Tu marido está paralizado en una silla de ruedas; babea, sufre, perdida la mirada ensaya una mueca. Y tú quieres cambiarte por él, para que no sufra más.
 
Tu hijo está enfermo de cáncer. A veces juega, y a veces llora.
Y tú quieres cambiarte por él, para que no sufra más.
 
Tu amigo está borracho. Tu amigo está borracho siempre. Y su mujer llora, el rostro surcado de insomnios y de golpes y del terror de su hija de diez años.
Y tú quieres cambiarte por él, por ella, por ellos, para que no sufran más.
 
Tu compañero acaba de apuñalar por la espalda a su jefe, en la oficina; es una puñalada metafórica pero tan real y siniestra como la de una navaja. Y tu jefe -cinco hijos y su mujer enferma- se va a la calle a los cincuenta y cinco años.
Y tú quieres cambiarte por él, para que no sufra más.
 
Te han acusado de pedófilo. Es fácil. Es una marca para toda la vida. Es mentira y puedes demostrarlo. Pero ya serás siempre un estigmatizado, bajo la sombra acusadora de la sospecha y la torva mirada del burgués biempensante.
Y yo quiero cambiarme por tí, para que no sufras más.
 
Aquel amigo que triunfaba en todo se ha arruinado. No sonríe -antes siempre tenía esa sonrisa en los labios-. Se han oscurecido sus ojos en el pozo de una tristeza sin fondo. El peso es demasiado insoportable porque es inhumano. ¿Por qué?
Y tú quieres cambiarte por él, para que no sufra más.
 
Y quieres cambiarte por el drogadicto, el ludópata, el loco, el preso, el bebé abortado y el abuelo despreciado.
 
Tú quieres cambiarte por todos, para que no sufran más.
 
Hazlo. Porque hay alguien que ya lo hizo.
 
Se llama Jesús. Y solo espera que se lo agradezcas.
 
-Las manos con las que tú robabas son las mías. Y ya han sido clavadas en la Cruz. Ladrón: tienes las manos limpias.
 
-Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.
 
-Hoy estarás conmigo en el Paraíso.
 
Amén.
 
Post Scriptum: Y tú quieres cambiarte por él, para que no sufra más. Esto es ser cristiano, simplemente.