Los religiosos y, en general, los consagrados, en la inmensa variedad de formas eclesiales manifestada en Órdenes, Congregaciones, Institutos, Sociedades de vida apostólica, extraen las consecuencias del bautismo para seguir a Cristo pobre, casto y obediente.
Ellos son un signo del cielo, del Reino de Dios, con un estilo de vida semejante a Cristo e insertándose, según la propia vocación, en modos concretos o carismas, según la variedad de la vida religiosa: la contemplación, la asistencia a ancianos o enfermos, el mundo de la pobreza, la enseñanza, la predicación, etc...
La santidad es un camino básico para todos los consagrados. Siguiendo a Cristo, ya que el seguimiento define la vida religiosa, se santifican en la medida en que viven sus votos religiosos y se entregan fielmente a su propio carisma:
"El cristiano, mediante los votos u otros vínculos sagrados —por su propia naturaleza semejantes a los votos—, con los cuales se obliga a la práctica de los tres susodichos consejos evangélicos, hace una total consagración de sí mismo a Dios, amado sobre todas las cosas, de manera que se ordena al servicio de Dios y a su gloria por un título nuevo y especial. Ya por el bautismo había muerto al pecado y estaba consagrado a Dios; sin embargo, para traer de la gracia bautismal fruto copioso, pretende, por la profesión de los consejos evangélicos, liberarse de los impedimentos que podrían apartarle del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino y se consagra más íntimamente al servicio de Dios. La consagración será tanto más perfecta cuanto, por vínculos más firmes y más estables, represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a su Iglesia...Por consiguiente, el estado constituido por la profesión de los consejos evangélicos, aunque no pertenece a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo de manera indiscutible, a su vida y santidad" (LG 44).
Quienes se han consagrado a Dios en pobreza, castidad y obediencia, asumen un peculiar modo de vida en la Iglesia como camino de santidad y perfección evangélica. Así se santifican ellos y santifican a su vez a la Iglesia, siendo por la santidad de vida -no por los discursos, las denuncias o el disenso- un anuncio profético que a todos invita a la entrega al Señor.
La vida de los religiosos y consagrados es un desafío. No se acomodan al mundo ni se adaptan a la secularización del mundo, sino que permanecen firmes como baluarte señalando a Cristo sin concesiones. No se mundanizan, sino que renuevan todas las cosas por la radicalidad del seguimiento, su consagración y su amor incondicional a la Iglesia (su sentir eclesial, su sentido de Iglesia grabado en las almas). No desafían a la Iglesia con la palabrería del pensamiento secularizado, sino que su desafío es el mundo que está de vuelta de todo, su desafío es dar una respuesta certera a quien de verdad busca a Dios y un seguimiento radical. El reto que asumen es permanecer fieles a la Iglesia sin atender los cantos de sirena de la cultura secularizada o incluso de la secularización interna de la Iglesia. Ellos, los consagrados, son un baluarte firme. Así viven la santidad a la que están llamados.
Los religiosos y consagrados se santifican cuando son fieles a su propia naturaleza de consagrados sin concesiones ni falsas adaptaciones.
"El complejo social y cultural de nuestra ciudad, en el que os toca actuar, exige de vuestra parte, además de una constante atención a los problemas sociales, una valiente fidelidad al carisma que os caracteriza. Desde sus orígenes la vida consagrada se ha caracterizado por su sed de Dios, 'quaerere Deum'. Que vuestro primer y supremo anhelo sea, por tanto, testimoniar que Dios tiene que ser escuchado y amado con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, antes que cualquier otra persona o cosa. No tengáis miedo de presentaros, incluso visiblemente, como personas consagradas, y tratad con todos los medios de manifestar vuestra pertenencia a Cristo, el tesoro escondido por el que habéis dejado todo. Asumid el conocido lema programático de san Benito: 'No antepongáis absolutamente nada al amor de Cristo'" (Benedicto XVI, Disc. a los religiosos y miembros de Sociedades de Vida apostólica de Roma, 12-diciembre-2005).
Por la vida de fidelidad de cada consagrado, su seguimiento de Cristo en pobreza, obediencia y castidad, sus horas de oración, la fraternidad que expresa y difunde viviendo en comunidad, cada uno de ellos es una llamada a la santidad para quien los trate. Cada religioso, viviendo así, espolea la conciencia de todo bautizado, sacerdote o fiel, para que se interrogue sobre su propio anhelo de santidad.
Religiosos así, comprometidos en la santidad, son la mejor voz profética y la más clara llamada a la santidad para todos.