Ser teólogo, dedicarse al pensamiento teológico, es una vocación al servicio de la Iglesia.
Con humildad, y un gran sentido de fe, con alma eclesial y no con un espíritu contestatario que mueva al disenso, el teólogo tiene mucho que hacer, reflexionar, proponer.
Balthasar, teólogo suizo, impregnado de la espiritualidad ignaciana que marcó su vida, con conocimiento profundo de la Tradición cristiana, abrió nuevos caminos, cuestionó la deriva de muchas corrientes teológicas que se estaban convirtiendo en ideologías, elaboró un sistema teológico completo con su trilogía (Gloria, Teodramática, Teológica).
Al recibir el Premio internacional "Pablo VI" de manos de Juan Pablo II, éste pronunció un discurso denso sobre qué es la verdadera teología. Parece que estaba describiendo al galardonado. A esa descripción hay que sumarle las palabras elogiosas de Juan Pablo II a Balthasar que, sin lugar a dudas, destacan el lugar eclesial que hay que asignarle al conjunto de su teología.
Decía Juan Pablo II:
"5. La teología es además un servicio a la Iglesia. “Columna y fundamento de la verdad” (1Tm 3,15), la Iglesia constituye el depósito de la palabra de Dios “de la que manan los principios para el orden moral y religioso” (GS 33). Guiada incesantemente por el Espíritu Santo al conocimiento de toda la verdad (cf. Jn 16,13), Cristo ha confiado a la Iglesia la tarea de ser “madre y maestra”.
La teología está al servicio de la misión de la Iglesia. No se puede entender entonces como el libre ejercicio de cualquier profesión; es en realidad una cualificada colaboración a la tarea profética de la que la Iglesia, por voluntad de Cristo, es responsable. La vocación del teólogo es una vocación de Iglesia.
Esto comporta para la teología una triple, fundamental atención. Una al pasado: es lar elación constitutiva con la tradición, o sea, con la comprensión de la verdad revelada que, sugerida por el Espíritu Santo, ha ido creciendo en la historia de la Iglesia “que cree y que ora” (Dei Verbum, 8).
Una segunda al presente: es el vínculo esencial que la teología debe mantener con la fe viva de la Iglesia hoy, para apoyarla y ayudarle, pero antes aún para hacer de ella el punto de apoyo del propio inicio y término de una continua relación.
Una tercera atención es al hombre considerado en lo concreto de su experiencia. Para que la verdad revelada le sea anunciada en la integridad de su impactante novedad, pero también de modo eficaz, es necesario que la teología mantenga abierto un diálogo constructivo, aunque crítico, con la cultura contemporánea.
6. La teología es, finalmente, un servicio al Magisterio. En la Iglesia, la tarea de custodiar la verdad revelada, de interpretarla de modo auténtico, de enseñarla a todos, es por voluntad de Cristo confiada al romano pontífice y a los obispos en comunión con él y bajo su guía. Así lo ha enseñado el Concilio Vaticano II, precisando de modo admirable el círculo vital que une Sagrada Escritura, tradición y magisterio. La teología presta su servicio a aquellos que, en el nombre y por autoridad de Jesucristo, son “doctores auténticos”, y “heraldos de la fe” (LG 25). Si bien no están en el mismo orden, el servicio del magisterio y el servicio de los teólogos son complementarios y el magisterio necesita de los teólogos.
Una correcta relación entre magisterio y teología es un factor decisivo para la vida de la Iglesia y para el testimonio que todos los creyentes en Cristo están llamados a dar en el mundo. Gracias a esta correcta relación, en efecto, es posible evitar desviaciones e incertidumbres que turban gravemente la conciencia de los creyentes, volviéndolos inseguros sobre lo que hay de más precioso: la verdad por la que incluso hay que estar dispuestos a morir.
La teología ayuda al magisterio cuando lo sigue, cuando lo acompaña, pero también cuando lo precede en la búsqueda de nuevos horizontes y de nuevos caminos. Es sobre todo en este último caso cuando el teólogo, afrontando cuestiones nuevas y peligros no previstos, debe cuidar unir estrechamente en su corazón ya sea la filial devoción del discípulo, ya sea también el deseo de conocer siempre mejor y penetrar más profundamente en la inteligencia del misterio revelado transmitido en la tradición viva de la Iglesia.
Esto será posible si la teología desempeña el propio servicio como un gran acto de amor a Dios, a la Iglesia, a quien en la Iglesia tiene el deber de ser maestro, al hombre. Al aumento de este amor también el premio internacional “Pablo VI”, hoy asignado por vez primera precisamente a un teólogo, dará una contribución significativa.
7. Queridísimos hermanos y hermanas, como conclusión de este nuestro encuentro, casi para documentar la espiritual cercanía a mi inolvidable predecesor, con cuyo nombre se asigna el premio, deseo evocar una palabra suya, tomada de las obras de la persona que hoy es honrada. Pablo VI, reclamando la urgencia para la Iglesia de los tiempos nuevos de una acrecentada fidelidad a la palabra de Dios, que todos juzga sin ser juzgada por nadie, recordó de Urs von Balthasar estas graves, proféticas afirmaciones: “Las deficiencias de los cristianos, también de aquellos que tienen la misión de predicar, no serán nunca en la Iglesia un motivo para atenuar el carácter absoluto de la palabra. El filo cortante de la espada (cf. Hb 4,12; Ap 1,16; 2,16) no podrá nunca ser biselado. Nunca podrá hablar de la santidad, de la virginidad, de la pobreza y de la obediencia distinto de cómo lo hizo Cristo” (Pablo VI, Quinque Iam Anni: Insegnamenti di Paolo VI, VIII [1970], 1422).
Con esta certeza y en esta perspectiva, expreso a todos los teólogos comprometidos en la investigación al servicio de la palabra de Dios mi estímulo, mi estima, mi esperanza. Hoy más que nunca, en efecto, la investigación teológica, conducida con agudeza de ingenio y severidad de indagación, se presenta como inestimable auxilio para que en la Iglesia y en el mundo hodierno resuene entera y viva la voz del Evangelio.
Lo deseo de corazón, mientras renuevo mi complacencia y mis felicitaciones al profesor Urs von Balthasar, el cual ha dedicado toda su vida a la investigación teológica, como contemplación amorosa de Dios y servicio a la Iglesia.
Con estos sentimientos, invoco sobre todos vosotros la bendición del Señor.
(Juan Pablo II, Disc. con ocasión de la entrega del “Premio Internacional Pablo VI” a Hans Urs von Balthasar, 23-junio-1984).