La acción del Espíritu Santo no es una acción revolucionaria en el sentido que algunos le han querido dar. Es decir, unos hablan de Cristo que instituye la Iglesia y la jerarquía y por el contrario el Espíritu es anárquico, sopla donde quiere y además es el que impulsa el disenso en la Iglesia y las actitudes rebeldes y contestatarias. Sitúan al Espíritu Santo como una nueva revelación, en el fondo, y con una acción autónoma, al margen de Cristo y de la Iglesia y fuera de los confines de la misma Iglesia. Le niegan al Espíritu Santo, entonces, su relación intratrinitaria y lo expulsan de la Iglesia como si la Iglesia fuera el freno del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es el Espíritu del Padre y del Hijo, los evangelios lo dejan bien claro. El ámbito natural es tomar de lo de Cristo y comunicarlo, y por tanto, la Iglesia es el lugar del Espíritu Santo, aunque no sea en exclusividad. Pero, ciertamente, actúa en la Iglesia y no contra la Iglesia. Suscita profetas, pero no rebeldes y revolucionarios contra la Iglesia. Suscita carismas, pero no movimientos anti-Iglesia. Lleva a la verdad plena, pero esta verdad plena es Jesucristo y su revelación, no una revelación distinta, sincretista, tan en boga hoy, para que todos estemos contentos y falsamente "de acuerdo.
La acción del Espíritu Santo se entiende como continuación de la acción de Cristo, prolongación de su presencia y salvación, actualización de lo mismo de Cristo.
"El Espíritu no inventa nada, no introduce otra economía distinta; vivifica la carne y las palabras de Jesús" (CONGAR, Y.M., El Espíritu Santo, Barcelona 1991, 2ª ed., p. 85).
Si sacamos las consecuencias de esta calificación, "de Jesús", vemos que el Espíritu Santo florece en la Iglesia y es su principio vital de santidad, de verdad y de comunión.
Jamás el Espíritu Santo actúa contra la Iglesia o al margen de ella; ni suscita carismas o movimientos que atacan a la Iglesia como poseedores de una nueva verdad, que vivan por libre, al margen de la Iglesia y de los pastores que el Espíritu Santo sitúa para regir al pueblo cristiano. El Espíritu actúa desde dentro mismo de la Iglesia.
Por eso lo que sea ruptura, desunión, disenso, contestación, grupúsculo, no pertenece al Espíritu Santo, sino al espíritu de la mentira, porque el Espíritu Santo lo que hace siempre es crear comunión y, de modo excelso, la misma Comunión de los santos.
"Este don, con su principio radical, el Espíritu Santo -al encontrarse en todos los miembros del cuerpo 'comunional' de Cristo, hace posible entre ellos una intercomunicación de energía espiritual: 'No sólo se nos comunica el mérito de la pasión y de la vida de Cristo, sino que todo lo que los santos han hecho de bueno se comunica a los que viven en la caridad porque todos son uno: Soy amigo de todos los que le temen (Sal 119,63). De esta manera todo el que vive en la caridad, participa de todo el bien que se hace en el mundo' (Sto. Tomás, Quodl. II, 14; VIIII, 9 [sic])...Esta unidad establece el vínculo entre la Iglesia de la tierra y la que se encuentra más allá del velo. La liturgia de la Iglesia está llena del sentimiento de que estas dos partes de un mismo pueblo están unidas en la alabanza y celebran el mismo misterio, especialmente en la eucaristía" (Ibid. p. 268).
Por eso, en cada celebración eucarística, pedimos que el Espíritu Santo cree y recree la unidad de la Iglesia, haciéndonos un solo Cuerpo, una perfecta Comunión de los santos en el único Cuerpo de Cristo:
"Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo" (Pleg. eucarística II).
"Para que fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu" (Pleg. eucarística III).