"En la tierra, la comunión de los santos tiene efectos limitados.Los hombres siguen encerrados en sí mismos en la medida en que no superan todavía la existencia según la carne.El mismo Jesús se pareció, en la tierra, a un grano de trigo solitario. Pero en la muerte, caen los cercados de separación y el Espíritu realiza una comunión que en la tierra resulta inconcebible.Lo mismo que el grano revive en forma de espiga y de gavilla, Cristo resucita como comunidad. Los fieles resucitados con él son transformados con él en el Espíritu que los abre al don de sí y a la acogida mutua.Lo que es el Cristo glorioso, cielo de los hombres, espacio de su vida y de su felicidad, pasan a ser ellos los unos para los otros, según la capacidad espiritual de cada uno.El uno vivirá por el otro, vivirá para el otro, en el Espíritu que es acogida y donación.Además, la mayor gracia del uno no suscitará los celos de los otros, sino su gratitud, pues irá en beneficio suyo.No enorgullecerá al que la posee, pues tiene sus raíces en el cuerpo de Cristo que es la tierra común a todos, y en el Espíritu que lo anima"(DURRWELL, F.X. El Espíritu Santo en la Iglesia, Salamanca 1990, 2ª ed., p. 159).