Placer, deseo y templanza.
José Brage analiza la virtud de la templanza en su obra El equilibrio interior. Placer y deseo a la luz de la templanza (Ed. Rialp, 2016, 170 págs.). En este libro el autor recupera la vieja sabiduría humanista en la materia con un análisis muy actual en los ejemplos y problemas que analiza a partir de su experiencia como sacerdote y capellán de colegios. Esa experiencia personal del autor como acompañante de jóvenes y su formación intelectual claramente anclada en la mejor tradición humanista de Occidente, hacen de su libro un material profundo y práctico para pensar hoy en la templanza en términos modernos y encarnados. Es obra profunda, pero a la vez de fácil y amena lectura.
Templanza es palabra que no está de moda, pero lo que expresa este término ha sido percibido desde los comienzos de la reflexión ética sobre la felicidad humana en la Grecia clásica como algo bello y deseable, pues esa virtud modera el deseo y uso de los placeres corporales para acomodarlos a lo que es razonable para llevar una vida buena. Podríamos llamar a la templanza la ecología ética de una vida razonable; hábito o virtud que ayuda a huir de los excesos destructores del equilibrio personal en materia de deseos corporales básicos como los referidos a la comida, la bebida y el sexo. Gracias a la templanza el hombre se hace libre para integrar razonablemente los instintos de alimentación y reproducción en un proyecto vital equilibrado.
Lo contrario a la templanza sería el consumo compulsivo de comida, bebida, sustancias y sexo; que hoy podemos identificar con dramas tan actuales como el alcoholismo, la adicción a las drogas o a la pornografía y los trastornos alimentarios cronificados. El ideal ético de la templanza no consiste solo ni principalmente en una contención forzada de nuestros instintos, sino en lograr “que me apetezca lo verdaderamente bueno. Y que no me apetezca lo malo” (pág. 22). La templanza “modera el deseo, uso y disfrute de los placeres corporales, de acuerdo con lo que es razonable” (pág. 13).
Nuestras pasiones son buenas pero solo tienen en cuenta el objeto de su particular deseo, no el bien integral de la persona. Por eso es necesario que la razón –que sí capta ese bien integral- pueda y deba moderar a las distintas pasiones y sus deseos para acomodarlas a lo que nos hace mejores personas. Lograr esa integración y moderación es el objeto de la templanza, “virtud que logra que deseemos solo lo bueno” (pág. 26) haciéndonos libres para optar por lo mejor. “El hombre perfectamente templado es aquel que espontáneamente reacciona bien y puede identificarse con su reacción, porque le atrae el verdadero bien” (pág. 38).
Redescubrir hoy la virtud de la templanza es una de las más importantes necesidades de un proyecto educativo humanizador, pues una de las características de nuestra época es la progresiva sustitución de la tradicional ética humanista por la nueva ética capitalista de mercado, por ejemplo en lo atinente a los apetitos naturales en materia sexual y de comida y bebida. El cristianismo –profundizando en la reflexión ética de la previa filosofía griega- introdujo esos apetitos en la conciencia moral al captar que somos nuestro cuerpo y lo que hacemos con él se incorpora a nosotros mismos y nos configura como personas. Por eso el cristianismo valoró la sobriedad y la sexualidad; y de ahí surgió el profundo aprecio de nuestra civilización al matrimonio y a la virtud de la templanza como parte de un proyecto razonable de felicidad personal.
En nuestros días el mercado ocupa cada vez más el espacio de la ética antes reservado a la templanza y ofrece una alternativa basada en la mera satisfacción de los deseos relativos a la comida, la bebida y el sexo como mera prestación de servicios a cambio de precio, sin referencia ética alguna y como si de algo anodino para la construcción de la persona se tratase. Y lo hace con los criterios propios de la ética capitalista de mercado: se generan (publicidad, modelos de conducta preconizados en los medios, etc) los deseos de consumir y se satisfacen de forma que esos deseos se reinicien en un ciclo inacabable de deseo y nuevo consumo… sin consideración alguna a la trascendencia de esas actitudes para la persona y su plenitud y felicidad.
Tras analizar en los dos primeros capítulos la templanza y su valor, Brage dedica los dos capítulos siguientes al estudio de la sobriedad y la castidad y las armas para conseguir esas virtudes. El capítulo final presenta al lector la templanza como un verdadero estilo de vida muy atractivo.
El libro de Brage es por tanto de gran interés en la actualidad para todos y, especialmente, para quienes deben educar a los más jóvenes en un mundo en el que la templanza puede resultar revolucionaria, pero tan necesaría como siempre para construir personalidades fuertes y no meros esclavos del mercado.
Benigno Blanco