La escena es de todos conocida: Marta, afanada con sostener todo lo material que necesita el Señor para estar entre nosotros. María, dedicada a estar con el Señor y servir de puente de comunicación. Por San Juan sabemos que eran hermanas de Lázaro, que fue resucitado por Cristo. Esa casa es una imagen de la Iglesia, que acoge a Cristo, le necesita y le sirve. Es la imagen de la Iglesia plena, completa, única, santa y apostólica. Nada de pluralidades que nos separen en grupitos monocarismáticos, todo lo contrario. Cada carisma aporta a la totalidad aquellos talentos que le han sido dados. Cada uno de nosotros somos diferentes, diversos, especiales, pero la Iglesia es una sola, capaz de unir en su seno a todos los carismas.
“Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas” ¿A quién se pueden aplicar mejor estas palabras sino a los que tienen la responsabilidad de una comunidad? ¿Quién es el que se inquieta por muchas cosas sino aquel a quien incumbe ocuparse tanto de María, la contemplativa, como de su hermano Lázaro, como de otras muchas cosas? Reconocéis en Marta la inquietud y agotamiento por mil preocupaciones: es el apóstol que tiene “la preocupación por todas las Iglesias” (2C 11,28), que vela para que los pastores se preocupen por sus ovejas. “Nadie enferma sin que yo enferme, nadie cae sin que a mi me dé fiebre” (v. 29). Que Marta, pues, reciba al Señor en su casa, puesto que es a ella a quien se le ha confiado la dirección de los quehaceres domésticos… Que también los que comparten sus tareas reciban al Señor, cada uno según su particular ministerio; que acojan a Cristo y le sirvan, que le asistan en sus miembros, los enfermos, los pobres, los viajeros y los peregrinos.
Mientras asumen estas actividades, que María permanezca en reposo, que conozca “cuan suave es el Señor” (Sl 33,9). Que esté bien ocupada permaneciendo a los pies de Jesús, con el corazón lleno de amor y el alma en paz, sin quitar sus ojos de él, atenta a todas sus palabras, admirando su bello rostro y su lenguaje. “En sus labios se derrama la gracia; es el más bello de los hijos de los hombres” (sl 44,3), más bello aún que los ángeles en su gloria. Conoce tu gozo y dale gracias, María, tú que has escogido la mejor parte. ¡Dichosos los ojos que ven lo que tú ves, los oídos que merecen escuchar lo que tu escuchas! (Mt 13,16). ¡Dichosa eres tú, sobre todo, por escuchar el latido del corazón de Dios en este silencio en el que es bueno para el hombre esperar a su Señor! (San Bernardo. 3er. Sermón para la Asunción)
¿Qué problema vemos en el Evangelio de hoy? Marta se enfada porque su hermana no le ayuda a atender materialmente al Señor. El carisma activista reclama al contemplativo que deje de ser lo que Dios le ha dicho que sea, para convertirse en lo que no es. María podría decir lo mismo a Marta: deja de atender al Señor y siéntate a escucharlo sin pensar en nada material. Tanto es así que el mismo Cristo sale en defensa de María e indica que está en su puesto, haciendo lo que debe hacer.
Hoy en día esto nos llevaría a pelearnos y a reclamar que cada cual cree su iglesita plural, adecuada a su carisma. De hecho es lo que llevamos siglos haciendo y no parece que nos esté dando resultados adecuados. La higuera que no da frutos puede ser cortada cuando del Señor deje de tener paciencia con ella. Aislándonos en islas monocarismáticas, vivimos la fe de forma más cómoda, nadie lo niega y es evidente. Quien no es capaz de vivir su fe entre las tentaciones de la sociedad, puede convertirse en anacoreta y olvidarse de todo lo que le impide ser buen cristiano. También puede orar para recibir la gracia de Dios que le permitiría sobrellevar todo esto por medio de la santidad. Cada cual elije, tras morir el Señor nos pedirá cuenta sobre lo que hemos hecho con nuestros talentos.
La unidad necesita de la diversidad de cada uno de nosotros. La pretendida iglesia plural, no es más que una más de las tentaciones que el maligno nos ofrece, de la misma forma que la fruta del Árbol del Edén. Una aparente iglesia separada internamente y que se mira al ombligo para ver lo cómoda que vive en su reducto monocarismático, no es la Iglesia de Cristo, sino el conjunto de iglesitas de cada uno de los segundos salvadores de turno. La Iglesia es similar a un mosaico, en el que cada cual aporta su color y forma, a un conjunto que le excede, desborda y le da sentido. Un conjunto que debería ser símbolo de Cristo en la tierra.