La frase que ha dado lugar al título del post, viene de una mujer de altura, capaz de haberse quedado grabada para siempre en la historia de la Iglesia y de la sociedad: Sta. Teresa de Jesús. ¿Por qué hablar de “devociones absurdas” o de “santos amargados”? Se sabe que la reformadora del Carmelo era de carácter fuerte, pues no se dejaba intimidar ni siquiera por la inquisición; sin embargo, ¿qué nos quiere decir hoy? Existe una tendencia que, entre otras cosas, ha terminado por alejar a muchos jóvenes y es la suma de modelos o formas de entender la fe que, en realidad, nada tienen que ver con Jesús y la Iglesia. Por ejemplo, ciertas costumbres, algunas incluso arraigadas a nivel familiar, en las que se mezcla a Dios con la superstición y claro, si creces viendo todo aquello, sin que nadie te clarifique las cosas, no habrá motivo alguno para permanecer en la “fe”. La ponemos entre comillas porque no guarda ninguna relación con la Iglesia, pero al ser presentado como algo religioso o pseudo espiritual, erróneamente se le atribuye. Por ejemplo, al poner algún condimento, se hace la señal la cruz con el ingrediente o, en su caso, prestarle más atención a una imagen que al Santísimo. Es lógico que las nuevas generaciones, al constatar aquello, piensen: “yo no quiero vivir esa fe”. Lo malo, la parte complicada, es que no cuentan con el criterio o la cultura religiosa como para distinguir entre un gesto unilateral y lo que realmente implica ser católico. No todo lo que suene a Dios, implica o supone la aprobación del papa.
Ahora bien, ¿cómo hacerle ver a un joven que lo que identificaba con la fe católica, nunca tuvo una relación con lo que verdaderamente enseña la Iglesia? No se trata de violentar, tampoco de imponer o acusar de ignorantes a todos los de su alrededor, pero sí hay que irle enseñando a desmitificar lo que ha ido aprendiendo. De otra forma, se sumará a la lista de los nuevos ateos que, sin conocer realmente las bases filosóficas del ateísmo, asumen dicha posición por no encontrar otra forma de rechazar las devociones que, en palabras de Sta. Teresa, resultan absurdas. Una devoción es válida en la medida en que acerca a Dios que se hizo visible en Jesús. Si en lugar de eso, lleva a un intercambio mágico de intereses, lo mejor es cortar por lo sano.
En la expresión “santos amargados”, santa Teresa, conociendo las exageraciones de una contemporánea suya que, a fuerza de penitencias fuera de lugar, atraía a las personas con un toque que hoy podríamos calificar como “amarillista”, nos quiere advertir sobre el riesgo de espiritualizarnos al punto de perder los pies de la tierra, cayendo en un cierto folklore que desvirtúe la figura de Jesús de Nazaret. Nótese que estamos hablando de santa Teresa. Alguien que supo sacrificarse en favor de la evangelización, pero no desde la amargura o la angustia. Dios quiere que seamos felices. Y, aunque conlleva luchas y esfuerzos, al final nunca hay que exagerar, sino concretar la fe en la vida. No es negar la cruz, sino llevarla, pero con paz.
¿Por qué se alejan los jóvenes? En gran medida, por nuestra forma de vivir y presentar la fe. Por eso hay que confrontarla con la del Evangelio. ¿Es la misma o le hemos puesto tantos agregados que es otra cosa? Por ejemplo, San Juan Pablo II, vivía una fe capaz de contagiar. En él, aparecía una persona realizada, que mientras pudo iba a esquiar, reuniéndose con amigos y haciendo de la vida algo más humano. En cambio, luego presentamos supuestos testimonios que, en vez de animar, no solo asustan, sino que desaniman por su radicalidad tanto en un sentido progresista como ultraconservador. Ni una cosa, ni la otra. Por eso las palabras de santa Teresa, como el resto de sus obras literarias, son de actualidad.
Ahora bien, ¿cómo hacerle ver a un joven que lo que identificaba con la fe católica, nunca tuvo una relación con lo que verdaderamente enseña la Iglesia? No se trata de violentar, tampoco de imponer o acusar de ignorantes a todos los de su alrededor, pero sí hay que irle enseñando a desmitificar lo que ha ido aprendiendo. De otra forma, se sumará a la lista de los nuevos ateos que, sin conocer realmente las bases filosóficas del ateísmo, asumen dicha posición por no encontrar otra forma de rechazar las devociones que, en palabras de Sta. Teresa, resultan absurdas. Una devoción es válida en la medida en que acerca a Dios que se hizo visible en Jesús. Si en lugar de eso, lleva a un intercambio mágico de intereses, lo mejor es cortar por lo sano.
En la expresión “santos amargados”, santa Teresa, conociendo las exageraciones de una contemporánea suya que, a fuerza de penitencias fuera de lugar, atraía a las personas con un toque que hoy podríamos calificar como “amarillista”, nos quiere advertir sobre el riesgo de espiritualizarnos al punto de perder los pies de la tierra, cayendo en un cierto folklore que desvirtúe la figura de Jesús de Nazaret. Nótese que estamos hablando de santa Teresa. Alguien que supo sacrificarse en favor de la evangelización, pero no desde la amargura o la angustia. Dios quiere que seamos felices. Y, aunque conlleva luchas y esfuerzos, al final nunca hay que exagerar, sino concretar la fe en la vida. No es negar la cruz, sino llevarla, pero con paz.
¿Por qué se alejan los jóvenes? En gran medida, por nuestra forma de vivir y presentar la fe. Por eso hay que confrontarla con la del Evangelio. ¿Es la misma o le hemos puesto tantos agregados que es otra cosa? Por ejemplo, San Juan Pablo II, vivía una fe capaz de contagiar. En él, aparecía una persona realizada, que mientras pudo iba a esquiar, reuniéndose con amigos y haciendo de la vida algo más humano. En cambio, luego presentamos supuestos testimonios que, en vez de animar, no solo asustan, sino que desaniman por su radicalidad tanto en un sentido progresista como ultraconservador. Ni una cosa, ni la otra. Por eso las palabras de santa Teresa, como el resto de sus obras literarias, son de actualidad.