Recuerdo con cariño a un sacerdote amigo se santiguaba cuando oía hablar de cualquier tipo de “opción” cristiana. Nos ofrecen miles de opciones humanas. Desde la “opción por los pobres” a la “opción benedictina”, pasando por cientos de opciones diversas. Opciones que reclaman ser la “salvación” definitiva para el cristianismo que vivimos. Un cristianismo postmoderno donde lo emocional y lo social priman sobre todo lo demás. Un cristianismo aquejado de una profunda crisis, porque la postmodernidad no es más que la pérdida de toda referencia estable y duradera. No somos pocos los católicos que nos levantamos todos los días rezando para que Dios nos señale hacia donde ir para dejar de sufrir esta pegajosa postmodernidad que nos rodea. Una postmodernidad que nos llevará a un profundo individualismo. Si reflexionamos a partir de una pregunta “¿Quién soy yo para juzgar?)”que se hizo el propio Papa Francisco, nos daremos cuenta que no tenemos otra “opción” que encogernos de hombros ante los millones de “opciones” personales que existen en nuestra sociedad. El maligno tiene claro que “divide y vencerás”, le ayudará a llevar a muchas personas a la desesperación.
Todo esto no tiene casi nada de cristiano y sí mucho de mundano. Las relaciones de poder, las estructuras humanas, las discordias, los pactos, las complicidades, son lo que nos importa. No oiremos utilizar a un progresista las palabras de San Pío X, tampoco a un tradicionalista los textos de cualquiera de los teólogos actuales. ¿Tan lejos estamos unos de otros que no encontramos a la Roca que nos sostiene y apoya? Qué sentido tiene construir estructuras humanas cuando sabemos que: “Si el Señor no edifica la casa, En vano trabajan los que la edifican” (Sl 127, 1). ¿No nos damos cuenta que todos nuestros esfuerzos humanos no nos llevan a mejorar? Ya Cristo señaló el problema y la solución: “¿Nunca leísteis en las Escrituras: La Piedra que desecharon los arquitectos, es ahora Piedra Angular: Por el Señor es hecho esto, Y es cosa maravillosa en nuestros ojos?” (Mt 21, 42)
Opciones ¿Qué opciones tenemos que tomar? ¿No tomamos la “única opción” cuando fuimos bautizados? No seguimos a ningún segundo salvador, sea venerable, santo, fundador o teólogo de renombre. Seguimos al Señor y nuestra fe es la fe que nos fue transmitida desde tiempos apostólicos. No es una fe barroca, modernista o postmoderna, es la fe revelada por Dios mismo cuando estuvo entre nosotros. No es mi tarea, ni la de nadie, rehacer la fe para adaptarla a una opción y venderla como el nuevo “Bálsamo de Fierabrás”. Ninguna opción cura los males de la Iglesia y de nuestra sociedad. Es más, reelaborar la fe, a modo de panacea, es el primero de los engaños que debemos de tener en cuenta. La fe conlleva negación de sí mismo, humildad, docilidad a la Voluntad de Dios, morir a nosotros mismos por Cristo.
Ya sabemos que debemos entrar por “la Puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mt 7, 13-14). La Puerta estrecha es la misma Piedra Angular, es decir, Cristo que nos ofrece la mano y espera que la tomemos con confianza y paz de corazón. Tal vez la paz de corazón sea el mejor reflejo de nuestra docilidad a la Voluntad de Dios. Saber que aunque seamos despreciados en el mundo, Cristo es Camino, Verdad y Vida. Cualquier "opción" nos llevará por caminos diferentes al Camino, nos dará realidades diferentes a la Verdad, nos ofrecerá vidas diferentes a la Vida.