Éramos pocos… Un amigo mío, que te conoce, me dice siempre que eres una extraordinaria persona. Jura y perjura. Y yo me lo creo. Porque mi amigo tiene buen criterio y es sincero. Pero claro está que puedes ser una extraordinaria persona y equivocarte de medio a medio en mil cosas. Como todos. A no ser que uno esté obsesionado con su ego y ande dando vueltas y más vueltas a los garbanzos de su vanidad. Lo que sólo conduce a una vida boba y a una conducta necia. Pienso que no es tu caso, porque denota falta de inteligencia y tú eres un hombre inteligente. Creo. Y mi amigo insiste además en que eres una persona sencilla. ¡Casi nada! En esto de la sencillez yo tengo mis dudas -por algunos gestos y ciertos textos-, pero puede que me equivoque, que es lo que con más frecuencia suele ocurrirme. Errar es humano. Lo más humano, diría yo. ¿No te ocurre a ti? ¿No te pasa que sabes que te has equivocado y sin embargo persistes en el error por una extraña mixtura de soberbia y haraganería moral? ¡Cómo va uno a dar su brazo a torcer! ¡Qué pensarán los demás! Y, sin embargo, no hay mayor elegancia. Rectificar. Es de sabios, dicen. En el camino hacia la verdad. O hacia ese estado de felicidad profunda que es la que cuenta.
Pero todo este discurso viene por tus recientes declaraciones en torno al Papa y a la Iglesia Católica. Y de fondo tu nueva novela: Caín, que según leo es combativa contra la religión. Y mira que lo siento, porque eres buen narrador y me fastidia que andes a estas alturas derrochando tu talento con inquinas que para mi gusto afean tu obra y desquician tu alma (aunque tú no lo creas así). ¿Ves? Si fuera malpensado diría que te lo has montado muy bien. Que el inicio de la campaña mediática, para vender tu novela, es perfecto. Poner a parir al Papa es ya algo muy corriente, diría que vulgar y desde luego nada original, pero funciona oye, dado el gregarismo sectario de tantos. Le llamas a Benedicto XVI “neomediavalista” y “cínico”. Yo tendría cuidado. Es seguro que te ha leído -su curiosidad intelectual es directamente proporcional a su intensidad espiritual-, y es más seguro todavía que haya empezado a rezar por ti. Y por más ateo que seas -tranquilo o combativo, tanto da- yo no desdeñaría ese potencial. Esa variable tú no la controlas, es más: reniegas de ella; pero eso no quiere decir que Dios no esté pendiente de ti. Y que te ame aunque esgrimas contra Él un universo de palabras.
Saramago, no me fastidies hombre. No te obceques. Fíjate que todavía me cuesta creerlo. Pero lo leo: “A las insolencias reaccionarias de la Iglesia Católica hay que responder con la insolencia de la inteligencia viva, del buen sentido, de la palabra responsable. No podemos permitir que la verdad sea ofendida todos los días por presuntos representantes de Dios en la tierra a los que en realidad sólo interesa el poder”. ¿De qué insolencias hablas? ¿De la de los mártires? ¿De la de las bienaventuranzas o de las obras de misericordia? ¿Te escandaliza Cristo crucificado en la cima de la humanidad? ¿O acaso es el Resucitado que nos redime de la bazofia? Ah, ya comprendo, tú te refieres a todo eso de la jerarquía y demás mandamases que dejan a los pobres a los pies de los caballos, y que sólo se ocupan de manipular conciencias y mentir compulsivamente. En fin, toda esa vieja amalgama marxistoide liberadora de los parias de la tierra que tan bien nos ha ido en el siglo XX. ¡Venga ya! ¿Tú de verdad crees que a ese hombre anciano que es el Papa le preocupa el poder y sus despojos? Yo diría que anda más ocupado en identificarse con Cristo. Y en procurar que los que formamos parte de la Iglesia luchemos por ello. Esa obsesión del poder, etcétera, me parece sólo una mala retórica de triste ideología. Y el amor de Dios no es una ideología, ni un poder, ni un sistema de gobierno. Es Amor, que va nutriendo todos los resquicios de la vida. E incluso de la literatura, que no es otra cosa que vida. ¿O no?
Saramago, no me fastidies hombre. No te obceques. Fíjate que todavía me cuesta creerlo. Pero lo leo: “A las insolencias reaccionarias de la Iglesia Católica hay que responder con la insolencia de la inteligencia viva, del buen sentido, de la palabra responsable. No podemos permitir que la verdad sea ofendida todos los días por presuntos representantes de Dios en la tierra a los que en realidad sólo interesa el poder”. ¿De qué insolencias hablas? ¿De la de los mártires? ¿De la de las bienaventuranzas o de las obras de misericordia? ¿Te escandaliza Cristo crucificado en la cima de la humanidad? ¿O acaso es el Resucitado que nos redime de la bazofia? Ah, ya comprendo, tú te refieres a todo eso de la jerarquía y demás mandamases que dejan a los pobres a los pies de los caballos, y que sólo se ocupan de manipular conciencias y mentir compulsivamente. En fin, toda esa vieja amalgama marxistoide liberadora de los parias de la tierra que tan bien nos ha ido en el siglo XX. ¡Venga ya! ¿Tú de verdad crees que a ese hombre anciano que es el Papa le preocupa el poder y sus despojos? Yo diría que anda más ocupado en identificarse con Cristo. Y en procurar que los que formamos parte de la Iglesia luchemos por ello. Esa obsesión del poder, etcétera, me parece sólo una mala retórica de triste ideología. Y el amor de Dios no es una ideología, ni un poder, ni un sistema de gobierno. Es Amor, que va nutriendo todos los resquicios de la vida. E incluso de la literatura, que no es otra cosa que vida. ¿O no?
Como dejó escrito el genial escritor colombiano Nicolás Gómez Dávila, "el verdadero talento consiste en no independizarse de Dios".