esta nueva Jornada de la Juventud. Con poco acceso a wifi e Internet, el contacto con ellos ha sido mínimo. Sin embargo, a través de Facebook, hemos podido ver a Santi disputar un partido de fútbol 2x2 contra dos seminaristas que promocionan @WhyNotPriest (ganaron los futuros curas); a María y sus amigas, Natalia y Mariona, escuchando un concierto también ofrecido por un grupo de @WhyNotPriest; a Nuria blandiendo una bandera de España, junto a sus inseparables Marta, Ale y Sara.
Quizá, contemplando las imágenes de esta genial JMJ encabezada por el Papa Francisco, sintamos una gran nostalgia de maravillosos momentos vividos al lado de San Juan Pablo II y Benedicto XVI. Cuando llegue, no evitemos un hondo suspiro, pero tampoco dejemos de pensar que no hay mejor herencia que podamos dejar a nuestros hijos que la vivencia de nuestra fe.