“Eucharistomen”, acción de gracias, agradecimiento. Es la palabra que el Papa Benedicto ha elegido para expresar lo que siente en el 65 aniversario de su ordenación sacerdotal, celebrado esta semana. Una acción de gracias que el Papa emérito ha querido ofrecer explícitamente a su sucesor, el Papa Francisco, en una cariñosa dedicatoria, también afablemente correspondida por éste.
No encuentro una palabra mejor para expresar lo que es y debe ser un sacerdote. “Acción de gracias”, es decir: “Eucaristía”. Porque el sacerdote es no sólo alguien que celebra la Eucaristía, sino alguien que se ha hecho Eucaristía, que se ha convertido en acción de gracias. Y si no es así, es que no ha logrado profundizar lo suficiente en el misterio que se desarrolla entre sus manos cuando consagra.
Entender la Eucaristía como celebración litúrgica y entenderla como el sacramento en el que se hace presente realmente Cristo en las especies del pan y del vino es esencial. Es esencial, pero no es suficiente. La Eucaristía tiene generar eucaristía. Es decir, la Eucaristía tiene que producir acción de gracias. No se puede vivir bien la Eucaristía -es decir, la Santa Misa-, ni tampoco se puede tener una verdadera devoción eucarística -la adoración al Santísimo-, si no hay una vida eucarística, si no hay una vida que con las obras demuestre que se está agradecido a aquel de quien todo bien procede. El agradecimiento no es mera cortesía, no es un simple “gracias” que sirve de excusa para pasar a otra cosa y olvidar a aquel que nos ha ayudado. El agradecimiento implica la vida, implica el ofrecimiento de ayuda a quien nos ha hecho el bien, implica un comportamiento lleno de obras de amor y no sólo de palabras amables. La amabilidad y la cortesía pueden convertirse en máscaras que oculten un inmenso egoísmo. Del mismo modo, sin obras de agradecimiento la celebración eucarística, por muy fiel a la liturgia que sea, puede quedar reducida a un mero ejercicio estético. La Eucaristía sin vida eucarística, sin obras de agradecimiento a Dios, es, cuando menos, incompleta. Por eso la ética, la moral, es tan importante en el catolicismo; sin una vida vivida con la mayor santidad posible, ni la liturgia basta por muy bien hecha que esté ni son suficientes los sentimientos o las buenas intenciones. O se es “eucaristía” -acción de gracias a Dios llevada a cabo en las obras- o no se es plenamente católico.
Todo esto, creo yo, es lo que ha querido expresar el Papa Benedicto al elegir esta frase para resumir sus sesenta y cinco años de sacerdocio. Acción de gracias a Dios por el don de la vida, por el don de la fe, por el don del sacerdocio. Una acción de gracias unida a una vida de entrega como muestra de agradecimiento. Él, que tiene limitaciones como todo ser humano, puede decir con la conciencia tranquila aquello que San Pablo escribe en la Carta a Timoteo: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe”. He sido, puede decir el Papa Benedicto, lo que debe ser un sacerdote: un “eucharistomen”, una acción de gracias viviente. Nosotros debemos intentar ser como él, hacernos eucaristía viva, para que también podamos repetir esas palabras cuando llegue el atardecer de nuestra vida.