P. José González de Quevedo Álvarez, S. I.  (Málaga, 15/08/1926– Málaga, 02.10.2015)
 
 Al pensar en la vida del P. Quevedo (como era conocido por todos), he recordado unas palabras de San Agustín en un sermón sobre San Juan Bautista: Él era la Voz, y Cristo era la Palabra. Pepo (como nosotros le llamábamos) fue en toda su vida la Voz de Dios proclamada a toda clase de personas. Su biografía es bien sencilla: casi nada más que se dice de él que fue Misionero Popular a lo largo de toda su vida. Una voz de Dios que clamaba en infinidad de pueblos y ciudades a donde iba a misionar. Y esto, hasta unos días antes de morir: concretamente una semana antes de que lo llevaran a la enfermería de Málaga al haberse agravado una enfermedad que ya estaba declarada, fue a predicar un triduo a un pueblo de Almería para sustituir a un compañero que no podía ir.  
 
A su vocación de vocero de Dios, se unía el de serlo también de su Madre, la Virgen del Rocío. Algunos no lo entendíamos, pero él iba casi todos los fines de semana, cuando no estaba predicando en misiones, al Santuario del Rocío. Allí confesaba a los innumerables peregrinos, que se acercaban a la Virgen en busca de perdón. Esto se pudo ver en la multitud de rocieros, que llegaron en varios autobuses desde distintos lugares, para asistir a su funeral y entierro. La Capilla del Colegio de San Estanislao de Málaga estaba a rebosar, y fue impresionante el canto de la Salve Rociera con que lo despidieron. Antes, durante la comunión, ellos cantaron también unas coplas a la Virgen, compuestas por él. Porque Pepo era, además, un juglar de la Virgen: sus innumerables letras de sevillanas rocieras  llegaban al corazón de los que las cantaban.
 
Se nos ha ido un gran jesuita, que vivió hasta muy pocos días antes de morir, siendo la Voz de la Palabra. Él supo entender que las cualidades que Dios le había dado eran para devolvérselas en sermones misionales, plegarias ante la Virgen del Rocío, y hasta coplas que llegaban al corazón de todos. Empezó ya en la tierra el canto de alabanza que no terminará en el Cielo.
 
Fernando García Gutiérrez, S.J. Sevilla, 05.10.2015