Hace unos días, ll cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, ha concedido una entrevista a la revista francesa Famille Chrétienne que creo de gran importancia para todos los católicos, pero que parece que no ha tenido casi repercusión en los medios ni en las páginas de opinión. Cuando cualquier prelado habla en línea de desacralizar y humanizar la Iglesia, los medios se hacen eco y le dan relevancia. Cuando se habla de la necesidad de dar sentido a la Liturgia y de la vivencia de la misma, parece que estuviéramos hablando de cosas de extraterrestres.
Por casualidad estoy releyendo estos días el libro: “El Señor del Mundo” de R. H. Benson. En el libro se relata la importancia de la implantación de un culto humanista que sustituya la Sagrada Liturgia. La lógica de que el Anticristo actuara de esa forma es evidente. La Liturgia y todo lo sagrado, conforma el espacio-tiempo donde el ser humano se acerca y siente a Dios de forma más clara y cercana. Si la Liturgia se convierte en una reunión social que ponga al ser humano como centro, Dios desaparece o en todo caso, lo dejamos en las estanterías del museo. Cuando se pierde el contacto con Dios, la Gracia tiene muchos problemas para actuar en nosotros. No llegamos a solicitarla para unirnos a la Voluntad de Dios. Nos quedamos con nuestra maltrecha y egoísta voluntad, que busca el provecho personal y no meterse en líos.
Dice el Cardenal Sarah: “La liturgia es la puerta de nuestra unión con Dios. Si las celebraciones eucarísticas se transforman en autocelebraciones humanas, el peligro es inmenso, porque Dios desaparece. Hay que comenzar por colocar de nuevo a Dios en el centro de la liturgia. Si el hombre es su centro, la Iglesia se convierte en una sociedad puramente humana, una simple ONG, como dice el Papa Francisco. Por el contrario, si Dios está en el corazón de la liturgia, entonces la Iglesia reencontrará su vigor y su savia. “En nuestra relación con la liturgia se juega el destino de la fe y de la Iglesia”, escribía de manera profética el cardenal Joseph Ratzinger.”
Justamente ese el final que tiene la humanización de la Liturgia: que la Iglesia se convierta en una organización solidaria que ayude a lavar la cara a los poderes del mundo y paliar, aparentemente, las injusticias con las que vivimos. Si perdemos el contacto con Dios, sólo nos queda la imagen distorsionada que está presente en nuestros hermanos y en nosotros mismos. Imagen que los poderes saben utilizar de forma creativa para focalizar los esfuerzos de las personas más inconformistas. Jean Baudrillard, filósofo de la postmodernidad, habla en su ensayo: “Cultura y simulacro” de la degradación de los sacramentos y de la realidad que nos rodea. La sociedad crea apariencias que no nos atrevemos a tachar de ficticias y que al final terminan siendo consideradas más ciertas que la misma realidad. Hablando de la degradación de la realidad nos dice: “En el primer caso, la imagen es una buena apariencia y la representación pertenece al orden del sacramento. En el segundo, es una mala apariencia y es del orden de lo maléfico. En el tercero, juega a ser una apariencia y pertenece al orden del sortilegio. En el cuarto, ya no corresponde al orden de la apariencia, sino al de la simulación. El momento crucial se da en la transición desde unos signos que disimulan algo a unos signos que disimulan que no hay nada”. Me pregunto cuántas personas van a misa por cumplir una costumbre o por tener un cierto contacto social. Nos podemos hacer una idea pensando en todos los creyentes que no van a misa. ¿Por qué no se va a misa? Porque nadie se esfuerza por una nada, un vacío.
Para la mayoría de los católicos, la Liturgia es algo incomprensible que les “obligan” a repetir todos los domingos para guardar costumbre viejas y caducas. Hemos perdido la capacidad de comprender los signos y vivir la Liturgia en nosotros mismos. Al final todo queda en un simulacro que algunos sacerdotes retocan para que, al menos, nadie se aburra demasiado. De hecho la misa es la única llamada que retiene alguna eficacia dentro de las comunidades cristianas. No se puede perder la presencia de los fieles, y por lo tanto, aparece la necesidad de recrear, aligerar, humanizar la Liturgia.
En este contexto la llamada del Cardenal Sarah me parece un grito no ausente de desesperación. Una llamada a volvernos hacia Dios y empezar a dar sentido a la Liturgia:
“Convertirse es volverse hacia Dios. Estoy profundamente convencido de que nuestros cuerpos deben participar en esa conversión. La mejor forma, ciertamente, es celebrar –sacerdotes y fieles- dirigidos conjuntamente en la misma dirección: hacia el Señor que viene. No se trata, como se escucha a veces, de celebrar de espaldas a los fieles o de frente a ellos. El problema no es ése. Se trata de volverse juntos hacia el ábside, que simboliza el Oriente o trono de la Cruz del Señor resucitado.”
Volvernos ad orientem, es un signo que evidencia que empezamos a comprender el sentido de lo Sagrado y de la presencia viva de Dios en los Sacramentos. Quedarnos mirándonos el ombligo, es signo de autoreferencialidad humana y eclesial. El mismo Papa Francisco nos llama a dejar de mirarnos el ombligo y entregarnos a Cristo. No creo llegue a ver a ningún sacerdote que se “atreva” a celebrar ad orientem. Ojalá me confunda y me lleve una tremenda alegría, porque este simple signo llevará a que muchos fieles pregunten y a lo mejor, alguno descubre que detrás de la humanización litúrgica, todavía quedan rastros importantes de sacralidad que podemos y debemos, cuidar y potenciar. Dios lo quiera.