A veces la Iglesia se parece a la multitud que aparece en el evangelio de hoy martes. Cristo miró a la multitud y tuvo pena de tantas personas. Andaban como ovejas sin Pastor. ¿Qué es un pastor? El encargado de cuidar y conducir a las ovejas que le han sido dadas. Las ovejas, aunque parezcan tontas, reconocen la voz de su pastor y le siguen hacia donde Él vaya. Saben que pueden confiar porque pastor y ovejas son partes de un todo que se derrumbaría si el pastor desapareciera o las ovejas dejaran de seguir al pastor.
Y no se contentaba con esto sino que tomó otra providencia además. Pues dice el evangelista: Viendo a la muchedumbre, se enterneció de compasión por ella, porque estaban fatigados y decaídos, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a los discípulos: "La mies es mucha, pero pocos los obreros. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies". Considera de nuevo cuan ajeno está a la vanagloria. Para no atraerlos todos personalmente hacia sí, manda a sus discípulos. Pero no únicamente por eso, sino además para adiestrarlos, a fin de que, ejercitándose en Judea, como en una palestra, se preparen de este modo para las luchas en todo el orbe. (San Juan Crisóstomo. Homilías sobre el evangelio de san Mateo, nº 32)
Cristo envía a pastores en su nombre pastores que saben guiar las ovejas directamente al redil donde todas estarán unidas y resguardadas de los lobos y los falsos pastores. El rebaño de Cristo le sigue, porque sólo su voz resuena en su mente y en su ánimo. Cualquier otra voz les hace desconfiar de las intenciones de quien reclama ser lo que no es. La voz de los pastores, son la prolongación de la voz de Cristo, mientras que la voz de los falsos pastores confunde, divide, crea dolor y sufrimiento.
Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen; y yo les doy vida eterna y jamás perecerán, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno. (Jn 10, 26, 30)
Las ovejas del Señor le seguirán sin distraerse, mientras que las otras ovejas, las que no pertenecen al rebaño, son las que pueden verse confundidas y seguir a quienes quieren aprovecharse de ellas. Hoy en día no es sencillo discernir, principalmente por el tremendo ruido mediático, los mensajes contradictorios que se dan y la confusión que encontramos en todas partes. Pero ante la duda, siempre tenemos la voz de Cristo que debe resonar dentro de nosotros. Es una voz que une, reúne y da sentido. Una voz que busca crear un gran rebaño donde no hay más peligro y engaños.
Tengo otras ovejas que no son de este redil; a ésas también me es necesario traerlas, y oirán mi voz, y serán un rebaño con un solo pastor. Por eso el Padre me ama, porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo. (Jn 10, 1617)
Entonces ¿Cómo diferenciar la voz de Cristo de la de los falsos pastores y el lobo? La voz de Cristo crea unidad y da sentido a estar unidos aunque seamos diferentes unos de otros. La voz de los falsos pastores, rechaza, engaña, es imprecisa, contradictoria y sobre todo, busca atraer por medio del agrado de quienes llama. Es la voz del marketing, de lo que está de moda, de lo bien visto socialmente, la voz del mundo. Te dice: "ven y sé cómo nosotros y desprecia a los demás, Ellos no son tus hermanos". La voz de Cristo habla al corazón exigiendo que nos reconozcamos en nuestro hermano y en este hermano veamos imagen inscrita de Dios. Cristo quiere que le demos un sí radical que va más allá de la obediencia a cualquier segundo salvador que se nos ofrezca. No somos de Pablo o de Pedro o de Apolo, por muy maravillosos que nos parezcan. Somos de Cristo y sólo en Cristo tenemos sentido.
Somos verdaderamente católicos cuando pertenecemos al rebaño de Cristo, siendo este una realidad que excede la pequeña comunidad de fe en que estamos insertados. Comunidad que mucha veces es tan diversa que es complicado reconocernos en ella, pero que no por eso, deja de ser nuestra comunidad más cercana. El gran rebaño de Cristo es la cristiandad que nos recoge y une de forma sólida y unitaria. La cristiandad y la Iglesia son la evidencia de la acción de Cristo en nosotros, como sociedad. No es un proceso socio-cultural que pueda ser despreciado o ninguneado, porque Cristo mismo nos envió a anunciar el Evangelio a todas las naciones y pueblos. No es cierto que la cristiandad comenzara con el emperador Constantino tras la batalla de Puente Milvio, sino que se inició desde el momento de la concepción virginal de María o incluso desde el mismo momento que Dios pensó la encarnación de su Hijo. En la cristiandad cobra sentido con la presencia de Cristo en la sociedad, aunque esta presencia nunca llegue a dar lugar a una sociedad ideal y perfecta. La cristiandad no está llegando a su fin, ya que el fin será en el final de los tiempos, cuando Cristo vuelva para juzgar a vivos y muertos. Ahora no tiene entidad política, pero sigue uniéndonos, a través de la Comunión de los Santos, con toda oveja del rebaño de Cristo que ande por este mundo.
Sin duda el rebaño puede ser diezmado y así aparece en la revelación contenida en el Apocalipsis de San Juan, pero nunca desaparecerá. Esta es nuestra fe que nos da sentido y no une a Cristo de forma sólida y coherente. Las raíces cristianas de Europa son las que nos permiten sobrellevar el ímpetu descristianizador que se nos está imponiendo desde las instancias sociales y el poder político. Ímpetu que va creciendo lentamente e incluso se fomenta desde ciertas instancias eclesiales. El futuro sólo Dios lo sabe, pero el rebaño de Cristo le sigue donde su voz resuene. Esta es nuestra esperanza.