La primera comunidad cristiana surge en Jerusalén. Sintieron el corazón traspasado cuando San Pedro les muestra a Jesucristo muerto y Resucitado. Se adhieren a Él libremente y con la fuerza de su Espíritu formas una fraternidad de hermanos. “El calor de la fe de estos hermanos y hermanas en Cristo hace de sus vidas el escenario de la obra de Dios que se manifiesta con prodigios y señales por medio de los apóstoles. Lo extraordinario se vuelve ordinario y la vida cotidiana se convierte en espacio de la manifestación de Cristo vivo”.
San lucas nos muestra la primitiva Comunidad cristiana con rasgos muy positivos. No ignora algunos acontecimientos pecaminosos. No debemos mitificarla ni tampoco minimizarla. Siempre ha sido un punto de referencia y debe continuar siéndolo: “Los cristianos escuchan asiduamente el didaché o enseñanza apostólica; practican las relaciones interpersonales de gran calidad también a través de la comunión de bienes espirituales y materiales; recuerdan al Señor a través de la <<fracción del pan>>, es decir de la Eucaristía, y dialogan con Dios en la oración. Esta son las actitudes del cristiano, las cuatro huellas de un buen cristiano. A diferencia de la sociedad humana, donde se tiende a hacer sus propios intereses, independientemente de o incluso a expensas de los otros, la comunidad de creyentes ahuyenta el individualismo para fomentar el compartir y la solidaridad.
No hay lugar para el egoísmo en el alma de un cristiano: situ corazón es egoísta, no eres cristiano, eres un mundano que busca solo su favor, su beneficio. Y Lucas nos dice que los creyentes están unidos. La cercanía y la unidad son el estilo de los creyentes: cercanos, preocupados unos de otros, no para chismorrear del otro, no, sino para ayudar, para acercarse”.
Tenemos el mismo origen como personas; creadas por el amor infinito de Dios. Esta relación se hace íntima por la realidad bautismal, recibida por la pasión, muerte y resurrección del Señor.
La gracia del bautismo revela, por tanto, el vínculo íntimo entre los hermanos en Cristo que están llamados a compartir, a identificarse con los demás y a dar <<según la necesidad de cada uno>>, es decir, la generosidad, la limosna, el preocuparse pr el otro, visitar a los enfermos, ir a ver a quienes pasan necesidades, a los que necesitan consuelo. Y precisamente esta necesidad por que elige el camino d ela comunión y de la atención a los necesitados; esta generosidad es la que la Iglesia puede vivir en una vida litúrgica verdadera y auténtica. <<Acudían la Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, patían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo”.
La alianza verdadera con Dios y con los hermanos garantiza el aumento de la Comunidad. Su modo de vivir atrae y fascina a muchos.