La belleza que se puede contemplar en el orden de lo creado, refleja la Belleza del Sumo Artista, Dios; más aún, le refleja a Él mismo, que es la Belleza absoluta y plena.
 
 
Una existencia humana, plena, como la de los santos, es una existencia belleza en sí misma, que atrae y seduce, que provoca admiración y el deseo de ser transfigurados por esa misma belleza.
 
Los santos son una obra de la Belleza de Dios que han sido transformados en su Hermosura. Descubrieron a Cristo, amaron a Cristo, y comenzaron una vida plena de belleza. Lo humano en los santos, fue vivificado por Dios, transparentando la Belleza divina.
 
 
"Seguid, queridos amigos, promoviendo la reflexión sobre el nuevo humanismo, teniendo en cuenta los grandes desafíos de la época contemporánea y tratando de conjugar armoniosamente fe y cultura. ¡Qué necesario es en este momento histórico cultivar una auténtica búsqueda espiritual!...
 
Es necesario redescubrir la belleza de tener a Cristo como maestro de vida y renovar así de manera libre y consciente la propia profesión de fe" (Benedicto XVI, Disc. a los universitarios de Roma, 16-diciembre-2005).
 
El humanismo cristiano, tan consciente y sensible a la vez a la Belleza, potencia la verdadera Belleza no mediante el esteticismo, la estética de formas predefinidas (incluso anquilosadas), sino una Belleza que es atributo de Dios. Y es plasmación de esa Belleza la vida de los santos. Ellos tuvieron algo tan bello es sus vidas como fue una búsqueda espiritual completa hasta adquirir a Cristo como maestro de vida. No hay nada más bello que participar de la vida de Cristo y ser discípulo suyo, alumno en la escuela de vida de la Persona de Cristo.
 
Así ellos reflejan fulgores de la Belleza de Dios, reflejos claros y nítidos, que provocan en quienes les contemplen el deseo de una humanidad verdadera.