¿Cómo se hace uno santo?
¿Cómo se alcanza la santidad?
¿Cómo es posible ser santo?
¿Cómo se construye la santidad en cada cual?
Desterremos que la santidad sea una obra humana, esforzada, meritoria, natural, labrada de compromisos, porque entonces estaríamos haciendo estéril la gracia de Dios y la cruz del Salvador; desterremos, asimismo, la idea de que el hombre con sus solas fuerzas naturales ya es bueno y obra el bien y que la gracia es un complemento, algo que se superpone a lo ya hecho por nosotros. Sin la gracia, nada somos. "Sin mí, no podéis hacer nada" (Jn 15,5).
Somos santos -seremos santos- por gracia. Seremos santificados por la actuación de Dios en nuestras vidas, a lo que corresponderá nuestra colaboración quitando los obstáculos a la gracia mediante la oración y la ascesis. Es el principio agustiniano: "el que te creó sin ti, no te salvará sin ti".
Veamos entonces la obra de nuestra santificación realizada por Dios.
"Ante Cristo que viene, el hombre se siente interpelado con todo su ser, que el Apóstol resume con los términos 'espíritu, alma y cuerpo', indicando así a toda persona humana, como unidad articulada en sus dimensiones somática, psíquica y espiritual. La santificación es don de Dios e iniciativa suya, pero el ser humano está llamado a corresponder con todo su ser, sin que nada de él quede excluido.Y es precisamente el Espíritu Santo, que formó a Jesús, hombre perfecto, en el seno de la Virgen, quien lleva a cabo en la persona humana el admirable proyecto de Dios, transformando ante todo el corazón y, desde este centro, todo el resto. Así sucede que en cada persona se renueva toda la obra de la creación y de la redención, que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo van realizando desde el inicio hasta el final del cosmos y de la historia" (Benedicto XVI, Hom. en las I Vísperas de Adviento, 26-noviembre-2005).
La santidad es una obra de Dios en el hombre. Nadie se hace santo a sí mismo, sino que es Dios quien santifica.
Por tanto, para vivir la santidad y permitir que Dios trabaje en nosotros, lo primero serán los medios sobrenaturales, el trato íntimo con Dios en la oración y en la liturgia, en la contemplación y en la escucha de la Palabra, la vida sacramental. Entonces, en esa unión vital con Dios, el creyente se muestra disponible y receptivo a la acción de Dios.
Sólo Él es Santo, y sólo Él, entonces, puede santificar.
Esta obra de Dios va esculpiendo el mármol que somos para que salga la imagen que hay dentro, la de Jesucristo.
Esta obra de Dios es una transfiguración, sacando a la luz la figura verdadera del hombre nuevo, el santo.
Esta obra de Dios es una progresiva iluminación para que el santo refleje plenamente la gloria del rostro de Jesucristo.
"El hombre tiene, por tanto, como fin la contemplación de Dios. Sólo en ella podrá encontrar su plenitud. Para anticipar en cierto sentido este objetivo ya en esta vida tiene que avanzar incesantemente hacia una vida espiritual, una vida de diálogo con Dios. en otras palabras -y esta es la lección importante que nos deja san Gregorio de Nisa- la plena realización del hombre consiste en la santidad, en una vida vivida en el encuentro con Dios, que de este modo se hace luminosa también para los demás, también para el mundo" (Benedicto XVI, Audiencia general, 29-agosto-2007).