Ya sabemos la importancia, el valor y el alcance del verdadero humanismo, el humanismo cristiano. Cristo es el arquetipo del hombre creado, su imagen original, y fuera de Cristo, el humanismo simplemente se vuelve contra el hombre.
El humanismo cristiano, por su propia naturaleza, al corresponder a la imagen del hombre creado a imagen y semejanza de Dios, es cristocéntrico (por tanto, teocéntrico). Eleva al hombre, por gracia, al máximo de su naturaleza, desarrollando todas sus potencialidades y es que Cristo "revela plenamente el hombre al hombre" (Juan Pablo II, Redemptor hominis, 10).
Los santos son un exponente claro de cómo es el verdadero humanismo cristiano y de qué modo el humanismo cristiano plenifica al hombre, sin mutilarlo, ni impedir su pleno desarrollo ni su vocación sobrenatural. Lo que corresponde a la verdad del hombre es este humanismo cristiano. Los santos son ejemplo claro de cómo su naturaleza ha alcanzado el más alto grado de desarrollo humano y sobrenatural.
"La cultura actual, profundamente marcada por un subjetivismo que desemboca muchas veces en el individualismo extremo o en el relativismo, impulsa a los hombres a convertirse en única medida de sí mismos, perdiendo de vista otros objetivos que no estén centrados en su propio yo, transformado en único criterio de valoración de la realidad y de sus propias opciones.De este modo, el hombre tiende a replegarse cada vez más en sí mismo, a encerrarse en un microcosmos existencial asfixiante, en el que ya no tienen cabida los grandes ideales, abiertos a la trascendencia, a Dios. En cambio, el hombre que se supera a sí mismo y no se deja encerrar en los estrechos límites de su propio egoísmo, es capaz de una mirada auténtica hacia los demás y hacia la creación" (Benedicto XVI, Mensaje a los miembros de las Academias Pontificias, 15-diciembre-2005).
Si la cultura actual, relativista, marcada por el nihilismo de que nada existe, sólo la omnipotencia de la propia voluntad, de los fuertes, encierra entonces al hombre en sí mismo y lo hace incapaz de amar, de donarse y de trascenderse, el verdadero humanismo cristiano, el de los santos, situados en la verdad, es capaz de amar, de entregarse, de elevarse a Dios, descubriendo la realidad y percibiendo la verdad de los otros y de Dios.
"Así, toma conciencia de su característica esencial de criatura en continuo devenir, llamada a un crecimiento armonioso en todas sus dimensiones, comenzando precisamente por la interioridad, para llegar a la realización plena del proyecto que el Creador ha grabado en su ser más profundo" (ibíd.).
El humanismo cristiano descubre al hombre, y así lo vemos en la vida de los santos, su propia naturaleza y le permite crecer en todas sus dimensiones, armoniosamente, alcanzando la plenitud de lo humano. Y se comienza por el descubrimiento de la interioridad, adonde Dios habla, se revela, y el hombre escucha, conociendo a Dios y conociéndose a sí mismo.
El verdadero humanismo cultiva en el hombre su dimensión interior, espiritual, y así llega al reconocimiento del plan de Dios en el propio hombre. Los otros humanismos, que son ideología, descuidan o ignoran directamente la interioridad del hombre, y lo vuelcan en lo exterior, en los sentidos y sentimientos, convirtiéndolo en un ser superficial, vano, vacío.
Así podemos ver que el verdadero humanismo, el de los santos, los hace crecer y madurar humanamente:
"Algunas tendencias o corrientes culturales pretenden dejar a los hombres en un estado de minoridad, de infancia o de adolescencia prolongada. Al contrario, la palabra de Dios nos estimula decididamente a la madurez y nos invita a comprometernos con todas nuestras fuerzas en un alto grado de humanidad. San Pablo, escribiendo a la comunidad de Éfeso, exhortaba a los cristianos a no comportarse como los paganos, "según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios" (Ef 4,1718).Al contrario, los verdaderos discípulos del Señor, lejos de permanecer en el estado de niños zarandeados por cualquier viento de doctrina (cf. Ef 4,14), se esfuerzan por llegar "al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo" (Ef 4,13). Por consiguiente, Jesucristo, Hijo de Dios, donado por el Padre a la humanidad para restaurar su imagen desfigurada por el pecado, es el hombre perfecto, según el cual se mide el verdadero humanismo. Con él debe confrontarse todo hombre; hacia él, con la ayuda de la gracia, debe tender con todo su corazón, con toda su mente y con todas sus fuerzas, para realizar plenamente su existencia, para responder con alegría y entusiasmo a la altísima vocación inscrita en su corazón (cf. GS 22)" (ibíd.).
El hombre creado a imagen de Cristo encuentra su plenitud en Él, y sólo Cristo, con su gracia, desarrolla y lleva a plenitud el designio divino sobre lo humano. Cada santo es un ejemplo.
Ahora el camino será potenciar ese verdadero humanismo cristiano en todos sus aspectos y dimensiones, porque éste nos dará santos, hombres nuevos crecidos hasta la estatura de Cristo.
"Por eso, me dirijo particularmente a vosotros... para exhortaros a promover con entusiasmo y pasión... la edificación de este nuevo humanismo. Tenéis la tarea de volver a proponer, con vuestra competencia, la belleza, la bondad y la verdad del rostro de Cristo, en quien todo hombre está llamado a reconocer sus rasgos más auténticos y originales, el modelo que hay que imitar cada vez mejor. Así pues, vuestra ardua tarea, vuestra alta misión consiste en indicar a Cristo al hombre de hoy, presentándolo como la verdadera medida de la madurez y de la plenitud humana" (ibíd.).
Ejemplos de este humanismo cristiano son los santos, hombres maduros y completos; y este humanismo cristiano hoy, si lo cultivamos, volverá a seguir engendrando santos, hombres a imagen de Cristo, hombres nuevos.