Hace bien poquitos días el Papa Francisco volvió a dar una lección de esas de las de ponerle un Post-it de “no olvidar”.
En el viaje de vuelta de Armenia a Roma el 26 de Junio pasado le preguntaron acerca de las palabras del Cardenal alemán Reinhard Marx, quien había dicho que la Iglesia debe disculparse con los homosexuales por haberlos marginado.
Contestó que la Iglesia no sólo debía pedirles disculpas sino perdón, pero no sólo a ellos sino a cualquier persona que pueda haberse sentido así.
Francisco dijo: “Se puede condenar pero no por motivos teológicos sino por motivos digamos de comportamientos políticos o por ciertas manifestaciones demasiado ofensivas para los otros, pero estas son cosas que no entran en el problema.
El problema es una persona que tiene esa condición, que tiene buena voluntad y que busca a Dios, ¿quiénes somos nosotros para juzgar? Debemos acompañar bien, eso es lo que dice el Catecismo, es claro el Catecismo.”
Ya en otra ocasión, al regresar de Río de Janeiro a Roma tras la Jornada Mundial de la Juventud de 2013, había dicho: “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgar? El Catecismo de la Iglesia Católica lo explica de forma muy bella esto. Dice que no se deben marginar a estas personas por eso. Hay que integrarlas en la sociedad. El problema no es tener esta tendencia”.
Y lo que la Iglesia dice con respecto a la homosexualidad se resume en estos 3 artículos del Catecismo de la Iglesia Católica: 2357, 2358 y 2359, en los que nos enseña que:
Los homosexuales "deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta".
La homosexualidad como tendencia es "objetivamente desordenada", que "constituye para la mayoría de ellos (los homosexuales) una auténtica prueba".
Apoyado en la Sagrada Escritura "la Tradición ha declarado siempre que "los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados", "no proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual" y por tanto "no pueden recibir aprobación en ningún caso".
"Las personas homosexuales están llamadas a la castidad" y "mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana".
Me parece que estas palabras y enseñanzas tanto del Papa Francisco como del Catecismo de la Iglesia Católica son tan claras que no necesitan comentario.
Sin embargo me han hecho reflexionar y hacer examen de conciencia. Y lo que he visto no me ha gustado demasiado.
No conozco personalmente a ninguna persona homosexual, que yo sepa. Tal vez conozco a alguna pero ignoro que lo es.
Francisco dijo en ese avión el día 26 de Junio más cosas interesantes: “Recuerdo que de niño en la cultura católica cerrada de Buenos Aires de donde vengo, no se podía entrar en la casa de una familia divorciada. Estoy hablando de hace 80 años. La cultura ha cambiado, los cristianos deberíamos pedir perdón, perdón, sobre muchas cosas, es una palabra que olvidamos mucho.”
Yo no tengo 80 años sino 43, pero sí tengo ciertas creencias limitantes que son consecuencia de la forma en que fui educada, de las creencias y formas de entender la fe y la moral que me inculcaron de pequeña y que al haberlas mamado desde la cuna creí que eran la verdad absoluta hasta que fui creciendo y formando mi propio criterio y opinión acerca de las cosas.
Por ejemplo: creía que las relaciones sexuales eran todas pecado, pues se me había enseñado que cada vez que en la televisión salía una escena de cama se apagaba inmediatamente o se cambiaba de canal, con un “eso es una cochinada”.
Un día a los 9 ó 10 años, unas niñas del colegio hablaban de cómo nacen los niños y yo en mi inocencia-ignorancia les dije que eso era una cochinada y que mis padres nunca habían hecho eso. Naturalmente se carcajearon en mi cara y la más avispada me dijo: “¿Cuántos hermanos sois?” “7”, le contesté. “Pues entonces lo han hecho por lo menos 7 veces.” Yo me sentí asqueada, engañada y muy confusa. ¿Pero eso no era una cochinada y un pecado? ¿Entonces…?
Eso es lo que pasa con las creencias limitantes, que nos cierran el horizonte y nos hacen tener como propias opiniones o criterios ajenos.
Es muy difícil no traspasar a los hijos opiniones personales junto con las verdades de nuestra fe y moral, pero es necesario tener mucho cuidado y más aún hablar mucho y muy claro con ellos cuando se van haciendo mayores y pueden comprender y discernir.
Volviendo al asunto de si la Iglesia debe pedir perdón a los gays por marginarlos, el Papa dijo en el avión:
“Creo que la Iglesia no sólo debe pedir perdón como ha dicho ese cardenal marxista (risas), no sólo debe pedir perdón a las personas gays que ha ofendido, sino que debe pedir perdón también a los pobres, a las mujeres explotadas, a los niños explotados en el trabajo, debe pedir perdón por haber bendecido muchas armas.
La Iglesia debe pedir perdón por no haberse comportado muchas veces. Los cristianos, la Iglesia es santa, los pecadores somos nosotros- Los cristianos debemos pedir perdón por no haber acompañado tantas opciones…”
¿Quién soy yo para juzgar? ¿Acaso soy perfecta e inmaculada a los ojos de Dios? ¿Acaso no tengo malas tendencias ni he cometido pecados nunca? Ya lo dijo el Señor: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (Jn 8, 7).
“Hay muchas organizaciones de gente buena y gente no tan buena, de gente que porque uno da una bolsa un poco grande y se mira a otro lado como hicieron las potencias internacionales con los tres genocidios.
Nosotros los cristianos, padres, obispos, hemos hecho esto, pero nosotros los cristianos tenemos a una Teresa de Calcuta y a muchas Teresas de Calcuta, hay muchos matrimonios santos. Está el grano y la cizaña. Debemos rezar al Señor para que esta cizaña termine.”
La Iglesia es de Cristo y es santa. Los que formamos la Iglesia aquí en la Tierra somos seres humanos imperfectos y pecadores. Se nos olvida que “No necesitan médico los sanos sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores.” (Mc 2, 1317)
Jesús ha venido a llamarme a mí, a llamarte a ti y al vecino del 5º, ¡a todos! Porque en esta vida todos somos pecadores necesitados de perdón y comprensión en busca de la santidad. Y cuando por fin la alcanzamos estamos maduros para el Cielo y Dios nos llama a Su presencia. Este razonamiento puede parecer infantil pero en esencia es así como funciona.
Jesús llamaba la atención por su forma de tratar a los marginados: hablaba con las mujeres adúlteras, con las mujeres que vivían con hombres que no eran su marido, con los recaudadores de impuestos, con los centuriones romanos, con los pobres, con los endemoniados, con los leprosos… Lo de los leprosos era la pera en bote porque no sólo no se apartaba de ellos corriendo ni les tiraba piedras para que no se acercaran sino que los tocaba, los miraba y los trataba con misericordia y dignidad.
La lepra del siglo XXI en Occidente es esta: la homosexualidad, las enfermedades psíquicas o mentales que no tienen manifestaciones externas, la drogadicción, la pornografía, la prostitución… todas esas cosas estigmatizan a las personas que las sufren o que viven inmersas en ellas.
Sin darnos cuenta juzgamos y condenamos sin haber escuchado al “reo”. Nosotros jamás caeremos en esas cosas tan feas, somos cristianos de primera y estamos muy lejos de eso. ¡¡¡JA!!!
¿Qué te has creído, que muchos homosexuales no son también cristianos; que sólo lo son personas alejadas de Dios, sin fe, malas personas? Pues no.
Puedes ser cristiano e ir a misa todos los domingos y fiestas de guardar, cumplir los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia…. y ser un falso y un hipócrita, tratar mal a todo el mundo y ser un egocéntrico y un prepotente.
Y puedes ser un homosexual que sufre por esa circunstancia y tener buena voluntad y buscar sinceramente a Dios, ser una bellísima persona que trata bien a todos y un excelente trabajador.
Es como la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18, 914), ¿quién es agradable a los ojos de Dios? Pues el que tiene el corazón limpio y dispuesto a seguir a Cristo.
¿Debe la Iglesia pedir perdón a los homosexuales marginados? Pues sí, rotundamente sí. A ellos y a todos aquellos que se han sentido marginados o maltratados o no comprendidos o no amados.
La Iglesia es Madre y del mismo modo que de las madres se espera amor incondicional, ternura, comprensión, perdón, cuidados, delicadeza, entrega y todo lo bueno en favor en de nuestros hijos, de ella se espera todo eso y además que dé buen ejemplo. Por eso es tan importante que cuando mete la pata y se equivoca, pida perdón rápidamente y con humildad.
¿Qué madre o qué padre no se ha equivocado alguna vez? Y ¿cuántos de ellos lo han reconocido y han pedido perdón a sus hijos?
Pensemos qué actitud dejará mejor enseñanza en los hijos: ¿la de los padres infalibles que jamás cometen errores, tan perfectos que no parecen ni humanos; o la de los que tenemos buena voluntad y muchos defectos, que a veces metemos la pata hasta el corvejón pero que lo reconocemos y pedimos perdón? Me parece que está más claro que el agua.
Vuelvo a repetir: ¿Debe la Iglesia pedir perdón a los homosexuales marginados? Pues sí, rotundamente sí.
Para reparar el daño causado y para dar buen ejemplo a los que nos creemos que lo hacemos todo bien.