La parábola de hoy nos habla de la bondad y la justicia de Dios. Justicia y bondad unidas y sin contradicción alguna. Algo que sólo Dios puede lograr. Cristo deja claro que Dios tiene paciencia con nosotros. Espera que le demos nuestro sí más profundo y libre. De hecho, el dueño de la viña deja claro que lo importante no es momento en que demos el sí, sino el sí en sí mismo. Los seres humanos tendemos a medir nuestros méritos en unidades humanas. Una de estas unidades es el tiempo. Tiempo que para nosotros puede ser importantísimo, pero que para Dios no lo es tanto. Lo importante es arrodillarnos ante Cristo verdaderamente, no el momento en que lo hagamos.
“Id también vosotros a mi viña.” Hermanos, os preguntáis, tal vez, por qué no se llama a todos los obreros a la misma hora para ir a trabajar a la viña del Señor. Os respondo que el designio primero de Dios fue de llamarlos a todos a la misma hora. Pero ellos no quisieron ir en el momento de ser llamados. Por esto, Dios en persona viene a llamarlos más tarde, cada uno en particular...a la hora en que él piensa que le responderán a su invitación.
Esto es lo que San Pablo advierte refiriéndose a sí mismo: “Cuando Dios, que me eligió desde el seno de mi madre...” (Gal 1,15) ¿Cuándo fue esto, sino en el momento en que Dios sabía que Pablo iba a responder a su llamada? Dios quería llamarlo, ciertamente, desde el comienzo de su vida, pero como Pablo no hubiera seguido el llamamiento, Dios decidió llamarlo cuando sabía que respondería a su voz. Del mismo modo, Dios llamó al buen ladrón sólo en la última hora (Lc 23,43), aunque hubiera podido hacerlo antes si hubiese visto que este hombre habría escuchado su llamada.
Así, pues, si los obreros de la parábola dicen que nadie los ha contratado, es para acordarnos de la paciencia de Dios... El demuestra claramente que ha hecho todo lo que estaba en su mano para que todos pudieran ir a la primera hora del día. Así, la parábola de Jesús nos da a entender que las personas se entregan a Dios a edades muy diversas. Y Dios quiere a toda costa impedir que los primeros desprecien a los últimos. (San Juan Crisóstomo. Homilía sobre el evangelio de Mateo, 64,3)
Los seres humanos tendemos a establecer un tipo de diálogo comercial con Dios. Un yo te doy y tu me das. Pero Dios no utiliza la economía humana para determinar lo que tiene que ser y cuándo tiene que ser. Esto se puede ver en la gran cantidad de teologías que existen en la actualidad. Tantas formas de entender a Dios, mensaje y Misterio, que es imposible ponernos de acuerdo. Se nos olvida que Dios no se mide por las teologías que que nos inventemos. Él desborda toda teología que podamos crear, porque la medida de Dios es la ausencia de toda medida. Tendríamos que hablar de una Teología única. Una Teología que se sustenta en la Palabra de Dios y la Tradición Apostólica, dejando de lado nuestras sensibilidades y gustos personales. Una Teología que se hace carne en cada uno de nosotros, a través de la Gracia, para guiarnos hacia Dios en nuestro peregrinar por este Valle de Lágrimas.
Dios nos nos pide una confianza ciega y sorda. No regala los dones del Espíritu Santo: Sabiduría, Inteligencia, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios. Dones que espera que aceptemos para que nos lleven hasta Él en cada momento y circunstancia de nuestra vida. Estos dones contrastan con las apariencias que el mundo vende. Estas apariencias se sostienen en base a nuestra soberbia y orgullo, mientras que los dones del Espíritu se sustentan en la humildad y la caridad con el hermano. Quien realmente acepta la Sabiduría del Espíritu no anda dando latigazos dialécticos y emocionales a los demás. La falsa sabiduría del mundo goza con las luchas que sólo buscan confundir y perder a nuestros semejantes. El Espíritu habla desde la paz interior. No busca porfiar que ganar un combate dialéctico. La Sabiduría ofrece al hermano el Agua Viva que tanto necesita.
Como dice San Juan Crisóstomo, es Dios quien elige a quién ofrece su dones y cómo lo hace. Espera pacientemente a que nosotros aceptemos de corazón la Gracia que transforma nuestra naturaleza caída. Dios llamó al Buen y el mal ladrón cuando sólo les quedaban minutos de vida. ¿Por qué esperó tanto? No lo sabemos. Cómo elige Dios y el momento en que lo hace, sobrepasa toda consideración humana. Tenemos, por lo tanto, que ser humildes y aceptar aquello que Dios nos da con amor. No vayamos enmendado los planes perfectos del Creador del Universo. Tengamos esperanza que nos llene de paciencia y humildad.