La mujer de Lot quedó petrificada cuando miró todo lo que había dejado atrás por seguir la Voluntad de Dios. Quien decide entregarse a Cristo no puede mirar lo que dejó atrás porque al hacerlo, llevará siempre de su interior la duda. Por desgracia hoy en día estamos mirando atrás constantemente. Dejamos de arar el campo de Dios, ensimismados, pensado cuanto perdimos o cuanto pudimos dejar de ganar al elegir a Cristo. Cuando se mira atrás nos encontramos con la duda, detrás de ella, aparece la desesperanza y la melancolía. El maligno siempre nos tienta a mirar atrás, a dejar de confiar, a replantearnos todo. No debemos mirar atrás, sino hacia adelante porque es allí donde está el Señor esperándonos.
Con ello quiere decir que nuestra resurrección ha comenzado en Jesucristo. En él, que murió por todos, nuestra esperanza ha adquirido consistencia. Ninguna duda ni reticencia en nosotros, ninguna decepción en la espera: las promesas se han comenzado a cumplir ya, y con los ojos de la fe, vemos las gracias de las que mañana seremos saciados. Nuestra naturaleza ha sido elevada; entonces, con gozo, poseemos ya el objeto de nuestra fe...
Que el pueblo de Dios tome conciencia que es «una nueva creación en Cristo» (2C 5,17). Que comprenda bien quién le ha escogido, y a quién el mismo ha escogido. Que el ser renovado no vuelva a la inestabilidad de su antiguo estado. Que el que «ha echado mano al arado» no cese de trabajar, que vele sobre el grano que ha sembrado, y que no se gire a mirar lo que ha abandonado. Este es el camino de salvación; esta es la manera de imitar la resurrección en Cristo. (San León Magno. Sermón 71)
Muchos cristianos caemos en la tentación de comparar el tiempo que vivimos con otros tiempos eclesiales. Esta visión hacia atrás suele caer fácilmente en un mito que atormenta y destroza. El maligno sabe colorear el pasado con tonos de una bondad que nunca es real. Nos induce a pensar que en la Iglesia de los siglos pasados todo era más estable, verdadero y coherente. Soy de la opinión de que la Iglesia siempre ha sido la misma, un pequeño grupo de personas fieles dentro de un mar de apariencias e intereses egoístas e indiferencia. Es cierto que antiguamente existía más devoción, pero también más superficialidad, superstición, desconocimiento e ignorancia.
Como dice San León Magno: “Que el ser renovado no vuelva a la inestabilidad de su antiguo estado”. Quien ha renacido en Cristo no puede sentir melancolía por el pasado, porque sólo en el futuro está el Señor. El campo, que simboliza la sociedad, debe ser arado ahora, no hace diez siglos. La tierra, que es el estado de la sociedad, es la que está debajo de nuestros pies, no la de hace 5 siglos. El arado, que son los medios de evangelización, es el que tenemos en nuestras manos y no el que tuvieron nuestros bisabuelos. De nada vale creernos que otros tiempos pasados fueron mejores, porque nunca lo fueron. Tenemos que arar llenos de esperanza porque Cristo está en cada instante del presente. Tenemos que llevar la Buena Noticia a todos las personas que se crucen con nosotros no mirar las apariencias que el pasado nos relata. Tenemos que lograr que la semilla del Reino sea la misma de siempre, el Evangelio, tal como Cristo lo entregó y tal como nos ha sido transmitido por medio de la Tradición Apostólica.
Tenemos que usar las herramientas de evangelización que están en nuestras manos: las redes sociales y nuestro testimonio personal. Un testimonio que debería estar lleno de esperanza y luz. Mal vamos cuando no conseguimos mostrar la Luz entre tantas tinieblas del mundo, porque esto significa que estamos apagados, desconectados de la Gracia de Dios. ¿No hemos recibido la Luz en el bautismo? Estemos contentos y transmitamos la Luz con alegría. Pero, cuidado, con alegría serena y respetuosa. No diríamos nada bueno si aparentamos estar alegres haciendo tonterías y espectáculos sin sentido alguno. La alegría se transmite con la misma vida que da testimonio de Cristo desde cada uno de nosotros.
Una vez arado el campo, lanzaremos las verdaderas semillas del Reino, aquellas que inundan de Luz a quien nos escucha y acepta nuestro testimonio. No utilicemos nunca semillas de cizaña en las que el mundo cobra relevancia y hacen parecer que Cristo está lejos de nosotros. La semilla debe ser la que Cristo mismo dio a sus Apóstoles y estos nos legaron con fidelidad. Por muy relevante que sea cualquier segundo salvador. Por muy venerado y adorado se sea, la semilla verdadera es la que Cristo nos ofrece de forma directa. Las reelaboraciones creadas para contentar al mundo y maltratar a las personas fieles, son semillas falsas. Semillas que generan división y recelos entre nosotros. Estemos alegres y esperanzados, porque Cristo habita en nosotros y nuestro testimonio es crucial en el momento que vivimos.
Con ello quiere decir que nuestra resurrección ha comenzado en Jesucristo. En él, que murió por todos, nuestra esperanza ha adquirido consistencia. Ninguna duda ni reticencia en nosotros, ninguna decepción en la espera: las promesas se han comenzado a cumplir ya, y con los ojos de la fe, vemos las gracias de las que mañana seremos saciados. Nuestra naturaleza ha sido elevada; entonces, con gozo, poseemos ya el objeto de nuestra fe...
Que el pueblo de Dios tome conciencia que es «una nueva creación en Cristo» (2C 5,17). Que comprenda bien quién le ha escogido, y a quién el mismo ha escogido. Que el ser renovado no vuelva a la inestabilidad de su antiguo estado. Que el que «ha echado mano al arado» no cese de trabajar, que vele sobre el grano que ha sembrado, y que no se gire a mirar lo que ha abandonado. Este es el camino de salvación; esta es la manera de imitar la resurrección en Cristo. (San León Magno. Sermón 71)
Muchos cristianos caemos en la tentación de comparar el tiempo que vivimos con otros tiempos eclesiales. Esta visión hacia atrás suele caer fácilmente en un mito que atormenta y destroza. El maligno sabe colorear el pasado con tonos de una bondad que nunca es real. Nos induce a pensar que en la Iglesia de los siglos pasados todo era más estable, verdadero y coherente. Soy de la opinión de que la Iglesia siempre ha sido la misma, un pequeño grupo de personas fieles dentro de un mar de apariencias e intereses egoístas e indiferencia. Es cierto que antiguamente existía más devoción, pero también más superficialidad, superstición, desconocimiento e ignorancia.
Como dice San León Magno: “Que el ser renovado no vuelva a la inestabilidad de su antiguo estado”. Quien ha renacido en Cristo no puede sentir melancolía por el pasado, porque sólo en el futuro está el Señor. El campo, que simboliza la sociedad, debe ser arado ahora, no hace diez siglos. La tierra, que es el estado de la sociedad, es la que está debajo de nuestros pies, no la de hace 5 siglos. El arado, que son los medios de evangelización, es el que tenemos en nuestras manos y no el que tuvieron nuestros bisabuelos. De nada vale creernos que otros tiempos pasados fueron mejores, porque nunca lo fueron. Tenemos que arar llenos de esperanza porque Cristo está en cada instante del presente. Tenemos que llevar la Buena Noticia a todos las personas que se crucen con nosotros no mirar las apariencias que el pasado nos relata. Tenemos que lograr que la semilla del Reino sea la misma de siempre, el Evangelio, tal como Cristo lo entregó y tal como nos ha sido transmitido por medio de la Tradición Apostólica.
Tenemos que usar las herramientas de evangelización que están en nuestras manos: las redes sociales y nuestro testimonio personal. Un testimonio que debería estar lleno de esperanza y luz. Mal vamos cuando no conseguimos mostrar la Luz entre tantas tinieblas del mundo, porque esto significa que estamos apagados, desconectados de la Gracia de Dios. ¿No hemos recibido la Luz en el bautismo? Estemos contentos y transmitamos la Luz con alegría. Pero, cuidado, con alegría serena y respetuosa. No diríamos nada bueno si aparentamos estar alegres haciendo tonterías y espectáculos sin sentido alguno. La alegría se transmite con la misma vida que da testimonio de Cristo desde cada uno de nosotros.
Una vez arado el campo, lanzaremos las verdaderas semillas del Reino, aquellas que inundan de Luz a quien nos escucha y acepta nuestro testimonio. No utilicemos nunca semillas de cizaña en las que el mundo cobra relevancia y hacen parecer que Cristo está lejos de nosotros. La semilla debe ser la que Cristo mismo dio a sus Apóstoles y estos nos legaron con fidelidad. Por muy relevante que sea cualquier segundo salvador. Por muy venerado y adorado se sea, la semilla verdadera es la que Cristo nos ofrece de forma directa. Las reelaboraciones creadas para contentar al mundo y maltratar a las personas fieles, son semillas falsas. Semillas que generan división y recelos entre nosotros. Estemos alegres y esperanzados, porque Cristo habita en nosotros y nuestro testimonio es crucial en el momento que vivimos.