Como la santidad es una vocación universal que corresponde a todo bautizado, el matrimonio y la familia (¡Iglesia doméstica!) está llamada a la santidad y, en sí mismo, es un camino de santidad.
Quien imagine la santidad exclusivamente como la vida de los anacoretas y monjes, apartados del mundo, se equivoca. Ese será el camino de quienes han sido llamados a la soledad del eremitorio o del monasterio. Pero quienes han sido llamados al matrimonio y construyen una familia, están igualmente llamados a la santidad, pero con el peculiar estilo de su propio estado de vida. Serán santos en la medida en que su matrimonio sea santo, vivido sobrenaturalmente; serán santos en la medida en que su familia sea una Iglesia doméstica donde Cristo reine.
El matrimonio y la familia son un camino de santidad apto y válido mientras se recorra conscientes de esa vocación y viviendo la gracia que dimana del Sacramento mismo del Matrimonio.
"...El valor extraordinario del matrimonio que, como institución natural, es 'patrimonio de la humanidad'. Por otra parte, su elevación a la altísima dignidad de sacramento debe ser contemplada con gratitud y estupor, como ya lo expresé recientemente al afirmar que 'el valor de sacramento que el matrimonio asume en Cristo significa, por tanto, que el don de la creación fue elevado a gracia de redención. La gracia de Cristo no se añade desde fuera a la naturaleza del hombre, no le hace violencia, sino que la libera y la restaura, precisamente al elevarla más allá de sus propios límites'.
El amor y la entrega de los esposos, con sus notas peculiares de exclusividad, fidelidad, permanencia en el tiempo y apertura a la vida, está en la base de esa comunidad de vida y amor que es el matrimonio (cf. GS 48). Hoy es preciso anunciar con renovado entusiasmo que el evangelio de la familia es un camino de realización humana y espiritual, con la certeza de que el Señor está siempre presente con su gracia" (Benedicto XVI, Disc. a los presidentes de las Comisiones Episcopales para la Familia y la Vida de América Latina, 3-diciembre-2005).
El amor conyugal es expresión, signo y manifestación del amor de Cristo por la Iglesia; la creación redimida por Cristo se prolonga en la fecundidad de los esposos, engendrando hijos para Dios; la donación de Cristo a los hombres se visibiliza en la donación mutua de los esposos y en su entrega a los hijos; las virtudes de Cristo se viven en el hogar y se inculcan a los hijos. Así, un hogar se convierte en un ámbito de santificación siendo una Iglesia doméstica, donde Cristo es el centro, se vive en su amor y a imagen de su Corazón, se comunica la fe y se ora juntos.
Los esposos están llamados a la santidad en el modo concreto y peculiar de su estado matrimonial. La constitución Lumen Gentium enseña:
"Los esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino, mediante la fidelidad en el amor, deben sostenerse mutuamente en la gracia a lo largo de toda la vida e inculcar la doctrina cristiana y las virtudes evangélicas a los hijos amorosamente recibidos de Dios. De esta manera ofrecen a todos el ejemplo de un incansable y generoso amor, contribuyen al establecimiento de la fraternidad en la caridad y se constituyen en testigos y colaboradores de la fecundidad de la madre Iglesia, como símbolo y participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a Sí mismo por ella. Ejemplo parecido lo proporcionan, de otro modo, quienes viven en estado de viudez o de celibato, los cuales también pueden contribuir no poco a la santidad y a la actividad de la Iglesia. Aquellos que están dedicados a trabajos muchas veces fatigosos deben encontrar en esas ocupaciones humanas su propio perfeccionamiento, el medio de ayudar a sus conciudadanos y de contribuir a elevar el nivel de la sociedad entera y de la creación. Pero también es necesario que imiten en su activa caridad a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en los trabajos manuales y que continúan trabajando en unión con el Padre para la salvación de todos. Gozosos en la esperanza, ayudándose unos a otros a llevar sus cargas, asciendan mediante su mismo trabajo diario, a una más alta santidad, incluso con proyección apostólica" (LG 41).
La belleza del amor esponsal y de la familia misma muestran su verdad en los matrimonios santos, en las familias santas. La Iglesia hoy necesita, más que discursos, el testimonio de estos matrimonios santos en nuestro mundo cuando la verdad sobre el hombre y la mujer se han diluido y la misma familia se presenta como cualquier asociación afectiva y pasajera.
"Mi pensamiento se dirige a todos los esposos cristianos: doy las gracias con ellos al Señor por el don del Sacramento del matrimonio y les exhorto a mantenerse fieles a su vocación en cada una de las estaciones de la vida, 'en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad', como prometieron en el rito sacramental. Que los esposos cristianos, conscientes de la gracia recibida, construyan una familia abierta a la vida y capaz de afrontar unida los numerosos y complicados desafíos de nuestro tiempo. Hoy particularmente es necesario su testimonio. Hacen falta familias que no se dejen arrastrar por las modernas corrientes culturales inspiradas en el hedonismo y en el relativismo, y que estén dispuestas a realizar con generosa dedicación su misión en la Iglesia y en la sociedad...Esta misión se orienta tanto hacia la vida interna de la familia -especialmente en el servicio recíproco y en la educación de los hijos- como hacia el exterior: la comunidad doméstica, de hecho, está llamada a ser signo del amor de Dios hacia todos. La familia sólo puede cumplir esta misión si está apoyada por la gracia divina. Por este motivo, es necesario rezar sin cansarse nunca y perseverar en el esfuerzo cotidiano por mantener los compromisos asumidos en el día del matrimonio" (Benedicto XVI, Ángelus, 8-octubre-2006).
Los matrimonios santos edifican la Iglesia porque están guiados por la fe y la caridad sobrenatural.
"También el matrimonio cristiano es, con pleno derecho, vocación a la santidad, y que el ejemplo de padres santos es la primera condición que favorece el florecimiento de las vocaciones sacerdotales y religiosas" (Benedicto XVI, Regina Coeli, 7-mayo-2006).